

Un Rayo de Sol Salesiano
La Cooperadora Salesiana
Alejandrina María da Costa
Una vez hace muchos años, existió una
alegre, dulce y bromista niñita portuguesa, vivía en un pequeño pueblo del
noroeste de Portugal, un pueblo lleno de sol, de viñas y de verdes praderas que
baña un río murmurador, tan alegre como la niñita campesina.
Esta niña se llamaba Alejandrina María da
Costa, nació el 30 de marzo de 1904, en la feligresía de Balasar, Concejo de
Póvoa de Varzim, distrito de Braga, en el hermoso Portugal.
Desde su nacimiento está ligada a nuestro
dulce Jesús, a Jesús Hostia, a Jesús Eucaristía, a Jesús Sacramentado.
Alejandrina nace un jueves Santo, día que conmemoramos la Institución de la
Eucaristía, el día en que Dios hecho hombre, decide quedarse para siempre entre
nosotros. La semana de Pasión, que culmina con su muerte en la Cruz y su
Resurrección, será el eje de toda la vida de Alejandrina.
Alejandrina es una niña encantadora, toda
pureza y bondad, toda alegría y deseos de vivir. En su biografía narra
Alejandrina: " Encuentro en mí, desde la más tierna edad, tantos, tantos
defectos y tantas maldades que como las de hoy me hacen temblar. Era mi deseo
ver mi vida desde el principio llena de encantos y de amor para con Nuestro
Señor."
¿Cuáles eran las maldades de Alejandrina?
Siendo una pequeñita de 3 años, estaba
acostada a la hora de la siesta junto a su madre, tranquila y adormecida, pero
se despierta al dormirse la madre, descubre encima de la mesa un frasco con
aceite para aplicarse en el cabello, se levanta ligera y traviesa, se agarra de
los barrotes de la cama y trata de llegar hasta la mesa, la madre con el ruido
se despierta y le habla severa a la niña, ella con el susto deja caer el frasco,
pierde el equilibrio y se cae hiriéndose en la boca. La madre con la pequeña
sangrando de la herida, corre al médico y a la farmacia distante unos
kilómetros. ¡Cómo llora Alejandrina! La pequeñina está inconsolable, nada
consigue calmarla, ni el bueno del boticario, ni los dulces que le ofrecen, en
lugar de tranquilizarse, se irrita y empieza a defenderse de la cura con
puntapiés y jalones. "He aquí mi primera maldad" comenta en sus escritos.

Le gustaba hacerle bromas a su hermana
Deolinda, de naturaleza más tranquila, se levantaba antes que la hermana y
atrancaba la puerta, para que Deolinda no pudiese abrirla. Sintiéndose amada y
consentida por la hermana, deja caer una cesta con ropa y se pone a gritar para
hacerla creer que se pegó en la mano; la pobre hermana, llena de susto, corre
presurosa a socorrerla, temiendo que se hubiera quedado con un dedo cortado... y
la recibe la pequeñina con una carcajada...
En las reuniones familiares, Alejandrina
era mensajera de alegría, hacía bromas que hacían reír a todos pues tenía un
carácter lleno de vivacidad y una singular inteligencia que se manifestaba en
una inquietud incorregible, nunca paraba, nada paraba con ella, la madre
comentaba que era como una pequeña cabrita, pues trepaba por encima de todo.
Era una niña tan inquieta que no paraba en todo el día, ayudaba en los
quehaceres del hogar, cortaba y guardaba la leña, iba al río a lavar la ropa,
pues era limpia como un rayo de sol. Le gustaba subirse a los árboles y
correr por los campos, cruzaba corriendo los arroyos, resbalaba en las piedras,
¡alegría de vivir! ¡alegría de amar! correr, saltar, siempre en movimiento, nada
podía detenerla...
Tenía 6 años cuando empezó a asistir al
catecismo, manifestó al principio varios defectos, de los que Alejandrina habla
con humilde franqueza... Le asignaron su lugar entre las pequeñinas de su edad,
pero ella quería estar en la clase con su hermana Deolinda y sus amigas y por
más que el sacerdote la quería persuadir con buenas palabras y ofrecerle
estampitas... tardó mucho en convencerla.
Le gustaba contemplar las imágenes de los
santos. Por qué estaban ricamente adornados, soñaba entonces en poder vestirse
igual..."No sé – escribe en sus Memorias – si fuese el principio de la
manifestación de mi vanidad" Le gustaba que la vieran bien vestida y arreglada,
cuando su madre le regaló unos zuecos, se los puso muy contenta y se fue a
enseñárselos a los vecinos, haciendo figuras con ellos... he de hacer buena
figura con ellos, pensaba.
Estas travesuras y vanidades, bajo la
acción de la gracia y de su esfuerzo personal, han de ir transformándose en dos
virtudes que brillaron en su vida: fortaleza de espíritu y nobleza de actitudes.
Ya en 1947, a los 41 años y recordando su
infancia le confiesa a su Director Salesiano: "Todos mis defectos me dieron
mucho trabajo".
La fortaleza de carácter y la nobleza de
actitudes le permitió convertir esa vanidad infantil en virtudes que brillaban
en ella, igual que sus vestidos siempre limpios y remendados, eran pobres, ¡pero
brillaban más que el sol! "Yo no me convenzo de que el Niño Jesús estuviera mal
vestido ni sucio con una Madre como Nuestra Señora. Yo siempre quise hacerme
santa, pero sería para mi un gran sacrificio si tuviese que ir por el camino con
falta de limpieza. Pero el Señor, me parece, no quiere la falta de limpieza ni
en el alma ni en el cuerpo; pobres sí, sucios no".
El ambiente
Un carácter tan vivo e inquieto podría
llevar a pensar que Alejandrina fuese rebelde a toda coacción, irreflexiva y
poco sensible tanto a la voz del corazón como a los buenos consejos.
Nada de eso, como cera blanda se dejó
modelar por el influjo del ambiente familiar y parroquial, del espíritu de
caridad de la madre -una campesina de corazón generoso a toda prueba- y del
apego al trabajo que distingue a los habitantes del pobrísimo rincón; heredó un
tesoro de buenos hábitos, que son característicos de la gente sana de las aldeas
portuguesas.
Sin duda, en la educación de Alejandrina
tiene papel preponderante la hermana Deolinda que, por su mayor edad, por su
temperamento y por el afecto tiernísimo que le dedicaba, tuvo siempre en sus
manos el corazón de su hermanita. En Balasar no existía escuela para niñas, así
que Alejandrina y su hermana Deolinda fueron a Póvoa de Varzim a estudiar, pero
Alejandrina solamente cursó el primer año elemental y se regresaron a Balasar.
Cuando tenía 13 años, Alejandrina tiene un
sueño extraño. Se ve al pie de una escalera altísima, que llegaba al Cielo, pero
con escalones tan estrechos que apenas se podía poner la punta del pie. Debía
subirla. Pero esa subida fue muy larga y difícil, tanto más que no había donde
apoyarse. A los lados de la escalera, la jovencita vio algunas almas que la
confortaban, sin hablarle.
Encima de la escalera, se veía un trono,
sobre el cual se sentaba el Señor, teniendo a su lado a la Santísima Virgen y un
cielo poblado de santos. Después de haber contemplado todo, contra su deseo
tiene que regresar a tierra. Descendió con facilidad y cuando llegó abajo, todo
desapareció y despertó.
Paralizada para siempre
A los catorce años tiene que saltar por
una ventana de su casa por la persecución de un hombre que entró y quería
violarla, del resultado del salto quedó postrada en el lecho durante 30 años.
A los 19 años Alejandrina queda paralizada
para siempre y confinada a su lecho de dolor. Al principio hizo promesas a Dios
para obtener su curación, lo mismo la mamá, la hermana, las primas...
Pero al pasar el tiempo Alejandrina aceptó
su destino con profundo amor a Dios, entregándose sin reservas a su Voluntad.
Con la progresiva pérdida de fuerzas, abandonó aún las inocentes distracciones
que procuraba pues sentía aumentar la necesidad y el amor a la oración, el deseo
vivo de unión con Jesús.
Después comenzó a pedir el amor al
sufrimiento. El Señor escuchó esta súplica de forma tal que Alejandrina
experimentaba verdadera alegría cuando tenía dolores que ofrecer a Jesús, con el
fin de consolarlo y salvar almas para Él. Tuvo este don en tal abundancia que
"hoy -escribe- no cambiaría el sufrimiento por todo cuanto hay en el mundo".
Fue en esos primeros años que Alejandrina
"sin saber cómo" se ofrece a Dios como víctima por los pecadores. Tiene un
intento más de petición de ayuda. En 1928, se organizó una peregrinación
parroquial a Fátima y nace en Alejandrina de nuevo el deseo de curar y trata de
partir con los peregrinos. Pero es imposible, el camino es largo y ella ni
siquiera puede resistir los dolores terribles que tiene, tanto al voltearla en
la cama o al tocar su lecho.
Tiene que renunciar a la peregrinación,
pero esperó la gracia de Nuestra Señora milagrosa, de quien el párroco le
trajera de Fátima una imagen. Le prometió qué, una vez curada, se haría
misionera y llevada por la fe en el poder de Nuestra Señora, le decía a los
vecinos que la visitaban: "Si un día oyen cantar por el camino, sepan todos que
soy yo que le agradezco a Nuestra Señora la gracia de la salud".
Su entrega al Señor
Alejandrina
se da cuenta después de tantas oraciones que no obtenía su salud, así fueron
muriendo en ella los deseos de sanar, y siente crecer el ansia de amar el dolor
y de pensar solamente en Dios. Alejandrina, la joven que quería dar su vida a
Dios en las Misiones, aunque paralizada en el cuerpo, no quedó inmóvil entre las
cuatro paredes de su cuarto, corrió deprisa y bien lejos a salvar las almas, con
sus dolores terribles, causados por la enfermedad, por pruebas de distintas
causas y por las mortificaciones que se imponía.
Alejandrina ofrece sus sufrimientos y su
vida de oración en acompañar a Jesús Sacramentado encerrado por nuestro amor en
el Sagrario, Ella dice: "Jesús está en el Tabernáculo prisionero, también yo soy
prisionera en mi lecho de dolor".
Su amor y entrega a Jesús Sacramentado es
a través de su Madre Santísima, a la cual Alejandrina le tiene una devoción
especial. Su Director Salesiano encontró escrito por Alejandrina un bello canto
a la Santísima Virgen:
"Oh Suave Melodía (María Santísima),
consuelo de los pecadores, lleva mi alma a Jesús.
Oh Virgen bendita, sé gracia, sé alivio,
eres mi Madre y Madre de Jesús.
Oh mi amada Madre del Cielo, presenta a
nuestro Jesús en sus Sagrarios mis oraciones y convierte más eficaces mis
pedidos.
Oh Refugio de los pecadores, dile a Jesús
que quiero ser santa”.
Jesús la va guiando hacia su misión en la
tierra: "Amar, Sufrir, Reparar". Jesús le dice: "La misión que Yo te confío son
mis Sagrarios y los pecadores: Y fui Yo quien te elevó a este grado. Fue mi
Amor".
Alejandrina en un arrebato de amor a Jesús
Sacramentado escribe esta hermosa oración que reza todos los días:
"Oh Jesús, acá está la Santísima Virgen;
escúchala, es Ella quien te va a hablar por mí. Oh querida Madrecita del Cielo,
ven a dar besitos a los Sagrarios, besitos sin cuenta, abrazos sin cuenta, mimos
sin cuenta, caricias sin cuenta, ¡todo para Jesús Sacramentado, todo para la
Santísima Trinidad, todo para Vos! Multiplícalos, mucho, mucho y rodéalos de un
puro y santo amor. De un amor que no pueda más amar, lleno de unas santas
añoranzas, por no poder ir yo a besar y abrazar a Jesús Sacramentado, a la
Santísima Trinidad y a Ti, mi madre querida...
Oh mi Jesús, yo quiero que cada dolor que
siento, cada palpitación de mi corazón, cada vez que respiro, cada segundo de
las horas que pasan, sean actos de amor para vuestros Sagrarios.
Yo quiero que cada movimiento de mis pies,
de mis manos, de mis labios, de mi lengua, cada vez que abra mis ojos y los
cierre, cada lágrima, cada sonrisa, cada alegría, cada tristeza, cada
tribulación, cada distracción, contrariedades o disgustos, sean actos de amor
para vuestros Sagrarios.
Oh Jesús, yo quiero que cada gotita de
lluvia que cae del cielo para la tierra, toda el agua que el mundo encierra,
ofrecida gota a gota, todas las arenas del mar y todo lo que el mar encierra,
sean actos de amor para vuestros Sagrarios.
Te ofrezco las hojas de los árboles, todos
los frutos que puedan tener, las florecitas ofrecidas pétalo por pétalo, todos
los granos de simientes y cereales que pueda haber en el mundo, y todo lo que
contienen los jardines, campos, prados y montes, ofrezco todo como actos de amor
para vuestros Sagrarios.
Oh Jesús, te ofrezco el día y la noche, el
calor y el frío, el viento, la nieve, la luna, el sol, la oscuridad, las
estrellas del firmamento, mi dormir, mi soñar, como actos de amor para vuestros
Sagrarios.
Oh Jesús, todo lo que el mundo encierra,
todas las grandezas, riquezas, los tesoros del mundo, todo cuanto me pase, todo
cuanto acostumbro ofrecerte, todo cuando se pueda imaginar, que sean actos de
amor para vuestros Sagrarios.
Oh Jesús, acepta el Cielo, la tierra, el
mar, todo, todo cuanto en ellos se encierra, como si todo fuese mío y de todo
pudiese disponer y ofrecértelo, que sean actos de amor para vuestros Sagrarios."
No se sabe verdaderamente que más admirar
en los escritos de esta joven analfabeta que no conocía los salmos: Si el ardor
de un alma contemplativa o la riqueza y profundidad de pensamiento o la poética
frescura de su lenguaje.
Esta entrega de todo su ser a Jesús, su
ofrecimiento de los dolores y sufrimientos morales, encadenada a su lecho de
dolor, están unidos a su inmolación sufriendo la Pasión y Muerte del Señor todos
los viernes, hasta que Jesús le pide una inmolación absoluta: vivir solamente de
la Eucaristía, dejando de comer y beber por trece años y cuatro meses hasta su
muerte.
En todo ese tiempo Jesús le habla todos
los viernes de 12 a 3 de la tarde en un éxtasis de amor. Jesús se queja del
abandono de los hombres, de los pecados que cometen contra la sagrada
Eucaristía, de los pecados que cometen contra su Madre Santísima; le pide que
busque almas que hagan lo que ella hace y dediquen su vida a la reparación
eucarística. Le pide que el Santo Padre consagre el mundo al Inmaculado Corazón
de María, lo que hace el Papa Pío XII en 1942.
Alejandrina encuentra el consuelo y apoyo
de su vida mártir en su Director Espiritual, un Salesiano que comprende el
tesoro espiritual que se encierra en Alejandrina, la inscribe en la Asociación
de Cooperadores Salesianos, llenando la vida de Alejandrina de amor, paz y apoyo
irrestricto en los Salesianos, a los que les dedica tiernos pensamientos y les
pide ayuda para atender a las peticiones de los peregrinos que la visitan al
final de su vida, cientos y cientos cada día.
Alejandrina le dice a su Director
Salesiano: "Siento una gran unión con los Salesianos y con los Cooperadores del
mundo entero. Cuantas veces miro mi diploma de cooperadora ofrezco mis
sufrimientos para la salvación de la juventud. Amo a la Congregación, los amo
mucho y nunca los olvidaré ni en la tierra ni en el Cielo".
Jesús le había prometido a Alejandrina,
que iría por ella para llevarla al Paraíso cuando dejara de hablarle. Sus
familiares estaban tan acostumbrados a esa existencia llena de misterio que la
promesa que le repetía Jesús la sentían muy lejana y tenían la dulce ilusión de
que tendrían a Alejandrina por muchos años.
Pero después de años y años de dolor y
martirio, en 1955 Jesús le afirma: "Ya no habrá para ti más sufrimientos, pero
también los hombres no tendrán quienes los proteja de sus maldades. ¡Pobre
mundo, Pobre Portugal, sin la víctima de este calvario!".
Mientras va lenta y dulcemente
extinguiéndose, con sufrimientos indecibles, suspira suplicante a su Señor:
"Jesús, ven a mi alma. Tú lo puedes todo. Oye mis súplicas; perdona, Jesús,
perdona al mundo que es tuyo". A unas personas que la visitan les dice: "¡Adiós,
hasta el Cielo! ¡No pequen! ¡El mundo no vale nada! ¡Esto lo dice todo!
¡Comulguen muchas veces! Recen el Santo Rosario todos los días" Y a los suyos,
que lloran desconsolados junto a ella, les dice: "¡Voy al Cielo, voy al Cielo!
A las ocho y veinte de la noche del 13 de
octubre de 1955, aquel corazón que había palpitado solamente para amar, dejó de
latir para siempre, quemado por el Amor, alzó el vuelo hasta su Señor.
Alejandrina dejó un sello sobre su vida
terrena y sobre su sepulcro: "Jesús Sacramentado. La Madre del Cielo. Los
pecadores."
Con ese trinomio en el corazón, dejó su
carta testamento para que se escribiera en su tumba :
"¡Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo
pueden servirles para salvarse, aproxímense, pasen sobre ellas, písenlas hasta
que desaparezcan, pero no pequen más, no ofendan más a nuestro Jesús!
¡Pecadores, quisiera decirles tantas
cosas! ¡No me alcanzaría este cementerio para escribir todas!
¡Conviértanse! ¡No ofendan más a Jesús, no
quieran perderlo eternamente! ¡Él es tan bueno!
¡Basta de pecar!
¡Ámenlo! ¡Ámenlo!
Esta campesina linda y buena, supo aceptar
la vida que le iba entregando el Señor, convirtiéndose en una de las almas más
bellas que hayan existido en la tierra. Ya es Venerable, pronto estará en los
Altares. Es nuestra, es Cooperadora Salesiana, prometió no olvidarse de nosotros
ni en la tierra ni en el Cielo. Pidámosle que interceda por nosotros. Imitemos
su amor a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen Auxiliadora. No nos
olvidemos nosotros nunca de ella.
Yolanda Astrid Avilés Casas.
Exalumna y Cooperadora Salesiana
Referencias:
Los datos fueron extractados del libro
"Venerável Alexandrina". Autor: D. Humberto Pasquale S.D.B.
Ediciones Salesianas



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