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CAPÍTULO XII

“Es una violeta escondida”

“Eres el perfume de tus virtudes”

Un día el P. Humberto recibió la visita de su hermana llegada de Italia. Fueron ambos a visitar a Alejandrina, y en la noche la señora se hospedó en un cuarto vecino al de la enferma. Profundamente conmovida por haber asistido también al éxtasis del viernes, aquella señora no podía dormir, cuando le invade una extrañeza, eran olas de un perfume misterioso que en momentos la envolvían en una atmósfera ensoñadora.

¡Pero que hermoso perfume! exclama ella, encantada- nunca olí cosa semejante. De mañana le contó a su hermano y ambos le preguntaron a Deolinda que clase de perfume usaba Alejandrina. ¿Perfumes? Dijo ella muy admirada- no usamos ningún perfume, ¿cree usted que una pobre casa de aldea usa perfumes?

Y con todo – insistía la señora muy convencida- yo noté un vivo aroma después de mi llegada, cuando entré y me aproximé a la cama de Alejandrina. Pero esta noche, en mis largas horas de insomnio, me vi envuelta por varias veces con ondas muy olorosas. Y no era un olor cualquiera, era una fragancia fina, exquisita y muy variada. No la sentía siempre, era espaciada, como en oleadas.

Deolinda y el Padre Humberto se sonrieron y la señora, muy confusa y apenada, no osaba hablar. Entonces su hermano le explicó el extraño fenómeno que desde años se verificaba, que alrededor de Alejandrina se olía frecuentemente una fragancia suavísima.

Centenares de personas habían experimentado la misma fragancia y también el P. Humberto, en su primera visita a Alejandrina había sido envuelto por esa aura perfumada. Por eso recomendó a Deolinda que no adornase el altar con flores olorosas. Las mismas corrientes balsámicas se hicieron sentir muy lejos, a 150 kilómetros, en el noviciado de Mogofores, donde vivía el P. Humberto, invadían la iglesia, los recreos, se habían manifestado en toda la comunidad.

Alejandrina, el 27 de septiembre de 1944, escribía en su cuaderno estas palabras de Jesús: “Dile a tu Director que fue escogido por mí para venir aquí a estudiar, apoyar y defender mi causa. Dile que el perfume es fragancia divina, que es el perfume de tus virtudes”.

“¡Cómo se está mal en la tierra!

En  la semana de Pasión de 1942 terminaron las manifestaciones del Víacrucis y comenzaron los éxtasis, a las tres de la tarde, todos los viernes y el primer sábado de mes. Y continuaron hasta su muerte, en 1955.

El 26 de agosto de 1955, poco antes de su muerte, Jesús le dijo: “Mis coloquios serán de aquí en adelante, como el encuentro de dos amigos que recuerdan su antigua amistad”.

La duración de los éxtasis públicos era de media hora, en este estado, Alejandrina hablaba de manera clara y perfecta: se podía escribir todo lo que ella decía, o lo que Jesús decía por medio de ella. Algunas veces cantaba, con una melodía inspirada y con una voz bellísima.

También durante el éxtasis ella obedecía las órdenes que su Director le daba, aunque fuera mentalmente. Tal como el rocío vigoriza la planta chamuscada por el calor, así Alejandrina emergía de esos baños celestes, más reforzada en el cuerpo y tonificada en el espíritu. Acostumbrada decir: “Al final de los éxtasis me siento satisfecha, aunque dura muy poco”.

Cuando ella volvía en sí, era como una niña que regresa de un sueño calmado y profundo, recordaba todo lo que había sucedido y corregía o rectificaba lo que estuviera mal escrito por quien había asistido al éxtasis.

En aquellos coloquios estaba como subyugada por la visión de su Señor, repetía frases incandescentes: “Amemos a Jesús, ¡Oh, si pudiéramos amarlo!, ¡Cómo se está mal en este mundo!, no puedo vivir en la tierra.

El rostro se le encendía con un color vivísimo, sus manos estallaban de fiebre. Los éxtasis versaban siempre el mismo asunto o “motivo conductor”: la reparación. Hablan del Jesús que sufre, que llama a los pecadores, del Jesús que necesita de víctimas, de la Virgen María que la invita a inmolarse, que desea salvar al mundo.

Y todavía Alejandrina experimentaba una aversión instintiva a los éxtasis, a estas revelaciones excepcionales que le arrancaban la fuerza de su vida humilde y escondida. Escribió: “Me gustaría amarte mucho, Jesús y nunca ofenderte, pero no quisiera oír en la tierra tu dulce voz, no quisiera ver tu rostro divino ni sufriendo ni radiante de gloria, ya tendré toda la eternidad para contemplarte y oírte.

El tema es siempre el mismo, Dios le pide almas y reparación, Alejandrina, la víctima, repara y ofrece oraciones e inmolaciones por la salvación de las almas. Jesús le dirige palabras delicadísimas, incomparables, nos parece oír el cántico de los cánticos. He aquí algunas centellas de luz: “Uno mi corazón al tuyo, habito en ti y tú en mí, recibe, querida, el amor de tu Jesús, recíbelo, enriquécete, es para que lo distribuyas a las almas, tengo sed, hija mía, tengo sed de amor, las almas no conocen mi locura, y yo estoy siempre dispuesto a recibirlas, les ofrezco mi Corazón, quiero poseerlas”.

“El jardinero divino”

Alejandrina sentía a las almas “clavarse, hambrientas, en las fibras de su carne, sentía que la exprimían, que la estrujaban hasta lo inverosímil”.

El Señor, en los últimos meses, le decía: “Tú eres la víctima de todas las categorías de pecados, no temas, tus tinieblas dan luz, tu muerte da vida, Yo te preparé para esta gran reparación. ¡Si tú supieras  lo que es la vida de Dios en las almas! Yo amo a las almas humildes y pequeñinas, yo soy su grandeza”.

En un éxtasis, Alejandrina vio a Jesús con una regadera en la mano, como un jardinero regando flores de extraordinaria belleza: una imagen muy colorida. Y Jesús comentaba: “Tu corazón es un mundo, Tú me amas por toda la humanidad”. Después lo vi caminar entre las flores.

Parecía una reproducción del libro de los Cantares:

“Mi amigo vino a su jardín
de canteros floridos,
para coger lirios.

Yo soy de mi amigo,
Y mi amigo es todo mío,
Él se pasea entre los lirios”.

Por el final de su vida, el Señor le explica: “Mira, observa al Jardinero divino, está regando las flores de tu jardín, en la tierra que yo cultivé. Quiero que en todo momento florezcan flores de vivo perfume para que sean mi delicia”.

Y le agrega casi en secreto: “Eres una violeta escondida, las verdaderas grandezas, mi obra, mi trabajo en ti sólo será bien comprendido después de tu muerte, a la luz de la eternidad”.

   

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