Alexandrina de Balasar

SÍTIO OFICIAL - OFFICIAL SITE - SITE OFFICIEL - SITE UFFICIALE - OFFIZIELLER SITE

ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 37 —

SENTIMIENTOS DEL ALMA
1944

23 de Noviembre

 

De dentro de mí sale un grito de profunda aflicción y extrema agonía. No soy oída. Con las manos levantadas al Cielo una y muchas veces imploro socorro. De nada valen mis gritos. No existe quien pueda compadecerse de mi agonía. Aterrorizada, loca de dolor, me siento en la cima de la más alta montaña, sin ver nada, porque la oscuridad es de densas tinieblas; continúo: ¡Socorro, socorro!

13 octubre 1955

¿Socorro de dónde, si nada existe, todo es muerte en la tierra y en el Cielo? Mi alma llora, llora sin cesar con un dolor indecible que no puedo explicar. Miré al Corazón Santísimo de Jesús y exclamé:

¡Dolor, dolor que no es comprendido! Pero no importa, mi Jesús, basta ser comprendida por Vos, no por el premio que me das, pero sí para que Vos aprovecháis de mi sufrimiento para la salvación de las almas.

Al sentir que mi cuerpo ya no podía sufrir más y como sentía el alma muy herida por lo mucho que me hacen sufrir, tuve un desahogo con mi hermana.

Es necesario no tener corazón pra hacerme sufrir así además de tanto sufrir...

Me refería a los sufrimientos dados al alma además de tan grande martirio del cuerpo. ¿Dios mío, qué estoy diciendo? ¿Cómo puedo hablar de mi alma si ella ya murió? ¿Cómo puedo hablar de mi cuerpo si él ya desapareció, ni cenizas existen? ¿Quién habla; Jesús? ¿Quién sufre? ¿Quién vive aquí?

Habláis Vos, sufrís Vos, sólo Vos, mi Amor.

Ay, Dios mío, no puedo pensar en esto, no puedo aguantar estos tristes sentimientos.

Aguanta, Jesús, aguanta por mí.

El demonio trabaja en un ataque aterrador para persuadirme que lo que sentía era verdad me decía que eran mil demonios no uno sólo, que sólo así podía ser.

Agregaba muchas cosas feas.

― No quieras ser víctima de Jesús, entrégate a mí por voluntad y por amor.Yo no te hago sufrir como él, conmigo sólo tendrás gozo, siempre gozo.

Mira como pecas.

Me ofrecía a Jesús lo más que podía y entonces más se enfurecía en contra mía.

Me afirmaba que nunca me iba a dejar, pero, sin saber cómo, huyó dejándome bañada en sudor y como que mi cuerpo estaba deshecho.

El último ataque fue terminado casi a media noche. Eran las ocho y media horas, estábamos rezando en familia, de uno y otro lado oía a mi alrededor silbidos aterradores.

Conocí que eran silbidos infernales, quedé asustadísima. Poco después de terminadas las oraciones se formó enfrente mío, entre llamas, una danza de demonios. Eran tantos como lluvia, todos danzaban, pero sólo uno hablaba diciéndome todo lo que hay feo y vergonzoso.

En las horas de los combates, todo sé, todo conozco, todo es malicia, todo es horror. Después desconozco las cosas, quedando con el temor de haber pecado, el recuerdo de la presencia de Dios y de haber comulgado. Dios mío, y ni un sacerdote para oírme en confesión, las mañas de Satanás me cambiaron de posición. Un baño de sudor mojó mi ropa, no podía estar más tiempo así, no tenía fuerzas para pedir que me pusiesen en otra posición.

¡Jesús y Madrecita, ayúdenme!

Vino Jesús y me dice:

― Ven acá, hija mía, Satanás te odia pero Yo te amo. Satanás te persigue y Yo vengo en tu auxilio. Te amo, eres mi hija, eres mi esposa, eres mi amada. ¿Sabes porqué te odia y te persigue? Por las almas que me das.

Anda, mi encanto, ven a descansar.

Quedé en la posición de costumbre, por espacio de mucho tiempo sin poder descansar, pero con mucha paz, unidita a Jesús y a pedirle cosas a mi Madrecita.

 

26 de Noviembre

 

¿Jesús, qué vida es la mía? ¿Es Vuestra o a quien pertenece? No puedo aguantar el sufrimiento que me causa la muerte de mi alma, no puedo estar aquí sin ella: no comprendo, no puedo convencerme de esta separación. Esta pérdida que yo siento me causa un dolor enloquecedor. ¡Triste penar el mío! Recorro el mundo por entre tinieblas gritando siempre: ¡Socorro, socorro!  No veo nada, no encuentro a nadie, no soy escuchada, parece que sólo yo existiera aquí. Tantas veces invoco el nombre de Jesús y de la querida Madrecita. Tantas veces quiero levantar mis ojos para el Cielo:

Dios mío, me falta valor.

Jesús no me oye.

¿Y como puede mi Madrecita oírme y atenderme tan manchada como estoy?

¿Me atrevo a levantar los ojos a la Patria celeste de su habitación para desde allá recibir algun alivio? ¡Triste confusión la mía!

Ay, mi Jesús, todo mi ser está despedazado. No tengo valor, Jesús mío, ay de mí. No puedo estar en Vuestra divina presencia, cubierta de maldades y de crímenes como estoy.

Una y otra vez me pasan por el pensamiento alguno de los títulos que me das y es para mí el mayor tormento, es sólo para mi mayor verguenza y confusión.

¿Cómo, Jesús, cómo puedes hablarle así a la más indigna de Vuestras hijas, a este abismo de miseria? Quiero redoblar mi confianza en Vos, confío ciegamente. Lo que quiero es amaros y confío que me ames aún sin sentir amor, sin sentir un corazón para amaros. ¡Creo, creo, mi Jesús! Vos me desprendéis de todo y de todos. Hágase Vuestra divina voluntad. Dejé de sentir en mí la presencia del divino Espíritu Santo. Todo esto me causa el mayor horror. Todo desaparece, todo huye de mí, hasta las mismas criaturas. Quiero resistir tanto dolor, y desfallezco, no puedo.

Para daros mayor consolación, mi Jesús, quiero sufrir en silencio, sola, sin desahogos a no ser con Vos. Ofrezco el sacrificio de callar y sufrir, quedo indiferente al sentir que no os doy la más pequeña consolación.

Mi vida, mi cruz, te quiero, te amo porque creo que en ti está Jesús.

Jesús, Jesús, ve este dolor, ve este pobre ser luchar, luchar sola en medio del mundo. Mira este corazón que grita y llora, ve este dolor que despedaza mundos y mundos.

Hoy, al final de la comunión, empecé a desahogarme con mi Jesús.

Ve mi agonía, ve mi dolor, ve este corazón que tanto desea amaros, ve  compadécete de mí, mi Jesús.

Decía esto para desahogarme, para el alivio de mi penar y no con el fin de una respuesta, ni pensaba en eso. Pero Jesús, primero que todo, me incendió el corazón en llamas abrasadoras, me parecía que ardía todo mi lpecho, y después empezó a hablarme dulcemente:

— Hija mía, tu agonía es mi alegría, tu dolor es mi consuelo, tus lágrimas son sonrisas por la alegría y reparación que me das.

¡Valor, hijita, nada temas! Valor para todas las pruebas que vienen y puedan venir. Tienes a tu Jesús, ¿qué puedes temer? Tienes gracias, tienes fuerza para combatir y vencer a millares y millares de mundos. La victora es mía, sólo mía. La gloria es mía y de los que cuidan lo que es mío.

Quedé con más fuerza, con más aliento en mi alma. Fue muy fugaz. Pronto volví al mismo penar. Espinas de uno y otro lado, rumores de tempestades, un sentir de mi alma como si ellas nunca acabasen, ansiar de ir para el Cielo y al mismo tiempo, temor a la muerte. No sé, pero me parece que este miedo de morir es el mismo que me causa el recuerdo de vivir en la presencia de Dios. Pienso si serán efecto de los ataques del demonio. Me parece mentira que me haya dejadado en paz dos días y dos noches, será después para un mayor tormento.

Sea lo que Jesús quiera: Lo que yo quiero es no pecar.

 

Para qualquer sugestão ou pedido de informações, pressione aqui :