En junio de 1944, Alejandrina fue privada
de su director espiritual, el P. Mariano Pinho. Algunas personas, movidas por la
compasión al verla en el abandono en que quedaba, pidieron al P. Humberto
Pasquale, salesiano, para que fuera a Balasar.
El P. Humberto fue a verla y se quedó dos
días, inmediatamente comprendió que en aquella alma vibraba algo excepcional.
Pero al mismo tiempo quedó sorprendido ante otros problemas que le causaban
perplejidad y que por eso mismo, exigían prudencia, estudio y mucha oración.
Después, debido a su relación en la
defensa de Alejandrina, la Curia de Braga le prohibió todo ministerio sacerdotal
en la Arquidiócesis. Con todo, ni por eso el P. Humberto abandonó a la enferma,
continuó visitándola y confortándola con toda dedicación y también con la
dedicación y estima de todo el seminario salesiano de Mogofores.
Alejandrina, muy sensibilizada, les
escribía la siguiente carta, llena de gratitud:
“Sólo Dios es grande”
Balasar, 30-10-1944.
Reverendos Padres Salesianos:
Para todos el amor más ardiente de Jesús y
de la Madrecita con todas las riquezas del cielo. Los tengo presentes en todas
las intenciones que me recomendaron y los hago partícipes de mis pobres
oraciones y sufrimientos. Es un deber de gratitud e mi parte. No puedo hacer
nada más. Me siento tan feliz y tan rica con vuestro apoyo. Dios mío, ya no
estoy sola, tengo quien me ayude a subir mi doloroso calvario. Con todo el
corazón y con toda el alma digo: Qué Jesús y la querida Madrecita les
recompensen de todo y les conceda todas las riquezas del cielo, riquezas de
virtud y gracias para con ellas atraer a las almas al Corazón divino de Jesús.
No puedo (escribir) más. Siempre unidos en
la tierra y en el cielo, vuestra bendición y vuestro perdón para esta que
implora oraciones, muchas oraciones.
La pobre Alejandrina
Impedido de confesarla y solicitado por la
misma Alejandrina para director espiritual, el P. Humberto tomó consejo con sus
superiores y pasó a dirigirla por correspondencia y fuera de confesión, y así,
no estando vinculado por el sigilo sacramental, pudo ser más tarde, en el
proceso de beatificación el principal testigo: ¡Providencia del buen Dios!.
Con todo, antes de aceptar la dirección de
Alejandrina, el P. Humberto quiso también aconsejarse con el P. Mariano Pinho y
en un breve encuentro, el primer director lo tranquilizó y le infundió valor:
“Queda a su cargo –le dijo- así la confío, Dios le dará luz para guiarla”.
El P. Mariano Pinho, en su libro ”En el
Calvario de Balasar”, impreso en Brasil, escribe: “Desde la primera visita, ella
vio en ese hijo de Don Bosco un angel de consuelo que venía a infundirle valor
para subir su doloroso calvario. Le abrió su alma con facilidad, cosa que no
acontecía con otros sacerdotes que la visitaban. Confieso que fue para mí, su
primer Director, un grande alivio, al ver como la Providencia suplía de modo
competente, en la persona del P. Humberto Pasquale –maestro de novicios,
predicador y escritor- la falta que, en circunstancias duras y difíciles, le
hacía a la enferma una dirección asidua e iluminada”.
El 8 de septiembre de 1944, el P. Humberto
asumió oficialmente la dirección de
Alejandrina, se preocupó de continuar el
trabajo prudente y sagaz desarrollado por el P. Pinho. Era una misión muy
delicada el guiar un alma tan extraordinariamente dotada.
Fue entonces que le dio a Alejandrina la
orden de escribir, semana a semana, todo aquello que sucedía, una especie de
diario por lo menos resumido, un “pro memoria”. Así se acumularon más de 4000
páginas dactilografiadas, Alejandrina dictaba y Deolinda escribía.
En un éxtasis, el 20 de septiembre de
1944, Jesús aprobó la obediencia de Alejandrina a las disposiciones del Padre
Humberto y le dice: “Escribe todo y entrega todo a quien se interesa de ti y de
mi causa, con eso basta”.
Los escritos de Alejandrina bajo el
aspecto teológico nos dejan maravillados, a veces tienen aspectos líricos, no
necesitan correcciones, tienen vibraciones de poesía pura e imágenes
deslumbrantes, el contenido es denso, de excepcional poder expresivo.
La acción del director espiritual con
almas elevadas a estos estados místicos es apenas una acción de guía, una
especie de señalización. En una frase de Jesús a Alejandrina en 1945, que lo
deja comprender: “Sin un director quedarías peor que los ciegos que nunca vieron
la luz, ellos no ven, pero saben que la luz existe, tu quedarías como si no
supieras cosa alguna, necesitas constantemente de apoyo y de quien te diga que
la luz existe, que tus caminos son los míos, los mas espinosos, un calvario
difícil de subir”.
Jesús le pedía también rezar por aquellos
que están encargados de conducir y
guiar a las almas: “Quiero que tú me ofrezcas
una parte de tus sufrimientos por los sacerdotes, por aquellos sacerdotes que
poseen la luz divina y comprenden mi vida en las almas, para que vengan a poseer
más y no tengan otra vida sino la mía, por aquellos sacerdotes que no
comprenden, para que la estudien y no intenten apagar ni extinguir aquella vida
y aún por todos aquellos que me ofenden gravemente”.
Los sufrimientos y las oraciones de
Alejandrina tuvieron siempre esta preferencia: los sacerdotes y antes que ellos,
el Papa. En el éxtasis del 6 de diciembre de 1940, Alejandrina suplicó a Jesús
que le diera paz al mundo y salvara al Papa. El Señor le respondió: “La paz
vendrá, pero el precio de mucha sangre, el Santo Padre será protegido, el dragón
soberbio y rabiosos que es el mundo, no osará tocar su cabeza, pero su alma será
lacerada”.
Hay una frase conmovedora de Alejandrina,
que deja entrever el origen de sus oraciones: “Desde niña rezo por el Santo
Padre, pero desde hace mucho tiempo, rezo mucho más, porque tengo mucha pena por
sus sufrimientos”.
Es altamente conmovedora su carta a Pío
XII, donde le anuncia que los hombres se habían de conjurar para hacerle el mal
(era en la segunda guerra mundial) pero que no tuviera miedo, porque no
llegarían a tanto, que ella se había ofrecido como víctima por él y que Jesús
había aceptado su oferta: “Padre santo, vuestro pontificado continuará
triunfando, pero vuestra alma tendrá que sufrir mucho”.
He aquí un episodio impresionante.
En una carta al Padre Mariano, Alejandrina
le escribe: “Entré (durante el éxtasis) en los sufrimientos del Huerto de los
Olivos, llena de luz y valor. Fue cosa de pocos instantes. De repente, Jesús me
llama: “Hija mía, hay en Lisboa un sacerdote en peligro de perderse eternamente,
me está ofendiendo de manera muy grave. Llama a tu director y pídele permiso
para que Yo te haga sufrir mucho durante la Pasión, todo para ese sacerdote”.
Obedecí y teniendo el permiso, caí en el jardín de los Olivos y sufrí de un modo
espantoso. Sentía toda la gravedad con que aquella alma ofendía al Señor. Sufrí
el castigo de Dios. Jesús me repetía: “Infierno, infierno”. Yo tenía la
sensación de que él estaba por caer y entonces suplicaba: “¡Al infierno no, mi
Jesús! Él peca pero yo soy su víctima y no sólo cuando él peca, sino hasta que
tu quieras”. El Señor continuaba: “Él engaña a la gente, todos lo juzgan bueno y
por el contrario, me ofende mucho”. Y yo le respondía: “ Es verdad, engaña a
otros, pero no te engaña a ti. Olvida, Jesús, ten compasión”. Jesús, entonces me
dice su nombre: es el Padre N.N. ¡Cuánto sufrí en aquella pasión! Agudas
espadas me traspasaban el alma, también mi cuerpo fue triturado horriblemente,
pero aquel sacerdote no cayó en el infierno”.
El Padre Mariano, en una carta al Padre
Humberto, lo comentaba de esta manera: “Sólo para certificarlo, le escribí a una
religiosa superiora en Lisboa para que se informara junto al Arzobispo si algún
padre lo mortificaba, preguntó y le respondieron que era el Padre N. N.,
precisamente el nombre que dijera Alejandrina.
Meses después, continuaba el Padre
Mariano- vino a visitarme el P. Novais, que regresaba de los ejercicios
espirituales en Fátima. En aquel curso participaba también un señor que
edificaba a todos con su buen comportamiento y que en la noche se retiraba a
dormir en una pensión.
Pero cierta noche, corrieron a llamar
urgentemente a un sacerdote, porque ese señor sufrió un ataque cardiaco y se
hallaba a las puertas de la muerte. Se confesó muy compungido, le administraron
los últimos sacramentos y murió. Era un sacerdote disfrazado, ¿su nombre?, el
mismo nombre que Alejandrina anunciara, el mismo por quien Alejandrina tanto
había sufrido y rezado.
Alejandrina le tenía horror al pecado,
decía a su Director: “No puedo pensar ni hablar del pecado, siento como un
aniquilamiento, siento lacerarme, destruirme, y todavía, estas palabras no dicen
todo aquello que siento”.
Se le oía en un suspiro: “¿Cómo puede todo
el dolor humano reparar el más leve pecado?... ¡Nada!
Y llegaba su audacia a escribir: “Si
hubiera mil infiernos y yo tuviera mil cuerpos, daría uno a cada infierno para
arder en ellos eternamente, pero no quisiera, Jesús mío, darte el mínimo
disgusto con el más leve pecado”.