Alexandrina de Balasar

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ALEJANDRINA Y LA EUCARISTÍA

 

¡Oigamos a Jesús!

 

Jesús le dice:

“Lejos del Cielo, lejos de Jesús están todos aquellos que están lejos del Sagrario.

Yo quiero almas, muchas almas verdaderamente eucarísticas.

Sagrario, Sagrario, ¡Si fuese bien comprendido el Sagrario!

El Sagrario es la vida, es el amor, es la alegría, es la paz.

El Sagrario es el lugar del dolor, de ofensas y de sufrimiento:

El Sagrario es despreciado.

El Jesús del Sagrario no es comprendido”. (S 11-09-1953)

Lo oí decirme:

“Hija mía, hija mía, luz y estrella eucarística.

Te escogí como víctima para que continuaras mi obra de redención. Puse el amor en tu corazón, el amor loco por la Eucaristía.

Y gracias a ti, eres la luz de este fuego que tu dejaste encender para que muchas almas, guiadas por esta estrella escogida por Mí, transportadas por tu ejemplo, se transformaron en almas ardientes, en almas verdaderamente eucarísticas.

¡Pobre mundo sin la Eucaristía! Pobre mundo, sin mis víctimas, sin hostias inmoladas continuamente conmigo!

Yo quiero, hija mía, un mundo nuevo, lleno de pureza, un mundo todo eucarístico”. (S 05-01-1952)

 

Comunión espiritual

 

No dejaba ningún día de rezar la estación al Santísimo Sacramento, ya sea en la iglesia o en su casa, en los caminos, y hacía siempre la comunión espiritual:

“Jesús mío, ven a mi pobre corazón, úneme a Ti. No quiero otro bien, sino el Tuyo.

Te doy gracias, Padre Eterno, por haber dejado a Jesús en el Santísimo Sacramento.

Te doy gracias, Jesús mío, y por último pido Tu santa bendición.

Sea alabado en todo momento el Santísimo y Divinísimo Sacramento de la Eucaristía”.

(A (p.8)

Estoy siempre haciéndole compañía y lo recibo espiritualmente decenas y decenas de veces, al pasar las horas, cuantas veces lo recibo. Mi locura de amor es la Eucaristía: (C 01-10-1940)

Mi querido Jesús, yo me uno en espíritu, en este momento y desde este momento para siempre, a todas las santas Hostias de la tierra, en cada lugar donde habitas sacramentado. Allí quiero pasar todos los momentos de mi vida, constantemente, de día y de noche, alegre o triste, sola o acompañada, siempre consolándote, amándote, alabándote y glorificándote. (A p. 30)

Jesus le dice:

Di a las almas que me aman que vivan unidas a Mí durante su trabajo.

En sus casas, sea de día o de noche, se arrodillen muchas veces en espíritu y con la cabeza inclinada digan:

“Jesús,

Yo te adoro en todo lugar donde habitas sacramentado,

Yo te hago compañía por los que te desprecian

Yo te amo por los que no te aman,

Te desagravio por que te ofenden.

Jesús, ven a mi corazón”.

Estos momentos serán para Mí de gran alegría y consuelo. ¡Qué crímenes se cometen contra Mí en la Eucaristía! (S 02-10-1948)

 

A la espera del Suspirado

 

Muchas veces Alejandrina obtiene la gracia de que un sacerdote celebre la Santa Misa en su cuarto:

Comenzó la Santa Misa, tuve fuerza para resistir todo el tiempo sin estar en mi cama. Me parecía estar toda inmersa en Jesús y contemplaba con alegría las sagradas Hostias que estaban en el altar. ¡Qué alegría, una de ellas iría a ser alimento de mi alma! ( C 30-05-1941)

¡Qué grande gracia! ¡Él desciende del Cielo a la Tierra por mi amor!

En el momento de recibirlo, sentí impulsos de lanzarme hacia la sagrada Hostia, abrazarla, devorarla. (C 31-10-1941)

En la celebración del santo sacrificio de la Misa mi alma experimentaba paz, suavidad, dulzura. Me ofrecía a Jesús, por las manos de la Madrecita, para ser inmolada con Él. (C 30-10-1940)

En la elevación sentí impulsos de levantarme y volar hasta Jesús Hostia.

Me vencí y esperé el momento en que Él vino hasta mí. (C 30-10-1940)

Esta mañana, cuando me preparaba para recibir a mi Jesús, sentía en mi alma un vacío tan grande que ni el mundo entero sería capaz de llenar y saciar. Tenía hambre, quería llenarme.

Mi hambre no era de pan ni de cosas de la Tierra, el corazón tenía ansias y suspiros por Jesús. (S 07-02-1948

Esta mañana había hecho mi preparación para recibir a Jesús, cuando llegó mi párroco. Colocando al Suspirado de mi alma sobre la mesa, después de encender las velas me dice:

— Aquí tienes a Nuestro Señor para que te haga compañía un momento. Vendrá el Padre Humberto a dártelo. (El Padre Leopoldino tenía urgencia de partir) ya que se retiró, una fuerza venida de no sé de donde, me obligó a levantarme (estaba paralizada, pero, cuando revivía la Pasión y con una mímica expresiva, descendía de la cama y conseguía hacer varios movimientos. Sin embargo, desde 1942, revivía la Pasión en forma íntima, dolorosísima, sin levantarse de la cama. Estamos en 1944).

Me arrodillé delante de Jesús, me incliné sobre Él y mi rostro y mi corazón nunca habían estado tan cerca. ¡Qué felicidad la mía! Gozar tan de cerca mi locura..

Le conté en secreto muchas cosas mías, de todos los que me son queridos y del mundo entero.

Me sentía arder en aquellas llamas divinas, también Jesús me habló:

Ama, ama mucho, hija mía, no tengan ninguna preocupación a no ser la de amarme y darme almas. Donde está Dios está todo. Hay triunfo, hay victoria.

Pedí a los ángeles que vinieran a alabar a Jesús conmigo y le canté siempre, hasta que fui obligada por el Padre Humberto para que fuera a mi cama. Presa y abrasada en el amor divino, comulgué. (S 12-10-1944)

 

Comunión sacramental

 

Entre los éxtasis en que Alejandrina revive la Pasión, muchos se refieren a la escena de la Institución de la Eucaristía, “El mayor de mis Sacramentos, el mayor milagro de mi sabiduría”, le dice Jesús. Alejandrina explica el significado de forma profunda y vasta.

Qué noche, qué santa noche, la mayor de las noches. La noche del más grande milagro, del mayor amor de Jesús. (S 08-03-1945)

Vino el dulce Jesús a bendecir el pan que se convertiría en nuestra Eucaristía. (S 08-03-1945)

(Vi a Jesús) con los ojos fijos en el Cielo, de tal forma inflamado su Rostro, que más parecía tener en sí la vida del Cielo, más que ser una semejanza nuestra. No parecía hombre, pero sí Dios amor, sólo amor. (S 30-04-1948)

Fue tal la luz, tal el amor, que invadió a todos, a Jesús, a los apóstoles  a mí. (S 15-11-1946)

Y en aquel momento de amor y de maravilla sin par, sentí que el mundo era diferente: Jesús se daba en alimento, partía para el Cielo y se quedaba en el mundo.

Aquel amor se extendió a toda la humanidad. S (02-08-46)

¡Cómo Jesús amó! ¡Cómo ama!

No desea otra cosa sino que vivamos de Él y por Él.

Quien ama desea ser retribuido en su amor. (S 20-05-1949)

Jesús le  dice a Alejandrina:

“Hija mía, has que yo sea amado, consolado y reparado en mi Eucaristía”.

Y entonces, propone una devoción particular, con una promesa:

Di en mi nombre, a todos los que comulguen bien, con sinceridad y humildad, fervor y amor en los primeros viernes y junto a mi sagrario pasen una hora de adoración e íntima unión conmigo, que les prometo el Cielo. Que recuerden mis santas llagas, primero la de mi hombro, casi nunca recordada. Quien haga esto, juntando los dolores de mi Bendita Madre, y en nombre de esto pida gracias, ya sea espirituales, o corporales, les prometo cumplirles, a no ser que sean en perjuicio de su alma, y en el momento de su muerte, traeré conmigo a mi Madre Santísima para defenderlo. (S 25-02-1949)

NB: siempre en sus oraciones, Sor Antonieta Böhm recomienda recordar el dolor de Jesucristo por la llaga de su hombro.

En los fragmentos siguientes Alejandrina trata de describir lo que experimenta, después de recibir al tan Suspirado.

Son sentimientos diversos: sobre su situación existencial y sobre la voluntad de Jesús, algunos nos sirven de ejemplo, otros de consuelo, cuando nos encontremos en esas situaciones.

Hecha la Sagrada Comunión, sentía una gran unión con todos, después, un fuerte calor y una fuerza que me abrasaba. Pasé así algunos momentos y al final el Señor me habló:

“Yo vengo a ti porque tú estás unida a mí. ¿porqué tanto desaliento? (C 26-05-1935)

El día de hoy empezó para mí tristísimo. Al recibir a Jesús, mi dolor se suavizó, la tristeza desapareció. (C 02-11-1940)

Al final de la Sagrada Comunión, me sentía muy bien junto al Señor, qué unión tan grande. Le decía a mi querido Jesús:

¡Cómo es consoladora tu paz, cómo es consolador amarte! Y así me quedé un poco de tiempo con mi Jesús.  (C 18-07-1935)

Me causa tristeza y dolor el modo como lo recibí hoy. Me olvidé de repente de su visita divina, ¡no tengo amor por Él! (C 29-09-1940)

Recibí a Jesús con hielo, pero un hielo capaz de helar todo. Mi corazón y mi alma se tuercen y retuercen con aflicción. (C 28-12-1939)

Sentí a Jesús que inunda mi alma con su presencia real. Me da fuerza para cantar y orar hasta la nochecita. (C 02-05-1941)

Vino al final Jesús, bajó a mi pobre e indigno corazón, me hizo sentir que era Él. Me llenó, mi corazón se hizo muy grande, me parecía que no cabía en mi pecho y estaba como si estuviera embobada en el Cielo. (C 06-09-1947)

Entró el huésped divino y, sin mirar tanta miseria e indiferencia, no rechazó descender a mi corazón. Después de algunos momentos yo era otra, el Cielo se inclinó, quedó unido a la Tierra, me absorbió para sí.

Mi alma se iluminó, yo era grande, grande como Dios. Jesús en mi corazón me habló:

“Hija mía, hija mía, estás inmersa, estás embebida en el amor de Jesús”.(S 04-08-51)

Debemos de recordar siempre una verdad desconcertante: la Comunión nos transforma en aquel que comulgamos. Es conocida la invocación de San Agustín:

“Padre, al participar en tu Sacramento nos convierte en miembros vivos en Cristo tu Hijo, a fin de que seamos transformados en aquel que recibimos”.

Vino mi Jesús, apenas había entrado en mí, se disiparon las tinieblas, todo mi interior quedó iluminado por su amor, por su paz. Me volví otra, entonces podía decir: “No soy yo la que vivo, sino Jesús”. (S 01-03-47)

Un día le llevaron inesperadamente la Eucaristía.

Es indecible la alegría que sentí, al mismo tiempo, sentí confusión.

Alegría porque había llegado el Suspirado a mi alma, y confusión por tantos dones recibidos.

¡Cómo es bueno Jesús, no rechaza venir a mi nada, a mi miseria!

Apenas entró en mi corazón, me habló así:

“Hija mía, no puedo vivir sin morar en tu corazón. Es verdad que habito siempre en ti, pero ahora viene a ser más real, en Cuerpo y Espíritu”. (C 12-09-41)

Lo recibí en mi corazón y Él me confortó con estas palabras:

”Qué amor, qué amor, qué excesos de amor tengo por ti. Qué prodigios de amor, hija mía”.Tú suspiraste por tener mi Corazón y yo suspiraba por poseer todo lo tuyo”. (C 12-09-41)  

   

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