Durante dos años (1937-1938), el Señor
permitió que el demonio actuara sobre
Alejandrina con cierta libertad. “Tuve
varios días – declara ella- en que
el demonio me tienta de tal forma, que hasta
parece que el infierno se había derrumbado sobre mí”.
He aquí una exposición lúcida, extraída de
varias cartas a su Director: “El demonio me sugiere que me mate, dice que para
eso me dará un medio que no me cuesta, que estoy sufriendo inútilmente sin
recompensa ninguna, que Dios no me quiere bien, que el director, no cree nada de
lo que le escribo, que aquello que siento en mí cuando el Señor me habla son
efectos del tiempo y de la enfermedad.
Fue en julio de 1937 que el “chamuco”, no
se limitó a torturarme y decirme cosas obscenas, comenzó también a tirarme
debajo de la cama, de noche y de día. Al principio escondí todo esto de las
personas de mi familia, con excepción de mi hermana, pero cuando aumentó el mal,
me vi obligada a informar también a mi madre y a una pequeña que vivía con
nosotras.
Quien veía mis heridas después de las
caídas, quedaba triste, pero no imaginaba ni de lejos de que se trataba. Pasaban
los días y yo iba de mal en peor. Deolinda se vio obligada a dormir junto a mi
lecho.
Una noche el demonio me lanzó contra la
pared, Deolinda se levantó, me agarró y me ordenó severamente: “Ve para la cama,
y me acostó, pero al mismo instante, con una rapidez increíble, me levanté y
solté un silbido muy agudo. Luego comprendí el mal que había hecho y comencé a
llorar, exclamando: “Pobre de mí, lo que hice”.
Deolinda me tranquilizó: “No te aflijas,
no fuiste tú”. Pero la noche siguiente ocurrió la misma cosa y cuando ella me
quiso meter en la cama, le grité: “No quiero” y la alejé de mí, lloré mucho,
cuando volví a mí.
Una noche, en que el demonio me tiraba por
las esquinas del cuarto, sin que mi hermana consiguiera detenerme, continuaron a
aparecer en mi mente palabras tan feas que no me permitían hacer la comunión sin
primero confesarme.
Esta tribulación tan dolorosa se repitió
varias veces de un modo furioso: quedaban en mi cuerpo los golpes de las palizas
y sangre en la boca, por las mordeduras.
Quisiera que mucha gente pudiera asistir a
estas escenas para que se convenciera de la existencia del demonio y del
infierno y no ofendiera más a Dios, solamente por eso me gustaría. Y si no
cuento más, es porque siento un grande horror al recordar estos sufrimientos.
Viene aquí a propósito un testimonio del
Padre Mariano: “Hacía mucho tiempo que el demonio atormentaba a Alejandrina de
varias maneras, aunque nunca la había tocado, sin embargo, más tarde habiendo
amenazado que iba a desgraciarla, llegó a excesos tremendos.
No pasaba hora en que no se sintiera
perseguida por él, sobre todo desde el mediodía hasta las tres, y de noche de
las nueve en adelante. En aquellos ataques diarios, no sólo había obsesión
diabólica, también instantes de verdadera posesión.
Alguna vez también yo estuve presente, por
ejemplo, el 17 de octubre de 1937, en aquellas luchas, ella, paralizada y
exhausta de fuerzas (pesaba apenas 33 kilos) intentaba lanzarse violentamente
contra los barrotes de la cama, intentaba morderse, cuatro personas no
conseguían inmovilizarla por completo.
Así aconteció ese 17 de octubre, el
demonio le hacía decir blasfemias y palabras obscenas cuyo significado ignoraba,
como después me contó. En uno de aquellos momentos espantosos, pregunté quien
era, en latín, al demonio, y me respondió inmediatamente: ”Soy Satanás y te
odio. Para mayor seguridad, cambié la frase, siempre en latín y la respuesta
inmediata fue esta: Soy yo, no lo dudes.
Recuerdo que ese día celebré la santa Misa
en la recamara de Alejandrina, poniendo como primera intención liberarla de
aquel tormento, pero sin decirle nada a la enferma, al final de la Misa me
aproximé a ella, que sin más me declaró: “Dios me dice que no le puede conceder
lo que le pidió, porque necesita de mis sufrimientos para convertir a los
pecadores”.
Le pregunté entonces: “¿Qué fue lo que le
pedí a Dios?
― “Que me libre de
los ataques del demonio.
― ¿Y usted no
quiere que le pida esta gracia y que Nuestro Señor le dé otros sufrimientos?
― “No, Padre, mejor
rece para que se haga en todo la voluntad de Dios”.
Algunas veces el esfuerzo físico de
Alejandrina para dirigir y combatir ciertas
imaginaciones y escenas abominables
era tan grande que se resbalaba de las almohadas y quedaba en una posición
insegura, así que los familiares tenía que ayudarla.
En 1945, Satanás recurrió también a otras
persecuciones además de la acción sobre su fantasía. Una tarde, vieron la cama
de Alejandrina envuelta en un humo denso y fétido.
El Padre Humberto, testigo de aquellos
asaltos y compadecido por el estado de la enferma, le dio facultades a Deolinda
para que en su nombre expulsase al demonio, usando también agua bendita. Y
muchas veces la enferma, sin advertirlo, fue liberada de esa manera.
Con frecuencia su lecho sufría también
formidables temblores, y Alejandrina sonreía cuando le pedían explicaciones.
Cuenta ella: “Cuanto más aumentaba Jesús sus favores, tanto más crecían también
las dudas y recelos de engañarme y de engañar a mi Director espiritual y a los
que vivían conmigo. Mi martirio aumentaba de momento a momento. Me parecía que
todo fuera falso e inventado por mí.
Dios mío, que tormento para mi corazón,
las tinieblas caían sobre mí, no había nadie que me mostrara el camino”. Las
señales del furor demoníaco que se encarnizaba contra ella eran aroma de
azufres, tinieblas y heridas.