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Capítulo XV

“Exprimida por los pecadores”

Cooperadora Salesiana

En el año de 1944, Alejandrina se inscribió en la Pía Unión de los Cooperadores Salesianos y quiso colocar su diploma de Cooperadora “en lugar bien patente”, donde pudiera estarlo viendo y para gozar de todas las indulgencias anexas, y con su dolor y sus oraciones, colaborar con los Salesianos para la salvación de las almas, sobre todo por los jóvenes y rezó y sufrió por la santificación de los cooperadores de todo el mundo.

Los Salesianos, a su vez, le ofrecieron una azucena de terciopelo blanco, confeccionada en el Carmelo de Fátima, azucena que llevó en sus manos, cuando estaba amortajada.

Alejandrina, escribió al recibirla: “Quedé muy contenta con la azucena que me ofrecieron para mi caja, no la merezco, ¿pero qué he de hacer? Si fuera por mis méritos, no recibirían nada”.

Y cuando murió, le escribieron en los pétalos, pensamientos sacados de su diario, donde Alejandrina expresaba su deseo de reparación eucarística y de inmolación por los pecadores: y en la cinta de seda que tenía la azucena, se leían las palabras: “Los Salesianos a su Cooperadora”.

“Los tengo a todos en el corazón”

En una cartita, escrita a los novicios salesianos la víspera de una toma de hábito, Alejandrina les manifiesta: “Mis queridos novicios salesianos de tan santa casa: Deseo que ocupen en el Corazón divino de Jesús, el mismo lugar que ocupan en mi corazón, para que puedan recibir todo.

Tengo a todos en mi corazón, los quiero ver en el Corazón de Jesús y de María”.

Son palabras que parecen reproducir las de San pablo a los primeros cristianos: “Cariñosamente, los tengo a todos en mi corazón”.

A los Salesianos les enviaba una estampita con estos pensamientos: “Ser el más humilde de todos. Obediencia ciega. Nunca pecar. Sufrir en silencio. Amar a Jesús. Amar, sólo amar”.

“Mi felicidad está en el sufrimiento”

En una conversación con el Padre Humberto, el 5 de febrero de 1946, Alejandrina le dice: “Me siento muy unida con los Salesianos y con los Cooperadores Salesianos del mundo entero. Todas las veces que miro mi diploma de Cooperadora, ofrezco mis sufrimientos, unida a todos ellos, por la salvación de la juventud. Amo a la Congregación Salesiana, la amo mucho y no la olvidaré nunca, ni en la tierra ni en el cielo”.

Alejandrina tenía una manera elegante de hacer apostolado. Decía: “Me muestro feliz y alegre, mi felicidad está en el sufrimiento y en hacer la voluntad de Dios”.

Y Jesús, en paga, le respondía: “Tú vives mi vida pública, habla, habla a las almas”.

“Le pide a Dios que la abrume con el sufrimiento”

En marzo de 1947, Alejandrina le escribe a su Director: “No sé lo que me sucede, pierdo la vista y no puedo hablar”. Tiene que resignarse a vivir casi siempre a oscuras, no conseguía soportar un rayo de luz. Hablando en aquel tiempo, con respecto a su cuarto, lo llamaba: “Mi oscura prisión”.

Desde 1953 en adelante, sus frágiles huesos parecían desarticularse, para mantenerlos sobre las almohadas fue necesario hacer dos ganchos en forma de S, forrados de algodón y fijarlos en el espaldar de la cama, y que la sostenían por debajo de los brazos.

En el Diario de sus últimos tiempos, dejó escapar una frase que es como un golpe de sonda en el secreto de sus sufrimientos: “Me siento exprimida por los pecadores”.

Además de los dolores que le causaba la mielitis y los frecuentes cólicos renales, a partir de 1946, Alejandrina tiene que ser colocada en un lecho de tablas, porque ya no soportaba un lecho suave, todo su cuerpo parecía descoyuntarse.

A pesar de esto, la devoraba una sed de sufrimientos. En una cartita la navidad de 1946, leemos estas palabras conmovedoras: “A mi querido Jesús en el pesebre. Remitente: “Tu hijita Alejandrina que desea aprender tus lecciones: Sé  mi maestro”. “Mi dulce y querido Jesús: Postrada humildemente delante de tu pesebre, te vengo a adorar y me entrego enteramente a ti para morir aquí mismo, en este momento, para mí misma y para el mundo.

Escucha Jesús: para poder alcanzar aquello que mi corazón tanto ansía, haz que mis oídos no oigan sin las cosas del cielo, que mi lengua y mis labios sólo se muevan para hablar de ti, de tus cosas y de tus alabanzas, que mi corazón no tenga más sentimientos que el amor y el dolor, amor para quererte, dolor para consolarte y para desagraviarte.

Sí, mi Jesús, haz que todo cuando digan de mí, en alabanza o en desprecio, yo lo tome como si no fuera para mí, que yo sea como un cadáver que no habla, que no oye, que no siente.

Jesús mío, quiero decirte algo más, quiero hacerte un acto de resignación con la muerte y un acto de renuncia. Si los médicos con sus experiencias me abreviaran mi vida, yo acepto contenta y perdono a todos de corazón.

Renuncio también al deseo de ver realizadas tus promesas, no quiero saber ni pensar si se van a cumplir, ni siquiera si mi Director vendrá junto a mí antes de mi partida para el cielo.

Aquello que tu quieras, yo quiero, Jesús mío. Tú bien sabes cuanto cuesta esto a mi corazón, que lo siento despedazarse. Y con todo esto, me dejo alegremente abrumar y aniquilar, todo por tu amor”.

“Cómo oveja delante de quien la trasquila”

A fines de 1948 el Señor le clavó una nueva espina: la partida del Padre Humberto, que la dirigía espiritualmente desde 1944.

Alejandrina describe en su Diario el dolor que le causó esta separación: “Sentía escurrir sangre del corazón y lo dedicaba a la salvación del mundo, horas después, recibo una cruel noticia, me dejaba aquel que Jesús colocara como guía de mi alma. Todavía no había recibido la sagrada Comunión, el Padre Humberto fue a buscar a Jesús, para confortarme del golpe que recibiría y pocos minutos después se despedía, viéndome llorar, me dice: Sea hecha la voluntad de Dios.

Respondí: Está bien, pero la voluntad de Dios no nos quita el corazón, sería desesperante si en horas como estas, faltara la fuerza de Dios.

El Padre Humberto me dice: Recuerde que tiene a Jesús en su corazón. Y le contesto: Es verdad, pero Jesús acepta mis lágrimas.

Al día siguiente, viernes, Jesús le habla y Alejandrina le pregunta: Tú dices que me quieres mucho, pero yo no sé como amarte ni sufrir por ti, ¿no sientes pena de mis lágrimas?

No, hija mía –responde Jesús- lágrimas resignadas son lágrimas de amor. Ten valor. Todo entra en mis planes divinos, son estos los caminos de los elegidos. Hagan lo que hagan los hombres esta es mi voluntad, escribo directo con líneas torcidas. En tu vida permito todo para mi mayor gloria”.

La partida del Padre Humberto para Italia, logró que fuera posible en su día, dar a conocer sin obstáculos la vida de Alejandrina en Portugal, donde ella tenía muchos enemigos y también darla a conocer al mundo.

Compasión por los pecadores

“Me gustaría desaparecer en el amor de Dios, de manera que cuando los hombres me buscaran, ya no me encontraran nunca más. Estas palabras se le escaparon un día a Alejandrina, durante una conversación con su Director. Y a pesar de esto, aunque deseara la soledad, sentía pena por las almas de los pecadores, una compasión indecible: “Cuando me cuentan sus miserias, me gustaría abrazarlos, acariciarlos”.

Un día se presentaron frente a ella y venidos de muy lejos, dos jóvenes esposos con tres hijos. Los niños eran de corta edad y habían llegado a ese hogar uno tras otro, demasiado pronto. En una conversación con Alejandrina, los orientó delicadamente para que el pecado no manchara su relación de esposos. Ellos la escuchaban tranquilos, pero ya que se fueron, Alejandrina se sintió perturbada y cuando llegó su Director le expuso el caso: “No sé porque les hablé así, fue una fuerza misteriosa que me obligó”. Pero pasado poco tiempo, regresó el esposo y le agradeció sus buenos consejos, le contó que se habían confesado y con la paz en la conciencia habían resuelto no ofender más a Dios con el pecado.

   

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