Alexandrina de Balasar

SITE DOS AMIGOS DA ALEXANDRINA - SITE DES AMIS D'ALEXANDRINA - ALEXNDRINA'S FRIENDS WEBSITE

ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 38 —

SENTIMIENTOS DEL ALMA
1944


27 de Noviembre

El día de hoy clareó lindo, sólo para mi alma era triste,muy triste. ¡Qué tremenda oscuridad! Tristes recuerdos me atormentaban. Los sentimientos del alma, temerosos, no me dejaban descansar. Esperábamos nuevos acontecimientos. Cuando el Sr. Abad me dio a Jesús, quedé esperando si él movía los labios y me decía alguna cosa; el alma lo sentía, había algo más de nuevo.

Hacía días que ocultaba mis presentimientos, dando por necesidad escribir una pálida idea de todo lo que sentía, hacía así para no hacer sufrir a mi hermana. Sufría en silencio, cuando estaba con Jesús y mi Madrecita, me desahogaba con ellos.

El Sr. Abad nada me dice. Fríamente di gracias a Jesús, aunque mis deseos fuesen de abrasar hasta morir quemada en el amor de Jesús.

Pasaban las horas y yo siempre en mi profunda tristeza y amargura. Dios mío, quería morir para todo.

Ya llega el viernes y el primer sábado, dos días en que me hablas.

Hay tantas almas que nada de eso conoce y os aman y son santas. ¡Y yo, mi Jesús, qué miseria!Podría amaros y desconocer todo esto. ¡Ah, si yo pudiese querer! Pero no tengo, mi Jesús, ni lo quiero.

Para mí es un duro tormento que Jesús me diga algunas palabras para otras personas. Me las ha dicho para algunas personas, no son muchas. Y no soy capaz de decirle a esas personas a no ser por escrito, y si por algún motivo soy obligada a hacerlo, lo hago con enorme sacrificio. Si no es necesario, nunca digo: mire que Nuestro Señor dice... u otra frase cualquiera. Ni con mi hermana tengo esas libertad, no la puedo tener, tengo verguenza.

Cuando Nuestro Señor me dice palabras de quejumbres de algunas personas en general, sin decir los nombres, cuando voy a dictarlo estoy tan tímida, querría ocultarlas, querría decir menos, así como cuando me dice a mí palabras de alabanza.

Qué verguenza, mi Jesús, sólo Vos podéis y sabéis avalar cuanto me cuesta esto y cuanto me hace sufrir.

 

Eran dos y media de la tarde, sentí pasos, aún sin ver, supe que era el Sr. Abad. Cuando lo vi solo, sin presentarme ninguna visita, pensé que era llegada la hora de nuevas pruebas. Entró en mi cuarto, sentado a mi lado, empezó a interrogarme de quien era mi director, etc. Me dice:

— Hago esto por estar obligado, me cuesta decirlo pero ten paciencia, tiene que ser hasta que sean dadas nuevas órdenes, hasta que sea levantado esto. No te puedes confesar más con el Padre Humberto ni puedo dejar que te traiga a Nuestro Señor, sin que traiga primero una liciencia escrita del Sr. Arzobispo.

Le respondí serenamente:

— Obedezcamos, alabado sea Dios, bendito sea.

Me preguntó si yo sabía porque había venido el Padre Humberto. Respondí que no sabía.

— ¿Pero es tu director?

— Me confesé con él dos o tres veces.

Después de reflexionar vi que habia sido por lo menos cuatro, pero no dije de menos por maldad.

— No acostumbro hacerlo, pero vi que comprendía muy bien mi alma y me confesé. Pero  mi confesor es el Padre Alberto, bien sabe usted que me confieso con él.

— Pero, ¿es tu director?

— Me ha dirigido, pero dice que no querría de forma alguna meterse, por la parte de otros.

Esto era, mi director, Padre Pinho y mi confesor, Padre Alberto, y que hallaba bien que me hubiera confesado con él.

El párroco, lleno de caridad para conmigo me dice:

— El Padre Humberto puede venir como visita y aconsejarte por escrito.

Terminado el interrogatorio, se retiró. Después alguien de mi familia entró en mi cuarto a preguntarme que había de nuevo, respondí sonriendo:

— Son mimos de Jesús.

Continué sonriendo porque durante todo el tiempo en que fui interrogada sentía dentro de mí una fuerza tan grande que todo pude recibir con resignación y alegría. Sentía una fueza que me parecía no haber espadas, setas sin espinas que me pudiesen herir. Bien poco duró esta fuerza. Pude con ella aun decirle a mi hermana palabra de consuelo.

— no te aflijas, si Dios (es) por nosotros, ¿quién contra nosotros?

Jesús es digno de todo nuestro amor. ¡Todo esa por las almas!

A poco fui desfalleciendo debajo del peso del dolor, el corazón me falló por dos veces, pareciéndome que perdía la vida.

Álgunas lágrimas de resignación se deslizaron por mi cara: las ofrecí todas a Jesús como actos de amor.

Dios mío, yo, por gracia Vuestra, no tengo apego a nada del mundo, ni a sus criaturas, y quiero recibiros, mi Jesús, pero no me importa si es de este o aquel sacerdote. Vos sois siempre el mismo Jesús, sois Vos siempre el Suspirado de mi alma.

Es verdad que ella necesita de luz y de quien la comprenda.

¡Quítame todo, hágase Vuestra Voluntad! Quedáis Vos, mi Jesús y eso me basta.

Llegó el médico junto a mí y me desahogué con él. Me animó mucho, como siempre. Al despedirse me dice:

— Entonces, ¿queda con mucho ánimo?

— Quedo, pero tengo el corazón sufriendo, si yo lo tuviese también para amar....

Al terminar el día, reccé por dos veces el Magnificat. Fueron actos de agradecimiento a mi Jesús por haberme dado un día lleno de sus mimos, por haberme dado más medios para poder consolarlo y darle pruebas de mi amor para Él y las almas.

— Mi Jesús, siento que no paran aquí mis pruebas. Venga lo que tiene que venir, sed siempre conmigo. Confío, confío, espero en Vos.

 

Para qualquer sugestão ou pedido de informações, pressione aqui :