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CAPÍTULO XVI

“Mujer, mujer. Cristiana, cristiana”

“Amémonos en Dios y con su amor”

Entramos en este capítulo con la definición que da Alejandrina al provincial de los Misioneros del Espíritu Santo. Después de tantos dones místicos con que el Señor enriqueciera a Alejandrina, el lector tendrá el concepto de que se trata de un alma a quien hay que admirar más que imitar. Este sería un error de perspectiva.

Es verdad que ella llegó a alturas místicas excepcionales, pero sólo porque correspondió a la gracia de Dios y porque el Señor la destinó a una misión singular.

La claridad celeste que se desprende de ella no nos debe de engañar, Alejandrina vivió día a día las vicisitudes comunes a todos los mortales, tiene que resolver cuestiones familiares, supo involucrarse en los problemas de centenares de personas que recurrían personalmente o por escrito, así lo documentan sus 370 cartas recogidas para su proceso de beatificación.

Alejandrina encarnó los dones celestes y los irradió en rededor suyo. Como los auténticos y grandes místicos cristianos, nunca se encerró en sí misma, pues la indiferencia se opone radicalmente a la caridad, que es la virtud fundamental. La prueba más elocuente y siempre a costa de una constante renuncia, es la donación total de Alejandrina a los millares de personas que tocaban a su puerta, sobre todo en los últimos diez años de vida y que recibían sus auxilios espirituales y materiales.

Su sonrisa perenne, tan acogedora y serena, aun en sus más acuciantes dolores, hacía pensar en el Corazón de Cristo, que se dilata sin medida, que abarca todo, que de todo se conmueve y con todos se identifica.

Alejandrina vibraba delante de las más pequeñas necesidades de su prójimo: “Quiero practicar el bien, quiero que todos mis actos estén embebidos de bondad y dulzura, no soporto el pensamiento de que los pobres pasen hambre o no tengan vestidos que ponerse. Me atormenta el recuerdo del prójimo que se encuentra con graves angustias. Mi corazón, aunque es malo, sufre y muere por no poderse transformar en pan, vestidos, consuelo y alegría para todos los necesitados. Jesús, amo a todos y a todos quiero consolar por tu amor”.

Sentía que todo el apostolado tomaba raíces entre los pobres, cuando estaba unido al socorro material. “Pobre criaturas y pobres almas, si nos preocupáramos nada más del cielo, cuántos morirían de hambre y de frío. Cuantas almas caerían en la desesperación. Y volteando hacia su Señor: “¿no fuiste Tú, Oh Jesús, quién predicaste y enseñaste la caridad?

En una carta aconseja: “Amemos a Jesús sin límites y después amémonos en Él con su amor, lo estimo mucho, lo quiero bien en el Señor, pero esta estima es desinteresada y motivada por el lugar que Jesús reservó para sí en mi corazón. Qué pena no ver en el prójimo otro Cristo, otro yo, para no indisponernos con todos y por todo, ¿Qué Jesús no murió por todos?

Madre de los necesitados

En su caridad, Alejandrina parecía una madre, por lo que el párroco afirmaba muchas veces: “Cuando ella muera, va a hacer mucha falta en la feligresía, imitó a su madre y la superó, porque bebía en la verdadera fuente del amor que es Jesús”.

Desde pequeña, Alejandrina “amaba a las personas ancianas y a los niños y se ofrecía siempre para ayudarlas”.

Tocaba a la puerta un pobrecito y ella corría hasta la madre para que le diera una limosna y le decía: “Dale también un poco de sopa, aún hay más en la cacerola”.

Siendo catequista de la parroquia, se enteró que una niña estaba gravemente enferma y acudió hasta ella rápidamente, la cuidó durante su enfermedad con todo cuidado y cariño, como una pequeña madrecita, asistiéndola hasta la muerte y la acompañó hasta su sepultura.

Cuentan dos hermanas recogidas por caridad en su casa: “Nosotras dormíamos en un cuarto junto al de Alejandrina, en la pared que los dividía había una ventanita y en casa andaba un gato que venía todas las noches y se subía en nuestra cama, yo sentía mucho miedo, pero aún ahora me parece ver la mano de Alejandrina ahuyentando aquel gato y diciéndonos que no tuviéramos miedo, que no nos haría nada.

Ella nos recibió en su casa al enterarse que nuestros padres habían perdido todos sus bienes y con su inmensa caridad nos socorría en todo, muchas veces nos llamaba junto a su cama, para verificar que merendábamos.

La profesora María Amalia cuenta a su vez: “Con mi colega Concentina íbamos todos los años a pedirle oraciones por los exámenes de nuestros alumnos, siempre se informaba si alguno no estaba lo suficientemente preparado y suplicaba: “Preséntenle a todos el examen, para que no queden tristes, así podrán ayudar a sus familias, yo rezaré y todo correrá bien”.

Su predilección por los niños era evidente, los protegía, les daba comida y vestidos. En la ocasión de las excursiones escolares, ella le pagaba el viaje a los más pobres, para que todos estuvieran contentos. Muchas veces la infancia es víctima inocente de la sociedad egoísta y corrompida. Alejandrina se ocupaba de ellos para defenderlos, para prepararlos para la vida con sus estudios, con el aprendizaje de algún oficio y con una educación válida.

En una de las florecillas de Mayo se puede leer: “Rezaré y sufriré para que no le roben su inocencia a los niños”. Y le escribía a su Director espiritual: “El portador de este billete es Javier, el niño de quien le hablé hace días, tenga la bondad de enviarme el número de matrícula y la lista de las cosas necesarias”.

Son muchos los casos resueltos por ella, ingresando niños en los colegios.

“Fue Alejandrina –atestigua una madre- quien consiguió que mi hija, que es retrasada mental, ingresara en un colegio de Lisboa, dirigido por las Hijas de María Auxiliadora”.

“Alejandrina – escribe Don David Novais – tenía una caridad sin límites, muchas veces recomendó niñas de Balasar, yo mismo llegué a recibir algunas de esas niñas, algunas hasta de 20 años, para quienes nuestras obras de asistencia social las salva de peligros morales”.

“Alejandrina – cuenta la maestra María Alice – fue una verdadera madre para mí. Yo era huérfana y ella pagó mi pensión del colegio, mi ajuar y los libros. Si hoy vivo sin preocupaciones, se lo debo a ella, para quien va toda mi veneración y reconocimiento”.

Un coro de gratitud

En la investigación preparatoria para el proceso de sus virtudes y fama de santidad, muchas personas narraron los beneficios recibidos de Alejandrina. ¡Todas dieron su testimonio con gran conmoción y lágrimas ardientes! He aquí algunos testimonios:

“Durante mi enfermedad, Alejandrina me socorrió muchas veces, ayudándome a mantener a mis cinco hijos”.

“Ella se ofreció como fiadora de una cantidad que pedí prestada para comprar una casita”.

“Cuando yo estaba en el hospital, ella socorrió a mi familia, muchas veces le encargó a su hermana que me visitara y me trajera dinero para ayudarme”.

“Sabiendo que estábamos en apuros, nos pagó varias veces la cuota para ir a los ejercicios espirituales. Por Navidad, en secreto nos mandaba vino”.

“Me prestó dinero para enfrentar necesidades muy graves que teníamos en la familia y nunca aceptó cobrar interés. Vistió muchas veces a mis hijos, en varias fiestas me ofreció pan y carne y le consiguió trabajo en una fábrica a mi marido”.

“Durante mi internamiento en un hospital proveyó de alimento a mis dos hijos y cuando no pude retomar el trabajo, me ayudó con dinero”.

“Cuando fui intimado por el tribunal para desalojar la casa, Alejandrina nos ayudó para que ocupáramos gratuitamente una casa  de una amiga suya. Después organizó una petición de ayuda, a fin de recoger el dinero necesario para construirnos una casa, ella misma abrió la suscripción con 500 pesos”.

“Yo tenía 9 hijos y quedé viuda muy joven, cuando Alejandrina lo supo vino en mi ayuda, diciéndome: – No pases hambre, cuando tengas necesidad, ven conmigo y te daré lo que necesites”.

“Por Navidad y por Pascua distribuía ropa, calzado y carne para los necesitados de la parroquia”.

“Vestía a los huérfanos para que no sintieran la falta de los padres y desde su lecho de dolor, derramaba sobre ellos inmensas atenciones y cariño.

“Un día – afirmaba una señora rica – visité a Alejandrina, como acostumbraba hacer cuando necesitaba desahogarme y recibir consuelo. Estaba humillada, porque mi marido quería construir una escuela y me negaba algunas cosas indispensables. Alejandrina me dice con gravedad: “Las escuelas las debe de construir el gobierno, mejor sería construir casas para los pobres”. – Pero, ¿cómo he de convencerlo? Le repliqué. Y ella: “Volteemos hacia Dios”. Y pocos días después, cuando se debía de iniciar la construcción de la escuela, mi esposo cambió de idea y me dice: “Pensé que será mejor aplicar aquella suma de dinero en la construcción de casas para los pobres”. Y mandó construir un barrio donde ahora viven una docena de familias. Terminadas las últimas casas, le dije: “Espero que no le des nuestro nombre al barrio, el nombre que le corresponde es el de Alejandrina, le expliqué el motivo y él, maravillado, me respondió: “Haz como quieras”.

Una población de luto

Es imposible saber toda la caridad ejercida por Alejandrina, ella nunca revelaba las limosnas que daba. José Nogueira nos decía: “Como depositaba su confianza en mí, me había escogido para llevar limosna a algunos pobres, pero al entregarme las sumas, siempre en sobres cerrados, me decía: “Sé que N. N. tiene dificultades, llévale este dinero, pero recomiéndale que no lo divulgue”.

Era este el estilo, para no humillar a nadie, acostumbraba decir: “Da gracias a la divina Providencia y que ninguno más lo sepa”.

“Estaba segura de encontrar en Alejandrina un corazón semejante al corazón de mi Dios: Hacía prodigios de caridad – así afirma una persona en desgracia. Y una profesora: “Tenía un alma grande hasta lo inverosímil”.

Es significativo el hecho de que, cuando Alejandrina murió, todos sus paisanos, sin ponerse de acuerdo, vistieron de luto por un mes. Por los campos se oía decir: “¡Murió la madre de los pobres!” Era el sentimiento general.

El párroco, en enero de 1956, publicaba en el periódico de la región: “En muchos lugares de la feligresía no entró la alegría esta navidad, el invierno dejó sin trabajo a muchos jefes de familia y con la desaparición de Alejandrina se privó a mucha gente de ropa y de alimento, en lo que ella invertía sumas relevantes que recibía de amigos y admiradores”.

“Amen a quien les hace el mal”

¿Alejandrina tenía enemigos? – Sí, muchos enemigos. Los tuvo en su aldea, en los sacerdotes de la curia y entre los periodistas.

Escribe en su Diario: “Amo a quien me ama, amo a los justos y a los pecadores, pero también amo a quienes me hieren, porque en ellos veo a Jesús y los amo a todos por amor a Jesús”.

En primer lugar, a quien tramó quitarle su primer Director espiritual. La noticia se la comunicó el mismo Padre Pinho. Alejandrina recuerda el hecho: “A las 6 de la tarde me entregaron el correo y vi su carta (del P. Pinho), cuando la tuve en mis manos, los brazos parecían despedazarse y que la sangre se me congelaba en las venas. No tenía fuerzas para abrirla. Pensé: “venga lo que venga, vamos, Jesús mío, acepto todo por amor. Y decía, perdono a todos aquellos que me causan este dolor de muerte” es verdad que ya Deolinda me había dado, gota a gota, todo el veneno que contenía la carta, pero ahora llegaba la confirmación. Mis lágrimas y mi oración a Jesús era mi venganza, al perdonar a todos”. (23-2-1942)

“Me siento sola, me robaron el amparo que tenía en la tierra, perdona, Jesús, al que me causó todo esto. Para todos pido compasión y pido luz para su ceguera”.

Dos años después, internada en el hospital para el control de su ayuno total y completa anuria, hubo una enfermera incrédula que la ironizaba de forma cínica y Alejandrina comenta: “Fue un verdadero verdugo durante todo el internamiento, ella ni siquiera imaginaba lo que me hacía sufrir, que Dios la perdone”.

Su amiga María Teresa, le dice un día a Alejandrina: “Yo había aceptado todo, pero me hubiera gustado decirle algunas cosas a aquellas enfermeras. – Pero Alejandrina le replica: “No, cuando perdonamos, es cuando sentimos a Dios junto a nosotros”.

Tres enemigas en la aldea

También en la población existían tres mujeres que la acusaron ante el sacerdote de la curia, diciendo que Alejandrina se hacía pasar por santa, para lucrar. La acusación fue aceptada y hecha propia por la comisión de la curia, a los que les encargó el Arzobispo examinar el caso de Balasar.

En una relación elaborada por el Padre Mariano Pinho en 1945, se lee: “Otra acusación para denigrar a Alejandrina, diciendo que escogió un modo de vida muy rentable y que teniendo mucho dinero acumulado, ya compró varios terrenos, se trata de auténticas insinuaciones calumniosas”.

El Padre Humberto, en su trabajo para la instrucción del proceso de beatificación y canonización, tuvo que esclarecer las cosas. Descubrió que el pretexto de las tres mujeres se fundaba en una donación de un huerto y de un pequeño campo por parte de dos personas amigas para evitar que la madre y el tío tuvieran que trabajar de empleados y fueran dueños de su trabajo y así pudieran cuidar mejor a Alejandrina, necesitada siempre de asistencia constante.

Alejandrina comenta: “Si cuando menos sufriera sola, me cuesta mucho ver que sufren los que quiero tanto y a quienes tanto debo”.

Otra acusación de las tres mujeres fue que Alejandrina “era una bruja, una histérica, una auténtica impostora”, también esta acusación fue recibida sin examen de parte de los teólogos de Braga, a los cuales se unieron algunos artículos de la prensa católica.

Extraemos del Diario de Alejandrina: ¡Dolor que matas al dolor! ¡Dolor que solamente puede ser comprendido por ti, Jesús! Puestos mis ojos en ti, las calumnias, las humillaciones, los desprecios, los odios, el olvido, tiene toda la dulzura de tu amor. Venga todo aquello que te agrada, muera mi nombre, como siento que mueren el cuerpo y el alma, con tal que de viva tu divino amor en los corazones y tu gracia en las almas, es por eso que me dejo inmolar, ven Jesús, Socorro, Socorro, quieren privarme de todo, amenazan con dejarme sin Comunión, prohibiendo al párroco venir a mi casa a no ser que esté en peligro de muerte, me pusieron en la boca de todos sin mi consentimiento, y ahora quieren, a costa de mi dolor, recoger las plumas que el viento dispersó”. (1-8-1944)

El doctor Azevedo le avisó al P. Humberto, que hacía un mes que visitaba a Alejandrina: “Si yo no estuviera tan convencido de la perseverancia de la enferma, habría pasado días de preocupación con el recelo de que ella perdiera el valor. el último sufrimiento fue muy agudo, el párroco le dio la noticia de tal manera, que si no fuera porque Alejandrina es tan capaz como nosotros sabemos, habría caído en el desánimo, al menos al principio. Por el contrario, heroica como es, apoyada en Dios se vence siempre”

Con estos acontecimientos adversos, el Padre Humberto sintió la obligación de tomar la defensa de Alejandrina. Envió al Arzobispo una larga relación, poniendo al descubierto la inconsistencia de las acusaciones hechas sin haber interrogado a quienes podían aportar pruebas de todo lo que sucedía en la casa de los Costas. Tomó una posición fuerte ante esta grave injusticia, que tuvo resonancia nacional al ser propagada en los púlpitos y en los periódicos.

Don David Novais recuerda aquel período amargo: “Alejandrina aceptó las disposiciones con resignación ilimitada, nunca oí una queja, ni el nombre de uno o de otro de los que la calumniaban. La encontré siempre resignada y disculpando todo”.

Tú a tú con una de las tres

La persona que fuera instrumento de la dolorosa intriga manobriada por dos de las más astutas y malignas adversarias de Alejandrina, dos años más tarde, comprendió y pidió un encuentro con la enferma.

Alejandrina, sin nombrarla, habla de esto en su Diario: “Deolinda me anunció que aquella joven me quería hacer una visita. Yo esperaba ansiosamente esta reconciliación. No porque tuviera remordimientos de conciencia por algo, sino porque comprendía que, entre las personas piadosas, no deben de existir diferencias, motivos de mal ejemplo y de disgusto para Jesús”.

Hasta entonces, cuando me llegaba el pensamiento de que nos veríamos algún día cara a cara, después de tantos disgustos que me causara, me parecía que fuera como darme una puñalada que pudiera quitarme la vida. Deseaba que nos viéramos, pero temía  no soportarlo.

Quedé indiferente, como si fueran cosas que no me dijeran nada. Durante la Comunión, recomendé a mi Jesús que resolviera todo según su voluntad. Yo recelaba que no fuera a seguir la voluntad de Dios y como se aproximara la hora de la visita, me dirigí al Corazón de Jesús: “Haz que yo la reciba con la bondad y el amor de tu Corazón divino, dame tu humildad, haz que yo olvide los sufrimientos que ella me causó, así como deseo que tu olvides las ingratitudes que yo haya causado”.

Llegó y la recibí sonriente, con toda la dulzura posible, tuve que emplear mucha violencia para controlarme y vencerme, a veces el corazón parecía que me sofocaba la respiración y el habla.

Procuré hacerle comprender su comportamiento y cuando me pidió perdón, le dije: “Si Dios no te castiga, pues yo no lo pido, puedes quedar segura de que nunca te castigará, yo deseo olvidar todo, así como deseo que Jesús olvide mi ingratitud y la ingratitud del mundo entero”.

Mi corazón se llenó de compasión por ella y la perdoné con toda mi alma, vi en ella a Nuestro Señor”.

Aquella joven fue recibida en la casa de Alejandrina, cuando era pequeña y sus padres habían caído en la más oscura miseria. Con ella fue recibida también una hermana pequeña, para quien Alejandrina dio la dote, cuando quiso entrar a una congregación religiosa.

“Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo, es un mentiroso” – enseña San Juan Evangelista.

   

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