Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 36 —

Sentimientos del Alma
1944
 

 18 de Noviembre

Si yo no tengo vida, ¿qué es lo que sufre? Si yo no existo, ¿porqué me persiguen? Mi Dios, mi Dios, siento que morí y estoy aquí. Siento que pasé para la eternidad y estoy en el mundo. ¡Vida, mi triste vida! El demonio no me deja. En este último ataque parece que redoblara su malicia.

― Pecas cuando yo quiero, como yo quiero y te llevo a donde quiero. ¡Mira que vida tienes! ¡Qué vida de sufrimientos, cuánto podrías gozar! Desengáñate, mira que Dios no te quiere, te abandonó, te odia, tú eres mía, puedes pecar a voluntad.

Me daba sus falsas y vergonzosas lecciones. Me prometía el mundo como recompensa por los crímenes. Sin dar la respuesta yo decía a Jesús:

Aún que me diese el mundo por un solo pecado, no lo querría, mi Jesús, aun que supiese que no me condenabas, que no me pedías cuenta, no, mi Jesús, ni una leve falta: Vuestro divino amor no lo merece. Es por amor y no por temor que no quiero heriros ni disgustaros en la más mínima cosa.

Yo me parecía a un trapo inmundo debajo de las mañas de Satanás. La furia llegó a toda su altura. Clamé muchas veces:

¡Jesús, Jesús, Madrecita!

De repente Él apareció, se serenó la tempestad por su divina mano, sentí que fue sólo su soplo divino que dulcemente me llevó hacia las almohadas. Una dulzura y suavidad suavizó el cansancio de mi cuerpo, el dolor de mi alma y le dio una gran paz. Ya más calmada y serena, en la posición de costumbre, me dice Jesús:

― “Yo vi, hija mía, asistí, tú no pecaste, de este modo me dio consuelo. Sólo de un ángel en carne, sólo de una virgen pura, pura, inocente, inocente, inocente puedo exigir esta reparación, la mayor de las reparaciones.

¡Te amo, te amo, mi paloma querida!

Quedé en una suavidad y paz serena, me adormecí un poco y me parecía dormir con Jesús para ahora así combatir mis dudas, tristezas y amarguras. ¡Dolor bendito, cuánto te amo!

 

21 de Noviembre

 

Voy a dictar lo que tengo en alma para obedecer y no para satisfacer mis deseos. Tengo siempre delante de mí la enormidad de mis miserias pasadas y recelo siempre nuevas caídas. ¡Qué horror para mí ver siempre lo que he sido! ¿Cómo puedo yo, solo miseria, decir alguna cosa? Tristes, bien tristes son estos pensamientos y recelos. Mi confusión aumenta por verme con las manos vacías, sin ver nada de bien en el tiempo que ha pasado. Voy para la presencia de mi Jesús sin nada, sin nada. Dios mío, y sin vida para practicar el bien y sin poseer amor para amaros. Sólo para amar y practicar el bien es que la vida es breve y que no siento, es que no tengo. Para ir para Vos, Jesús, para amaros y bendeciros eternamente, una hora es una eternidad.

¿Cómo puedo estar aquí? Mi vida huyó para lo alto y desde allá contempla el lugar donde dejó este pobre cuerpo en cuanto que pertenece no sé a quien, en cuantoque va luchando y sufriendo sufrimientos que sólo en lo alto se pueden explicar.

Vienen dentro de mí ondas de fuego, fuego abrasador, siento hasta quemarme la lengua. Cuántas veces pido que me lleven a los labios un poco de agua a ver si consigo sacar mi sed. Imposible: los ardores continúan, y cuantas veces mando retirar el agua sin poderla tomar. ¡Oh, cuánto sufren los condenados del infierno!

En estos tres días, sólo del domingo para el lunes fui atormentada por el demonio violentamente. Usó de las maldades y palabras feas de costumbre. Vi tal vez docenas de ellos en mi frente, en forma de esqueletos y tenían junto a ellos lugares feísimos del infierno. El malvado para persuadirme de lo que me decía y hacía sentir, me afirmaba que no era él solamente el que hacía mal, pero que eran muchos, que iba a ser una noche de gozo. Y después de aquel combate siguieron otros, uno por uno. Fue muy largo: estaba bañada en sudor. ¡Grité tanto al Cielo! Me parecía que tal sufrimiento nunca acabaría; y así lo decían las amenazas que oía. De repente no sé por oden de quien, desaparecieron todos. Y yo, por espacio de mucho tiempo, repetía sin cesar:

― ¡Ay, Jesús, Ay, Madrecita! Dios mío, si aquí me alivian, allá me hieren; si aquí me amparan, allá me dejan por tierra.

Siento continuar a lo lejos horrores de tempestad. Siento corazones contra mí, intentan matar mi nombre, intentan matar todo lo que existe en mí, en cuanto que dentro de estas pobres paredes sufró a más no poder. Veo a mi nombre correr mundo como hoja que arrastró la tempestad. Soy humillada, soy perseguida y calumniada. ¿Y por quien, mi Jesús? Bien sabéis por quien. Es por Vos, sólo por Vos y por las almas.

Siento este cuerpo como una masa de sangre, lo siento entre dos montañas en medio de las cuales es despedazado hasta desaparecer reducido a la nada. Y el grito de aflicción no sube a la cima de las montañas. ¡Dios mío, todo muerto, todo perdido! Y yo solita, sin tener a nadie. No hay un rayo de luz que penetre entre esas dos montañas,en el lugar del suplicio. ¿Quién podrá ayaudrme? No hay nadie. Si hubiese y si yo pudiese, iría de rodillas a pedir auxilio y que me quitasen del cautiverio aquel que tanto sufre y que tanta falta me ha hecho y hace. ¡Ay, cuánta luz yo habría recibido y cuanto amor Jesús poseería de mí! Si yo pudiese, iría de rodillas junto a aquellos que me hacen sufrir y les preguntaba:

― ¿Cuándo los ofendí? ¿Cómo los ofendí? Díganme en qué y perdónenme, y si no los ofendí, ¿por qué me trataís así? ¿por qué razón me herís tanto? Es preciso no tener corazón.

Perdóname, Jesús, y perdona a todos porque no saben lo que hacen. Si supiesen, no procederían así, Ay, Jesús, ten compasión de mí, me parece no poder más.

Hace un mes que no me cofieso, mi alma tiene hambre, necesita de la gracia de la absolución. Dios mío, mi Jesús, compadecete de la agonía de mi alma, compadécete de este cuerpo que no es cuerpo y para que no es mío.

Apretujada en este dolor del que doy una pequeña idea, aplastada con el peso de todos los sufrimientos sin poder respirar, en un abatimiento que ni podía, ni me acordaba de pedir socorro al Cielo.

Fue de noche, no sé la hora, vino a mi lado la Madrecita de Fátima; no se demoró, no me habló. Sentí que Ella vino a mostrarme que no estaba sola, que Ella estaba a mi lado. Liberada de estas tristes amarguras, entró un mí una suavidad, pude adormecerme.

Los hombres pueden hacer todo, pueden sentenciarme conforme a sus juicios, lo que no pueden es privarme de estas visiones, privarme de amar a Jesús, quitarme mi unión con Él. Ni arrancar de mi corazón la unión con aquellas que Él, y sólo Él, permitió, que Él y sólo Él colocó en este corazón tan pequeñito en el amor, pero tan grande en los deseos de amarlo y en las ansias de pertenecerle. Todos estos sufrimientos, que sólo Jesús conoce el dolor inmenso que me causan, sólo Él los ve y comprende de veras, hacen nacer dentro de mí nuevos deseos, profundas ansias de vivir sólo para Jesús, de sólo pertenecerle a Él y sólo a Él amarlo. El peso del dolor hacer renacer en mi corazón, tan vivos y amantes deseos de caminar entre espinas y procurarle a Jesús y a las almas como un trueno con su estruendo estremecedor hacer reventar las aguas en la profundidad de la tierra. ¿Sufro? No importa. Amo a Jeús: eso me basta. Pido para que me colocaran en mi pecho, amparada por mi mano, la azucena que me fue ofrecida pra llevar a mi sepultura. Me sentí tan alegre y al mismo tiempo una nostalgia casi insoportable de ver llegado ese día, el día de mi verdadera felicidad, de mi verdadera vida.

En esta mañana, al recibiar a mi Jesús, me sentí tan abrasada de su divino Amor, tan unidita a Él y tan a solas con Él, que desahogue mis tristezas, Le pedí, como de costumbre, que no quería engañarme ni engañar a nadie. Y Él, tan tierno, tan lleno de compasión por mí, me dice muy bajito:

― Nunca, nunca, hija mía, consentiré que te engañes. Lo que te digo es para animarte y probar que eran esos mis deseos.

Mi tiempo es breve, y es por eso que te digo ‘en breve’ y es en breve que misdivinas promesas se han de realizar, lo que te digo, es así que yo quiero: los hombres es que van contra mi divina voluntad. Yo venzo y he de triunfar sobre ellos.

Acepta, Jesús mío, mis lágrimas que hoy no pude vencerme. Fueron lágrimas de amor y de dolor por mis pecados. Acepta mi dolor por todos los que no lo tienen, acepta mis lágrimas por todos los que debían llorar sus culpas y no las lloran. Me entrego a la cruz para sufrir y a Vuestro divino Amor para amaros.

 

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