Alexandrina de Balasar
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«¡ALEJANDRINA, QUIERO
APRENDER CONTIGO!» Abril 2007
ALEJANDRINA Y LA EUCARISTÍA
Lejos del Cielo, lejos de Jesús está todo aquel que está lejos del sagrario. Yo quiero almas, muchas almas verdaderamente eucarísticas. Oh sagrario, oh sagrario, ¡Oh, si fuese bien comprendido el sagrario! El sagrario es la vida, el sagrario es el amor, el sagrario es la alegría y la paz. El sagrario es lugar de dolor, es lugar de afrenta y lugar de sufrimiento: El sagrario es despreciado. ¡El Jesús del sagrario no es comprendido! S (11-09-53) Lo oigo que me dice: Hija mía, hija mía, luz y estrella eucarística, (...) Te escogí como víctima para que continúes mi obra de redención. Puse en tu corazón el amor, el amor loco por la Eucaristía. Es gracias a ti, es la luz de este fuego que tú dejaste encender, por lo que muchas almas, guiadas por esta estrella escogida por mí, es por lo que transportadas por tu ejemplo, se transformarán en almas verdaderamente eucarísticas. ¡Pobre mundo, sin la Eucaristía! ¡Pobre mundo, sin mis víctimas, sin hostias inmoladas conmigo continúamente! Yo quiero, hija mía, díles que yo quiero un mundo nuevo, lleno de pureza, un mundo todo eucarístico. S (05-01-52) No dejaba ningún día de rezar la estación al Santísimo Sacramento, meditada, ya fuese en la iglesia o en su casa, hasta cuando iba por los caminos, haciendo siempre la comunión espiritual de esta forma: «¡Jesús mío, ven a mi pobre corazón! (…) ¡Me uno a Vos! (…) ¡No quiero otro bien, sólo a Vos! (…) Te doy gracias, Padre Eterno, por haber dejado a Jesús en el Santísimo Sacramento. Te doy gracias, mi Jesús, y por último te pido tu santa bendición. ¡Sea alabado en cada momento, el Santísimo y Divinísimo Sacramento de la Eucaristía!» A (p.8) ¡Estoy siempre haciéndole compañía y docenas y docenas de veces lo recibo espiritualmente, en el transcurso de las horas, ¡cuántas veces lo recibo! Mi locura de amor es la Eucaristía. (01.10.40) Mi querido Jesús, me siento en espíritu en este momento y desde este momento para siempre, a todas las santas Hostias de la tierra, en cada lugar donde habitas sacramentado. Allí quiero pasar todos los momentos de mi vida, constantemente, de día y de noche, alegre o triste, sola o acompañada, siempre para consolarte, para amarte, para alabarte y glorificarte. (p.30) Jesús le dice: Dile a las almas que me aman, que durante su trabajo vivan unidas a Mí. En sus casas, sea de día, sea de noche, arrodíllense muchas veces en espíritu y con la cabeza inclinada digan: “Jesús, Te adoro en todo lugar donde habitas sacramentado; Te hago compañía por los que te desprecian, Te amo por los que no te aman; Te desagravio por los que te ofenden. ¡Jesús, ven a mi corazón!” Estos momentos son para mí de gran alegría y consuelo. ¡Cuántos crímenes se cometen contra Mí en la Eucaristía! S (02-10-48) Muchas veces Alejandrina tiene la gracia de que un sacerdote le celebre la Santa Misa en su cuarto: Comenzó la Santa Misa. Tuve fuerza para resistir todo el tiempo sin estar en la cama. Me parecía que estaba inmersa en Jesús y contemplaba con alegría las sagradas Hostias que estaban en el altar. ¡Qué alegría, una de ellas iría a ser alimento de mi alma! C (30-05-41) ¡Qué grande gracia! ¡Por mi amor, Él desciende del Cielo a la Tierra! En el momento de recibirlo, sentí impulsos de lanzarme hasta la sagrada Hostia, de abrazarla, de devorarla. C (31-10-41) Al empezar a celebrarse el santo Sacrificio de la Misa, mi alma experimentaba paz, suavidad, dulzura. Me ofrecía a Jesús por las manos de la Madrecita, para ser inmolada con Él. C (30-10-40) En la elevación sentí impulsos de levantarme y volar hasta Jesús-Hostia. Me vencí y esperé el momento de que Él llegaría hasta mí. (...) C (30-10-40) Esta mañana, cuando me preparaba para recibir a mi Jesús, sentía en mi alma un vacío tan grande que ni el mundo entero sería capaz de llenarlo. Tenía hambre: quería llenarme. Pero mi hambre no era de pan ni de cosas de la Tierra: mi corazón ansiaba y suspiraba por Jesús. S (07-02-48) Esta mañana había hecho mi preparación para recibir a Jesús, cuando llegó mi párroco. Colocando al Suspirado de mi alma sobre la mesa, después de encender las velas me dice: - Aquí tienes a Nuestro Señor para hacerte compañía. Viene el Padre Humberto a dártelo (el P. Leopoldino tenía urgencia en partir). Después de que se retiró, una fuerza, venida de no sé donde me obligó a levantarme (estaba paralizada, mas, cuando revivía la Pasión con una mímica expresiva, descendía de la cama y conseguía hacer varios movimientos. Sin embargo, desde 1942 revivía la Pasión en forma íntima, dolorosísima, pero sin levantarse de la cama. En este momento, estamos en 1944). Me arrodillé frente a Jesús, me incliné ante Él: mi rostro y mi corazón nunca habían estado tan cerca de Él. ¡Cuánta felicidad la mía! ¡Gozar tan cerca de mi locura!... Le dije en secreto muchas cosas mías, de todos los que me son más queridos y del mundo entero. Me sentía arder en aquellas llamas divinas. Entonces Jesús me habló también: - ¡Ama, ama, ama, hija mía! No tengas ninguna otra preocupación, a no ser la de amarme y darme almas. Donde está Dios, está todo: he allí el triunfo, he allí la victoria. Pedí a los ángeles que vinieran a alabar y a cantarle a Jesús[1] y canté siempre, hasta que fui obligada por el Padre Humberto a irme a mi cama. Presa y abrasada en el amor divino, comulgué. S (12-10-44) [1] En un relato enviado al Dr. Azevedo, el Padre Humberto dice que Alejandrina cantó, ciertamente entre otros, aquel cántico al Santísimo que dice:
Nota del traductor.
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