Entramos en este capítulo con la
definición que da Alejandrina al provincial de los
Misioneros del Espíritu
Santo. Después de tantos dones místicos con que el Señor enriqueciera a
Alejandrina, el lector tendrá el concepto de que se trata de un alma a quien hay
que admirar más que imitar. Este sería un error de perspectiva.
Es verdad que ella llegó a alturas
místicas excepcionales, pero sólo porque correspondió a la gracia de Dios y
porque el Señor la destinó a una misión singular.
La claridad celeste que se desprende de
ella no nos debe de engañar, Alejandrina vivió día a día las vicisitudes comunes
a todos los mortales, tiene que resolver cuestiones familiares, supo
involucrarse en los problemas de centenares de personas que recurrían
personalmente o por escrito, así lo documentan sus 370 cartas recogidas para su
proceso de beatificación.
Alejandrina encarnó los dones celestes y
los irradió en rededor suyo. Como los auténticos y grandes místicos cristianos,
nunca se encerró en sí misma, pues la indiferencia se opone radicalmente a la
caridad, que es la virtud fundamental. La prueba más elocuente y siempre a costa
de una constante renuncia, es la donación total de Alejandrina a los millares de
personas que tocaban a su puerta, sobre todo en los últimos diez años de vida y
que recibían sus auxilios espirituales y materiales.
Su sonrisa perenne, tan acogedora y
serena, aun en sus más acuciantes dolores, hacía pensar en el Corazón de Cristo,
que se dilata sin medida, que abarca todo, que de todo se conmueve y con todos
se identifica.
Alejandrina vibraba delante de las más
pequeñas necesidades de su prójimo: “Quiero practicar el bien, quiero que todos
mis actos estén embebidos de bondad y dulzura, no soporto el pensamiento de que
los pobres pasen hambre o no tengan vestidos que ponerse. Me atormenta el
recuerdo del prójimo que se encuentra con graves angustias. Mi corazón, aunque
es malo, sufre y muere por no poderse transformar en pan, vestidos, consuelo y
alegría para todos los necesitados. Jesús, amo a todos y a todos quiero consolar
por tu amor”.
Sentía que todo el apostolado tomaba
raíces entre los pobres, cuando estaba unido al socorro material. “Pobre
criaturas y pobres almas, si nos preocupáramos nada más del cielo, cuántos
morirían de hambre y de frío. Cuantas almas caerían en la desesperación. Y
volteando hacia su Señor: “¿no fuiste Tú, Oh Jesús, quién predicaste y enseñaste
la caridad?
En una carta aconseja: “Amemos a Jesús sin
límites y después amémonos en Él con su amor, lo estimo mucho, lo quiero bien en
el Señor, pero esta estima es desinteresada y motivada por el lugar que Jesús
reservó para sí en mi corazón. Qué pena no ver en el prójimo otro Cristo, otro
yo, para no indisponernos con todos y por todo, ¿Qué Jesús no murió por todos?
En su caridad, Alejandrina parecía una
madre, por lo que el párroco afirmaba muchas veces: “Cuando ella muera, va a
hacer mucha falta en la feligresía, imitó a su madre y la superó, porque bebía
en la verdadera fuente del amor que es Jesús”.
Desde pequeña, Alejandrina “amaba a las
personas ancianas y a los niños y se ofrecía siempre para ayudarlas”.
Tocaba a la puerta un pobrecito y ella
corría hasta la madre para que le diera una limosna y le decía: “Dale también un
poco de sopa, aún hay más en la cacerola”.
Siendo catequista de la parroquia, se
enteró que una niña estaba gravemente enferma y acudió hasta ella rápidamente,
la cuidó durante su enfermedad con todo cuidado y cariño, como una pequeña
madrecita, asistiéndola hasta la muerte y la acompañó hasta su sepultura.
Cuentan dos hermanas recogidas por caridad
en su casa: “Nosotras dormíamos en un cuarto junto al de Alejandrina, en la
pared que los dividía había una ventanita y en casa andaba un gato que venía
todas las noches y se subía en nuestra cama, yo sentía mucho miedo, pero aún
ahora me parece ver la mano de Alejandrina ahuyentando aquel gato y diciéndonos
que no tuviéramos miedo, que no nos haría nada.
Ella nos recibió en su casa al enterarse
que nuestros padres habían perdido todos sus bienes y con su inmensa caridad nos
socorría en todo, muchas veces nos llamaba junto a su cama, para verificar que
merendábamos.
La profesora María Amalia cuenta a su vez:
“Con mi colega Concentina íbamos todos los años a pedirle oraciones por los
exámenes de nuestros alumnos, siempre se informaba si alguno no estaba lo
suficientemente preparado y suplicaba: “Preséntenle a todos el examen, para que
no queden tristes, así podrán ayudar a sus familias, yo rezaré y todo correrá
bien”.
Su predilección por los niños era
evidente, los protegía, les daba comida y vestidos. En la ocasión de las
excursiones escolares, ella le pagaba el viaje a los más pobres, para que todos
estuvieran contentos. Muchas veces la infancia es víctima inocente de la
sociedad egoísta y corrompida. Alejandrina se ocupaba de ellos para defenderlos,
para prepararlos para la vida con sus estudios, con el aprendizaje de algún
oficio y con una educación válida.
En una de las florecillas de Mayo se puede
leer: “Rezaré y sufriré para que no le roben su inocencia a los niños”. Y le
escribía a su Director espiritual: “El portador de este billete es Javier, el
niño de quien le hablé hace días, tenga la bondad de enviarme el número de
matrícula y la lista de las cosas necesarias”.
Son muchos los casos resueltos por ella,
ingresando niños en los colegios.
“Fue Alejandrina –atestigua una madre-
quien consiguió que mi hija, que es retrasada mental, ingresara en un colegio de
Lisboa, dirigido por las Hijas de María Auxiliadora”.
“Alejandrina – escribe Don David Novais –
tenía una caridad sin límites, muchas veces recomendó niñas de Balasar, yo mismo
llegué a recibir algunas de esas niñas, algunas hasta de 20 años, para quienes
nuestras obras de asistencia social las salva de peligros morales”.
“Alejandrina – cuenta la maestra María
Alice – fue una verdadera madre para mí. Yo era huérfana y ella pagó mi pensión
del colegio, mi ajuar y los libros. Si hoy vivo sin preocupaciones, se lo debo a
ella, para quien va toda mi veneración y reconocimiento”.
En la investigación preparatoria para el
proceso de sus virtudes y fama de santidad, muchas personas narraron los
beneficios recibidos de Alejandrina. ¡Todas dieron su testimonio con gran
conmoción y lágrimas ardientes! He aquí algunos testimonios:
“Durante mi enfermedad, Alejandrina me
socorrió muchas veces, ayudándome a mantener a mis cinco hijos”.
“Ella se ofreció como fiadora de una
cantidad que pedí prestada para comprar una casita”.
“Cuando yo estaba en el hospital, ella
socorrió a mi familia, muchas veces le encargó a su hermana que me visitara y me
trajera dinero para ayudarme”.
“Sabiendo que estábamos en apuros, nos
pagó varias veces la cuota para ir a los ejercicios espirituales. Por Navidad,
en secreto nos mandaba vino”.
“Me prestó dinero para enfrentar
necesidades muy graves que teníamos en la familia y nunca aceptó cobrar interés.
Vistió muchas veces a mis hijos, en varias fiestas me ofreció pan y carne y le
consiguió trabajo en una fábrica a mi marido”.
“Durante mi internamiento en un hospital
proveyó de alimento a mis dos hijos y cuando no pude retomar el trabajo, me
ayudó con dinero”.
“Cuando fui intimado por el tribunal para
desalojar la casa, Alejandrina nos ayudó para que ocupáramos gratuitamente una
casa de una amiga suya. Después organizó una petición de ayuda, a fin de
recoger el dinero necesario para construirnos una casa, ella misma abrió la
suscripción con 500 pesos”.
“Yo tenía 9 hijos y quedé viuda muy joven,
cuando Alejandrina lo supo vino en mi ayuda, diciéndome: – No pases hambre,
cuando tengas necesidad, ven conmigo y te daré lo que necesites”.
“Por Navidad y por Pascua distribuía ropa,
calzado y carne para los necesitados de la parroquia”.
“Vestía a los huérfanos para que no
sintieran la falta de los padres y desde su lecho de dolor, derramaba sobre
ellos inmensas atenciones y cariño.
“Un día – afirmaba una señora rica –
visité a Alejandrina, como acostumbraba hacer cuando necesitaba desahogarme y
recibir consuelo. Estaba humillada, porque mi marido quería construir una
escuela y me negaba algunas cosas indispensables. Alejandrina me dice con
gravedad: “Las escuelas las debe de construir el gobierno, mejor sería construir
casas para los pobres”. – Pero, ¿cómo he de convencerlo? Le repliqué. Y ella:
“Volteemos hacia Dios”. Y pocos días después, cuando se debía de iniciar la
construcción de la escuela, mi esposo cambió de idea y me dice: “Pensé que será
mejor aplicar aquella suma de dinero en la construcción de casas para los
pobres”. Y mandó construir un barrio donde ahora viven una docena de familias.
Terminadas las últimas casas, le dije: “Espero que no le des nuestro nombre al
barrio, el nombre que le corresponde es el de Alejandrina, le expliqué el motivo
y él, maravillado, me respondió: “Haz como quieras”.
Es imposible saber toda la caridad
ejercida por Alejandrina, ella nunca revelaba las limosnas que daba. José
Nogueira nos decía: “Como depositaba su confianza en mí, me había escogido para
llevar limosna a algunos pobres, pero al entregarme las sumas, siempre en sobres
cerrados, me decía: “Sé que N. N. tiene dificultades, llévale este dinero, pero
recomiéndale que no lo divulgue”.
Era este el estilo, para no humillar a
nadie, acostumbraba decir: “Da gracias a la divina Providencia y que ninguno más
lo sepa”.
“Estaba segura de encontrar en Alejandrina
un corazón semejante al corazón de mi Dios: Hacía prodigios de caridad – así
afirma una persona en desgracia. Y una profesora: “Tenía un alma grande hasta lo
inverosímil”.
Es significativo el hecho de que, cuando
Alejandrina murió, todos sus paisanos, sin ponerse de acuerdo, vistieron de luto
por un mes. Por los campos se oía decir: “¡Murió la madre de los pobres!” Era el
sentimiento general.
El párroco, en enero de 1956, publicaba en
el periódico de la región: “En muchos lugares de la feligresía no entró la
alegría esta navidad, el invierno dejó sin trabajo a muchos jefes de familia y
con la desaparición de Alejandrina se privó a mucha gente de ropa y de alimento,
en lo que ella invertía sumas relevantes que recibía de amigos y admiradores”.
¿Alejandrina tenía enemigos? – Sí, muchos
enemigos. Los tuvo en su aldea, en los
sacerdotes de la curia y entre los
periodistas.
Escribe en su Diario: “Amo a quien me ama,
amo a los justos y a los pecadores, pero también amo a quienes me hieren, porque
en ellos veo a Jesús y los amo a todos por amor a Jesús”.
En primer lugar, a quien tramó quitarle su
primer Director espiritual. La noticia se la comunicó el mismo Padre Pinho.
Alejandrina recuerda el hecho: “A las 6 de la tarde me entregaron el correo y vi
su carta (del P. Pinho), cuando la tuve en mis manos, los brazos parecían
despedazarse y que la sangre se me congelaba en las venas. No tenía fuerzas para
abrirla. Pensé: “venga lo que venga, vamos, Jesús mío, acepto todo por amor. Y
decía, perdono a todos aquellos que me causan este dolor de muerte” es verdad
que ya Deolinda me había dado, gota a gota, todo el veneno que contenía la
carta, pero ahora llegaba la confirmación. Mis lágrimas y mi oración a Jesús era
mi venganza, al perdonar a todos”. (23-2-1942)
“Me siento sola, me robaron el amparo que
tenía en la tierra, perdona, Jesús, al que me causó todo esto. Para todos pido
compasión y pido luz para su ceguera”.
Dos años después, internada en el hospital
para el control de su ayuno total y completa anuria, hubo una enfermera
incrédula que la ironizaba de forma cínica y Alejandrina comenta: “Fue un
verdadero verdugo durante todo el internamiento, ella ni siquiera imaginaba lo
que me hacía sufrir, que Dios la perdone”.
Su amiga María Teresa, le dice un día a
Alejandrina: “Yo había aceptado todo, pero me hubiera gustado decirle algunas
cosas a aquellas enfermeras. – Pero Alejandrina le replica: “No, cuando
perdonamos, es cuando sentimos a Dios junto a nosotros”.
También en la población existían tres
mujeres que la acusaron ante el sacerdote de la curia, diciendo que Alejandrina
se hacía pasar por santa, para lucrar. La acusación fue aceptada y hecha propia
por la comisión de la curia, a los que les encargó el Arzobispo examinar el caso
de Balasar.
En una relación elaborada por el Padre
Mariano Pinho en 1945, se lee: “Otra acusación para denigrar a Alejandrina,
diciendo que escogió un modo de vida muy rentable y que teniendo mucho dinero
acumulado, ya compró varios terrenos, se trata de auténticas insinuaciones
calumniosas”.
El Padre Humberto, en su trabajo para la
instrucción del proceso de beatificación y canonización, tuvo que esclarecer las
cosas. Descubrió que el pretexto de las tres mujeres se fundaba en una donación
de un huerto y de un pequeño campo por parte de dos personas amigas para evitar
que la madre y el tío tuvieran que trabajar de empleados y fueran dueños de su
trabajo y así pudieran cuidar mejor a Alejandrina, necesitada siempre de
asistencia constante.
Alejandrina comenta: “Si cuando menos
sufriera sola, me cuesta mucho ver que sufren los que quiero tanto y a quienes
tanto debo”.
Otra acusación de las tres mujeres fue que
Alejandrina “era una bruja, una histérica, una auténtica impostora”, también
esta acusación fue recibida sin examen de parte de los teólogos de Braga, a los
cuales se unieron algunos artículos de la prensa católica.
Extraemos del Diario de Alejandrina:
¡Dolor que matas al dolor! ¡Dolor que solamente puede ser comprendido por ti,
Jesús! Puestos mis ojos en ti, las calumnias, las humillaciones, los desprecios,
los odios, el olvido, tiene toda la dulzura de tu amor. Venga todo aquello que
te agrada, muera mi nombre, como siento que mueren el cuerpo y el alma, con tal
que de viva tu divino amor en los corazones y tu gracia en las almas, es por eso
que me dejo inmolar, ven Jesús, Socorro, Socorro, quieren privarme de todo,
amenazan con dejarme sin Comunión, prohibiendo al párroco venir a mi casa a no
ser que esté en peligro de muerte, me pusieron en la boca de todos sin mi
consentimiento, y ahora quieren, a costa de mi dolor, recoger las plumas que el
viento dispersó”. (1-8-1944)
El doctor Azevedo le avisó al P. Humberto,
que hacía un mes que visitaba a Alejandrina: “Si yo no estuviera tan convencido
de la perseverancia de la enferma, habría pasado días de preocupación con el
recelo de que ella perdiera el valor. el último sufrimiento fue muy agudo, el
párroco le dio la noticia de tal manera, que si no fuera porque Alejandrina es
tan capaz como nosotros sabemos, habría caído en el desánimo, al menos al
principio. Por el contrario, heroica como es, apoyada en Dios se vence siempre”
Con estos acontecimientos adversos, el
Padre Humberto sintió la obligación de tomar la defensa de Alejandrina. Envió al
Arzobispo una larga relación, poniendo al descubierto la inconsistencia de las
acusaciones hechas sin haber interrogado a quienes podían aportar pruebas de
todo lo que sucedía en la casa de los Costas. Tomó una posición fuerte ante esta
grave injusticia, que tuvo resonancia nacional al ser propagada en los púlpitos
y en los periódicos.
Don David Novais recuerda aquel período
amargo: “Alejandrina aceptó las disposiciones con resignación ilimitada, nunca
oí una queja, ni el nombre de uno o de otro de los que la calumniaban. La
encontré siempre resignada y disculpando todo”.
La persona que fuera instrumento de la
dolorosa intriga manobriada por dos de las más astutas y malignas adversarias de
Alejandrina, dos años más tarde, comprendió y pidió un encuentro con la enferma.
Alejandrina, sin nombrarla, habla de esto
en su Diario: “Deolinda me anunció que aquella joven me quería hacer una visita.
Yo esperaba ansiosamente esta reconciliación. No porque tuviera remordimientos
de conciencia por algo, sino porque comprendía que, entre las personas piadosas,
no deben de existir diferencias, motivos de mal ejemplo y de disgusto para
Jesús”.
Hasta entonces, cuando me llegaba el
pensamiento de que nos veríamos algún día cara a cara, después de tantos
disgustos que me causara, me parecía que fuera como darme una puñalada que
pudiera quitarme la vida. Deseaba que nos viéramos, pero temía no soportarlo.
Quedé indiferente, como si fueran cosas
que no me dijeran nada. Durante la Comunión, recomendé a mi Jesús que resolviera
todo según su voluntad. Yo recelaba que no fuera a seguir la voluntad de Dios y
como se aproximara la hora de la visita, me dirigí al Corazón de Jesús: “Haz que
yo la reciba con la bondad y el amor de tu Corazón divino, dame tu humildad, haz
que yo olvide los sufrimientos que ella me causó, así como deseo que tu olvides
las ingratitudes que yo haya causado”.
Llegó y la recibí sonriente, con toda la
dulzura posible, tuve que emplear mucha violencia para controlarme y vencerme, a
veces el corazón parecía que me sofocaba la respiración y el habla.
Procuré hacerle comprender su
comportamiento y cuando me pidió perdón, le dije: “Si Dios no te castiga, pues
yo no lo pido, puedes quedar segura de que nunca te castigará, yo deseo olvidar
todo, así como deseo que Jesús olvide mi ingratitud y la ingratitud del mundo
entero”.
Mi corazón se llenó de compasión por ella
y la perdoné con toda mi alma, vi en ella a Nuestro Señor”.
Aquella joven fue recibida en la casa de
Alejandrina, cuando era pequeña y sus padres habían caído en la más oscura
miseria. Con ella fue recibida también una hermana pequeña, para quien
Alejandrina dio la dote, cuando quiso entrar a una congregación religiosa.
“Quien dice que ama a Dios y no ama a su
prójimo, es un mentiroso” – enseña San Juan Evangelista.