Alexandrina de Balasar

SÍTIO OFICIAL - OFFICIAL SITE - SITE OFFICIEL - SITE UFFICIALE - OFFIZIELLER SITE

ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 13 —

 

20 de marzo de 1942

Jesús, ya no quiero vivir más de ilusiones, quiero vivir sólo de amor y de confianza. Aleja de mí todo lo que es de la tierra, sólo quiero esperar en Vos, quiero ser fuerte, pero no puedo, siento que me consume día a día.

Y siento en mi alma nuevos asaltos que van a caer sobre mí. Todo es sublevación.  Veo a un mundo de leones lanzar sobre mí toda su rabia para devorarme. ¡Qué angustia en mi alma! ¡Qué tristeza tan profunda en mi corazón!

El alma tiembla de miedo con todo mi cuerpo, no puedo vivir así. ¿Será porque el fin se aproxima? Venga él, venga deprisa. El Cielo es mi esperanza. Por todos los caminos recorridos durante mi vida, quiero dejar escrito con mi sangre como es vuestro amor.

Son caminos de lucha, caminos de negras tinieblas, tinieblas como nunca habían sido, abandono tan grande como nunca imaginé pasar. Levanto mis manos al Cielo, hacia el Cielo al que tantas veces fijé mi vista y contemplé con amor, pero no lo veo. Grito con todas mis fuerzas desde el fondo de mi corazón, pero mi grito no sube, me parece que Jesús no me oye. ¡Abandono, completo abandono!...

Jesús, Jesús, compadécete de mí, me parece que te perdí y que perdí a la Madrecita. En la tierra apartaron de mí el amparo, la guía y la luz que me habías dado. Jesús, Jesús, mira a tu loquita perdida, que todo lo sufre y lo acepta por tu amor, para darte almas.

Jesús, Madrecita, yo quiero sufrir todo, pero las fuerzas no me ayudan. Estoy sola, y por eso puedo decir junto contigo: Padre, ¿porqué me abandonaste?

— ¿Quieres parecerte a nosotros? Gracias, mi Jesús. Me someto al peso de vuestra Cruz. Siento que me arrancan el corazón, siento que voy a morir aplastada, pero quiero balbucear siempre. ¡Cómo es dulce morir por amor! ¡Cómo es dulce cumplir la voluntad del Señor!

Jesús, a medida que se aproxima la crucifixión aumenta el pavor, me siento clavada en la cruz, dando de cuando en cuando un suspiro hasta que sea el último. La agonía aumenta, sin piedad son dados a mi cuerpo malos tratos. Mundo, mundo, que no conoces el dolor ni el amor de Jesús. ¡Sólo con Él se abraza la Cruz, sólo con Él se camina hacia el martirio!.

Llegó la hora de la crucifixión: no podía temer más. Mi cuerpo ya no tiene fuerzas, perdí todo el auxilio del Cielo. Gracias, mi Amor, te presentaste a darme consuelo.

―“Hija mía, escucha: es Jesús que se aproxima, ven a beber a tu fuente, ven a saciar tu hambre con tu limosna. Es con tu crucifixión que el mundo recibe paz. ¡Valor! Tu Padrecito desde lejos te ayuda, como si aquí estuviera. Yo no me alejo de ti, lo acompaño junto con tu Madrecita para ampararte. ¡Valor, valor! ”.

Jesús mío, junto con tus divinas palabras grabadas en mi corazón, yo caminé hacia el Huerto. Nada veía con las tinieblas, nada podía con mi desfallecimiento. Sufría como si nunca te hubiese oído ni encontrado.

¡Qué abandono tan triste! Yo comencé a sentir lanzadas en mi corazón que lo separaban de mi pecho y lo hacían caer en el piso, donde era aplastado, maltratado. No era mi corazón, era el vuestro, mi Jesús. Qué dolor me causaba verte sufrir así y sentir que te querías cubrir en la tierra, siendo así ese el velo que encubría los pecados de que estabas revestido. ¡Imposible! No puedes huir de la vista del Padre Eterno. Él te veía todo manchado, se indignaba contra Ti. Yo oía tus suspiros, sentía tus lágrimas.

No tenías testimonio de esto, los apóstoles dormían, despreocupados de todo, no veían que sudabas sangre. Sólo cuando te levantaste a llamarlos, hasta entonces ellos vieron empapados tus vestidos. Como si nada ocurriera, continuaban su sueño.

¡Pobre Jesús! ¡Qué lección para mí! En el palacio de Herodes sentí en mis hombros la capa de rey y en la cabeza sentí la corona, sentí en mi corazón tu dolor por tanto que te hacían sufrir. En la flagelación fui a descansar en vuestro Corazón divino. Era grande como el Universo, podía recorrerlo todo, pero no, estaba muy herida, me incliné hacia Ti, descansé hasta que de nuevo regresaron los verdugos.

En la coronación de espinas descansé en los brazos de la Madrecita, sentí que su manto me cubría, que su santísima mano me acariciaba, su cara junto a la mía suavizaba mi dolor. Me sentía cansada, sin alegría. En sus brazos no venían a herirme, pero cuando fui hacia ellos ya iba llena de sangre.

Caminé hacia el calvario, sentía que era imposible llegar a lo alto, huía mi vida, me faltaban las fuerzas. Invoqué a la Madrecita, invoqué su divino nombre, Jesús mío, pidiendo tus fuerzas divinas.

Oí que me decías:

―“He de llenarte con mi divina riqueza, el Cirineo que te acompaña con tanto amor en el camino del Calvario, así como el Cirineo que primero te escogí. Te auxilia de lejos como si estuviera aquí. Es grande la recompensa, serán hablados a través de los siglos, así como aquellos que más de cerca te acompañan en tu dolor y te apoyan”.

Llegué al calvario. Sentía uno a mis pies, donde estaba crucificada y el otro en mi corazón. Todo era oscuridad y abandono total. Por entre el sonido de grandes blasfemias se oían suspiros, caían lágrimas de amargura y de dolor. Grité al Cielo con todo el corazón, pero estaba cerrado, no se abrió para mí. ¡Oh dolor, oh dolor, oh abandono, que es aceptado sólo por amor!

Terminó toda la pasión, sin embargo el dolor tiene que tener sus límites. Sabe que tenía razón en sentir nuevos asaltos en mi alma. Qué pena, mi Jesús, que no se conozca el valor de la obediencia y todo lo que operas en las almas. Mi corazón estalla de dolor. Las humillaciones me tiran por tierra. Seré fuerte sólo contigo, mi Jesús. ¿Qué he de hacer por los que me hacen sufrir? Acepta Jesús mío, los ascos que siento, que no me permiten saciar la sed de mis labios, para que ellos no tengan asco de Vos, revestido en las almas, para que te amen y conozcan tus verdades. Dales todo, mi Jesús, que yo todo lo doy por ellos.

Perdóname, Jesús. Dame tu bendición, gracia y amor.

 

27 de marzo de 1942

 

Jesús, oía mis palabras, me parecía que ya están sofocadas con el peso de la muerte. Por una vez más quiero decirte: Soy tuya en el tiempo y lo seré en la eternidad; sólo a Ti me doy y sólo a Ti quiero pertenecer. Es con el alma en agonía y con el corazón lleno de dolor que mis labios más de una vez balbucean estas palabras: sólo por amor.

Las negras tinieblas no me dejan ver, sólo sangre siento que escurre de mi pobre cuerpo. Me siento sola, me robaron mi consuelo, el alivio de mi alma, mi amparo en la tierra. Tengo que luchar abandonada en el combate más difícil. A veces no puedo resistir la nostalgia de ver celebrar en mi cuarto el Santo sacrificio de la Misa. ¡Todo robado, todo perdido!

Mi Jesús, perdona a todos los que causaron esto, para todos pido vuestra compasión y vuestra luz en su ceguera.

En medio de este mar de sufrimiento y en este luchar de negras tinieblas, de noche oscurísima, mi alma goza de la mayor paz. No temo comparecer ante vuestra divina presencia. Por veces, lo recuerdo y me pregunto si será orgullo de mi parte. ¿No lo conoceré, mi Jesús? ¿Estará escondido en mi ignorancia? Me diste la gracia de conocer el abismo de mi miseria, pero al mismo tiempo veo que lo mayor, infinitamente mayor, es el abismo de vuestro amor, de vuestra misericordia y compasión. Confío ciegamente en Vos y en Vos espero.

Oh mi Jesús, es el demonio infernal que intenta inquietarme, arrancar de mi lado la paz de mi conciencia, atarme de alguna forma a las cosas terrenas. Cuando me siento más desprendida del mundo y con las mayores ansias de volar hacia Ti, hacia la Patria celeste que me espera, aparecen en mi imaginación estas cosas que tanto me atormentan: “Tienes mucha prisa en dejar a los tuyos, a los que nunca más volverás a ver, con la muerte todo se acaba, no hay Cielo ni infierno”.

Jesús, Jesús, yo te amo, yo creo en Ti. Tú no engañas a nadie: no dejes que el maldito me confunda. Yo no quería que estas palabras se supiesen, no quiero escandalizar a nadie, no quiero quitar la fe a quienes tienen tan poca y menos hundir en el error a quienes no tienen ninguna fe. Perdóname si no debía de decirlo. Mi buen Jesús, mi dulce Jesús, he llorado con miedo mi crucifixión. ¡Ay de mí y pobre de mí sin Ti! No me faltes, por quien eres, por tu fuerza divina. Yo no tengo fuerza, mi vida está perdida.

Durante la noche y en la mañana de hoy me animó vuestra divina presencia. Te presentaste ante mí, inclinados los hombros en la cruz, inclinado para tierra, desfallecido y sin vida, rodeado de canalla vil. Al ver así a un Dios, sufriendo por mi amor, no puedo rehusarte mi crucifixión, la acepto por tu amor, acepto por las almas. Te revestiste de mí, vives en mí, muevo mi cuerpo sin vida. Está próxima la crucifixión, no me faltes, mi Jesús, dame gracia, fuerza y amor.

 

Después de la crucifixión

 

Jesús no me faltes con tus fuerzas, para que pueda describir lo mejor posible lo que sufriste en tu santa Pasión y tu protección y amor para esta pobrecita. Es para tu mayor gloria y para el provecho de todas las almas.

Mis ojos parecían casi no ver al aproximarse los momentos de la crucifixión. Me asustaba mi desfallecimiento y el abandono en que me encontraba me llevaba a la sepultura. ¡Qué tormento! No tener vida y tener que luchar contra el mundo. Descendió sobre mí vuestra vida y vuestro amor y oía vuestra dulce y tierna voz:

―“Hija mía, el amor de Jesús, valor, no temas, no temas. El camino del Calvario está por terminar: ven a triturar las últimas espinas. De las heridas hechas por ellas nacen fuentes de salvación. Las almas necesitan de todo. Jesús se consuela con tu crucifixión, encuentra en ti toda la reparación que se puede encontrar en la tierra. ¡Valor! Jesús no te falta junto con su Madre bendita. Tu Padrecito te acompaña en espíritu con mi gracia, te auxilia en unión con nosotros”.

Fui para el Huerto: en medio del abandono, recordaba vuestras dulces palabras que por algún tiempo se conservaron grabadas en mi corazón. Después, con los golpes que sentí, por los malos tratos que me fueron dados por la humanidad, todo desapareció. Y así, sola, en profundo silencio, en la mayor oscuridad, casi en la muerte, procuraba esconderme para siempre, hacer en la tierra mi escondrijo, no oír las amenazas del Padre Eterno.

¡Dios mío, Dios mío! ¡Estoy sola! No corría la menor brisa, ni las hojas de los olivos se mecían a no ser para curvar sus ramos por tierra, en señal de adoración. ¡Oh dolor, oh agonía de Jesús, oh locura de amor de Jesús por las almas! No eran míos estos sufrimientos, eran vuestros, sólo vuestros, mi Jesús.

Seguí los pasos de la Pasión: en ellos además caía sucumbida, abrumada por el dolor. Repetidas veces invoqué el nombre de Jesús y de la Madrecita, pedí vuestras fuerzas, porque todas las mías estaban perdidas.

Gracias, Jesús mío, contigo fui resistiendo. En la flagelación, al ser resguardada en vuestro divino Corazón, veía enfrente a los verdugos preparados con los azotes para castigar más a mi cuerpo. Cubierta con vuestro divino Amor no les temía. En la coronación de espinas, cuando estaba en los brazos de la Madrecita, también veía enredar agudas espinas, preparando un nuevo capacete para clavarlo en mi cabeza. Las caricias de la Madrecita me hicieron olvidar lo que ellos me preparaban. ¡Cómo es grande vuestro poder y vuestro amor, Jesús!

Caminé para el calvario sin vida suficiente para lograr llegar hasta el final, no podía caminar, escaseaban mis fuerzas. En la segunda caída, la obediencia me obligó a entrar de nuevo en vuestro divino Corazón, entonces oí que me decías:

―“Hija mía, todas mis gracias y todo mi amor se extienden sobre el Cirineo que te auxilia y sobre todos sus descendientes hasta el fin, y sobre todo sobre tu Padrecito aquí presente a tu lado y sobre todas las almas que más de cerca te tratan y con mi amor te acarician suavizando tu dolor. No se llame a esto amor de la tierra”.

Fui clavada en la cruz. A cada golpe que daban para clavarme, yo caía desfallecida. Todo el calvario se había oscurecido, apenas se oían los suspiros de la Madrecita: eran sofocados por las blasfemias, donde más los sentía era en mi corazón. Me parecía que pronto iba a expirar en vos y que vos me querías afirmar que yo no moriría sin ver junto a mí a mi Padrecito.

Jesús mío, esta luz que me diste me obliga a confiar más en ti. Es cierto que nunca tuve un abandono comparado con este, nunca fui herida tan cruelmente, pero en lugar de enfriarme en mi fe, en mi confianza, en mi amor por ti, me siento más atraída hacia Ti. Todo me convida a amarte, todo me inspira a pedirte perdón para los que me hacen sufrir. Perdónales, Jesús y dame a mi Padrecito al menos en la hora de mi muerte para abrirle mi alma por última vez. Confío, Jesús, que no faltes a mi pedido y que cumplas a la letra tus promesas.

Perdóname, Jesús, dame tu bendición.

 

Para qualquer sugestão ou pedido de informações, pressione aqui :