Sentimientos del Alma
1944
18
de Noviembre
Si yo
no tengo vida, ¿qué es lo que sufre? Si yo no existo, ¿porqué me
persiguen? Mi Dios, mi Dios, siento
que
morí y estoy aquí. Siento que pasé para la eternidad y estoy en el
mundo. ¡Vida, mi triste vida! El demonio no me deja. En este último
ataque parece que redoblara su malicia.
― Pecas cuando yo quiero, como yo quiero y te llevo a donde quiero.
¡Mira que vida tienes! ¡Qué vida de sufrimientos, cuánto podrías
gozar! Desengáñate, mira que Dios no te quiere, te abandonó, te
odia, tú eres mía, puedes pecar a voluntad.
Me
daba sus falsas y vergonzosas lecciones. Me prometía el mundo como
recompensa por los crímenes. Sin dar la respuesta yo decía a Jesús:
Aún
que me diese el mundo por un solo pecado, no lo querría, mi Jesús,
aun que supiese que no me condenabas, que no me pedías cuenta, no,
mi Jesús, ni una leve falta: Vuestro divino amor no lo merece. Es
por amor y no por temor que no quiero heriros ni disgustaros en la
más mínima cosa.
Yo me
parecía a un trapo inmundo debajo de las mañas de Satanás. La furia
llegó a toda su altura. Clamé muchas veces:
¡Jesús, Jesús, Madrecita!
De
repente Él apareció, se serenó la tempestad por su divina mano,
sentí que fue sólo su soplo divino que dulcemente me llevó hacia las
almohadas. Una dulzura y suavidad suavizó el cansancio de mi cuerpo,
el dolor de mi alma y le dio una gran paz. Ya más calmada y serena,
en la posición de costumbre, me dice Jesús:
― “Yo
vi, hija mía, asistí, tú no pecaste, de este modo me dio consuelo.
Sólo de un ángel en carne, sólo de una virgen pura, pura, inocente,
inocente, inocente puedo exigir esta reparación, la mayor de las
reparaciones.
¡Te
amo, te amo, mi paloma querida!
Quedé
en una suavidad y paz serena, me adormecí un poco y me parecía
dormir con Jesús para ahora así combatir mis dudas, tristezas y
amarguras. ¡Dolor bendito, cuánto te amo!
21
de Noviembre
Voy a
dictar lo que tengo en alma para obedecer y no para satisfacer mis
deseos. Tengo siempre delante de mí la enormidad de mis miserias
pasadas y recelo siempre nuevas caídas. ¡Qué horror para mí ver
siempre lo que he sido! ¿Cómo puedo yo, solo miseria, decir alguna
cosa? Tristes, bien tristes son estos pensamientos y recelos. Mi
confusión aumenta por verme con las manos vacías, sin ver nada de
bien en el tiempo que ha pasado. Voy para la presencia de mi Jesús
sin nada, sin nada. Dios mío, y sin vida para practicar el bien y
sin poseer amor para amaros. Sólo para amar y practicar el bien es
que la vida es breve y que no siento, es que no tengo. Para ir para
Vos, Jesús, para amaros y bendeciros eternamente, una hora es una
eternidad.
¿Cómo
puedo estar aquí? Mi vida huyó para lo alto y desde allá contempla
el lugar donde dejó este pobre cuerpo en cuanto que pertenece no sé
a quien, en cuantoque va luchando y sufriendo sufrimientos que sólo
en lo alto se pueden explicar.
Vienen
dentro de mí ondas de fuego, fuego abrasador, siento hasta quemarme
la lengua. Cuántas veces pido que me lleven a los labios un poco de
agua a ver si consigo sacar mi sed. Imposible: los ardores
continúan, y cuantas veces mando retirar el agua sin poderla tomar.
¡Oh, cuánto sufren los condenados del infierno!
En
estos tres días, sólo del domingo para el lunes fui atormentada por
el demonio violentamente. Usó de las maldades y palabras feas de
costumbre. Vi tal vez docenas de ellos en mi frente, en forma de
esqueletos y tenían junto a ellos lugares feísimos del infierno. El
malvado para persuadirme de lo que me decía y hacía sentir, me
afirmaba que no era él solamente el que hacía mal, pero que eran
muchos, que iba a ser una noche de gozo. Y después de aquel combate
siguieron otros, uno por uno. Fue muy largo: estaba bañada en sudor.
¡Grité tanto al Cielo! Me parecía que tal sufrimiento nunca
acabaría; y así lo decían las amenazas que oía. De repente no sé por
oden de quien, desaparecieron todos. Y yo, por espacio de mucho
tiempo, repetía sin cesar:
― ¡Ay,
Jesús, Ay, Madrecita! Dios mío, si aquí me alivian, allá me hieren;
si aquí me amparan, allá me dejan por tierra.
Siento
continuar a lo lejos horrores de tempestad. Siento corazones contra
mí, intentan matar mi nombre, intentan matar todo lo que existe en
mí, en cuanto que dentro de estas pobres paredes sufró a más no
poder. Veo a mi nombre correr mundo como hoja que arrastró la
tempestad. Soy humillada, soy perseguida y calumniada. ¿Y por quien,
mi Jesús? Bien sabéis por quien. Es por Vos, sólo por Vos y por las
almas.
Siento
este cuerpo como una masa de sangre, lo siento entre dos montañas en
medio de las cuales es despedazado hasta desaparecer reducido a la
nada. Y el grito de aflicción no sube a la cima de las montañas.
¡Dios mío, todo muerto, todo perdido! Y yo solita, sin tener a
nadie. No hay un rayo de luz que penetre entre esas dos montañas,en
el lugar del suplicio. ¿Quién podrá ayaudrme? No hay nadie. Si
hubiese y si yo pudiese, iría de rodillas a pedir auxilio y que me
quitasen del cautiverio aquel que tanto sufre y que tanta falta me
ha hecho y hace. ¡Ay, cuánta luz yo habría recibido y cuanto amor
Jesús poseería de mí! Si yo pudiese, iría de rodillas junto a
aquellos que me hacen sufrir y les preguntaba:
― ¿Cuándo los ofendí? ¿Cómo los ofendí? Díganme en qué y perdónenme,
y si no los ofendí, ¿por qué me trataís así? ¿por qué razón me herís
tanto? Es preciso no tener corazón.
Perdóname, Jesús, y perdona a todos porque no saben lo que hacen. Si
supiesen, no procederían así, Ay, Jesús, ten compasión de mí, me
parece no poder más.
Hace
un mes que no me cofieso, mi alma tiene hambre, necesita de la
gracia de la absolución. Dios mío, mi Jesús, compadecete de la
agonía de mi alma, compadécete de este cuerpo que no es cuerpo y
para que no es mío.
Apretujada en este dolor del que doy una pequeña idea, aplastada con
el peso de todos los sufrimientos sin poder respirar, en un
abatimiento que ni podía, ni me acordaba de pedir socorro al Cielo.
Fue de
noche, no sé la hora, vino a mi lado la Madrecita de Fátima; no se
demoró, no me habló. Sentí que Ella vino a mostrarme que no estaba
sola, que Ella estaba a mi lado. Liberada de estas tristes
amarguras, entró un mí una suavidad, pude adormecerme.
Los
hombres pueden hacer todo, pueden sentenciarme conforme a sus
juicios, lo que no pueden es privarme de estas visiones, privarme de
amar a Jesús, quitarme mi unión con Él. Ni arrancar de mi corazón la
unión con aquellas que Él, y sólo Él, permitió, que Él y sólo Él
colocó en este corazón tan pequeñito en el amor, pero tan grande en
los deseos de amarlo y en las ansias de pertenecerle. Todos estos
sufrimientos, que sólo Jesús conoce el dolor inmenso que me causan,
sólo Él los ve y comprende de veras, hacen nacer dentro de mí nuevos
deseos, profundas ansias de vivir sólo para Jesús, de sólo
pertenecerle a Él y sólo a Él amarlo. El peso del dolor hacer
renacer en mi corazón, tan vivos y amantes deseos de caminar entre
espinas y procurarle a Jesús y a las almas como un trueno con su
estruendo estremecedor hacer reventar las aguas en la profundidad de
la tierra. ¿Sufro? No importa. Amo a Jeús: eso me basta. Pido para
que me colocaran en mi pecho, amparada por mi mano, la azucena que
me fue ofrecida pra llevar a mi sepultura. Me sentí tan alegre y al
mismo tiempo una nostalgia casi insoportable de ver llegado ese día,
el día de mi verdadera felicidad, de mi verdadera vida.
En
esta mañana, al recibiar a mi Jesús, me sentí tan abrasada de su
divino Amor, tan unidita a Él y tan a solas con Él, que desahogue
mis tristezas, Le pedí, como de costumbre, que no quería engañarme
ni engañar a nadie. Y Él, tan tierno, tan lleno de compasión por mí,
me dice muy bajito:
― Nunca, nunca, hija mía, consentiré que te engañes. Lo que te digo
es para animarte y probar que eran esos mis deseos.
Mi
tiempo es breve, y es por eso que te digo ‘en breve’ y es en breve
que misdivinas promesas se han de realizar, lo que te digo, es así
que yo quiero: los hombres es que van contra mi divina voluntad. Yo
venzo y he de triunfar sobre ellos.
Acepta, Jesús mío, mis lágrimas que hoy no pude vencerme. Fueron
lágrimas de amor y de dolor por mis pecados. Acepta mi dolor por
todos los que no lo tienen, acepta mis lágrimas por todos los que
debían llorar sus culpas y no las lloran.
Me
entrego a la cruz para sufrir y a Vuestro divino Amor para amaros. |