15 de Agosto
Después de media hora de descanso que me fue concedido el día 12,
regresé a mi estado de amargura. Llegó el día de la
Madrecita,
al recordar el día que era... y la alegría que había en el Cielo, me
parecía que no resistía los dolores de esta tierra. Vino el momento
de la Comunión. Pocos minutos después de haber recibido a Jesús,
sentí como si algo me asaltara dentro de mí. Me parece que fue
Jesús, como si fuese un ladrón, al entrar y salir llevándose consigo
ese poco de vida que le da vida a mi dolor. Me sentí muerta pero
continué sufriendo más para sentirme sin ese poco de vida que era la
vida de mi dolor. Sentí que me faltaba todo y, como si estuviera
separada, cortada por el medio, quedando aquí mi cadaver y, allá en
lo alto, en el Cielo, aquel robo era parte de mí misma. Esta parte
estaba sumergida en un gozo completo, menos de la vista de Dios, sin
dar, sin embargo, alivio alguno a la parte que quedó en la tierra,
por el contrario, estaba hundida en un abismo de dolor sin fin.
Pasé
el día en un ansia dolorosa de poseer otra vez aquella parte de mí
que me pertenecía y sin la cual yo era cadaver. Fue un día que me
pareció no tener fin: lo pasé en un grito contínuo a Jesús y a la
Madrecita y preguntándome: ¿Dios mío, sin vida, cómo puedo vivir?
En la
tarde de ese día, oí nuevamente las armonías del día a12 y fue como
si fuera un calmante a mi sufrimiento, sin la cual me parece que no
habría resistido muchas horas. En la noche, no recuerdo la hora, me
fue restituido lo robado, me di cuenta de ello porque me sentí
revivir.
8 de Septiembre
Continúe sufriendo dolorosa y amargamente, mal lo sé explicar.
No
caben en mí las ansias que tengo de que mi Padre espiritual venga a
tomar de nuevo la dirección espiritual de mi alma. No sé porque
tengo juntamente un susto, un miedo de él.
¡Oh mi
Dios, que tormento tan doloroso! Va desapareciendo la vida de mi
dolor sin que él me sea dado. Lo mismo se da con el médico, a quien
tanto debo: ansiosa de verlo siempre junto a mí, pero siempre
asustada tanto de él como de las personas que tanto amo. Me siento
sola, completamente sola, para mí no hay amigos en la tierra.
La
tempestad continúa, son estos los sentimientos de mi alma. Y yo,
sola, Dios mío, sólo Vos me podéis valer. Pero, pobre de mí, parece
que me hayas abandonado. Mi grito de socorro no llega hasta los
oídos de persona alguna. ¿Qué más vendrá, Dios mío?
Miro
hacia la ventana de mi cuarto. Estaba llena de nubes. Quedé en ella
mi mirada. Admiraba la grandeza del Creador. Se rasgaron esas nubes
y entre ellas el azul del Cielo. No pude resistir tanto sentimiento.
Quería volar para allá, pero ¡qué distancia entre el firmamento y
yo! Lloré, lloré muchas lágrimas. Entonces recordaba: si no fuese
por Vos, Jesús, y por las almas, no me sujetarían los juicios de los
hombres. Antes prefería gozar el mundo. Estos pensamientos infundían
en mí más deseos de amar a Jesús, de poseerlo y de darme toda a Él y
a las almas.
Se
aproximaban los días en que quedaría sin recibir a Jesús. ¿Dios mío,
cómo voy a pasarla sin Vos? ¡Jesús, Madrecita, valedme, valedme! No
puedo vivir sin Jesús. Jesús veló, la Madrecita se compadeció de mi
dolor.
— Sin
dejarme ni un día sin recibirlo, envió junto a mí a un Reverendo
Padre Salesiano (Humberto Pasquale) que por unos días se
esforzó por iluminar y sosegar a mi alma. Era comprendida por él,
eso a pesar de mi gran sufrimiento me daba valor y consuelo. Después
de oírme en confesión, sentí una alegría y suavidad en mi alma y,
esforzada no sé por qué, canté cánticos a Jesús y a la Madrecita,
regresando después a mis ansias, a los mismos dolores, al mismo
martirio. Además de esto, tuve en estos días, otros dos breves
alivios traídos en tiempos diferentes a mi alma por toques y
armonías del Cielo. De ayer a hoy, me costó inmenso esa noche. Nunca
pasaba, nunca llegaba el día.
Estaba
aterradísima, asustadísima con todo y con todos. Sentí en ciertos
momentos que el mar caía sobre mí quedando abrigada entre él y la
tierra. Al recibir a mi Jesús, quedé en la sequedad, en las mismas
tinieblas, apenas una más unión de las almas. Pero, en tanto
desfallecimiento, sin valor para levantar los ojos hacia la
Madrecita para decirle a Jesús que lo amo. Los parabienes que mandé
a la Madrecita parecían no ser míos, así como no parecen míos mis
sufrimientos.
Septiembre (sin fecha)
Como
Jesús lo había prometido, sin marcar hora ni día, me hallé en la
noche del día... delante de una multitud enorme de gente, hombres y
mujeres de edades diferentes. Sentía, no sé como, que en la multitud
había sacerdotes. En un cierto momento se abrió el espacio de la
multitud quedando visible un sacerdote que conocí, porque ya había
estado en mi casa. Su presencia me asustó mucho y exclamé: "Te
conozco". Y después desapareció.
Pasaron unos días y no alcanzaba el significado de esta visión,
cuando se apareció Jesús. Fue de noche. Nunca más olvidaré al forma
bajo la cual me visitó. Venía como un mendigo. Mi alma lo sentía
tiritar de frío, todo mojado, desarrapado venía a pedirme que lo
dejara esconderse en mi corazón para desahogarse conmigo.
— Hija
mía, aquel número de almas que te mostré, entre las que estaba un
sacerdote, son las que están con más riesgo de perderse. ¡Qué
horror, hija, que crímenes cometen!
Haciéndome sentir la malicia en que pecaban, sobre todo en la
impureza... Y me decía que ellos practicaban el crimen de matar a
los hijos inocentes. Y continuaba:
— ¡Matan la vida de las almas!
Me
ofrecí a Nuestro Señor por todos hasta que conseguí que me
prometiese el Cielo para aquellos que yo había conocido y para
aquellos que más de una vez, ya fueron amenazados por Dios con el
infierno.
Esa
tarde, Jesús me prometió sus alivios. Me levanté de mi cruz, por las
cinco horas, habiaendo desaparecido todos los dolores.
Me
vestí sola y fui a dar un paseo hasta la sala y, de la ventana
querida, hice una visita a mi Jesús en el sagrario.
Después de una hora fui acometida por los dolores de costumbre y
regresé a la cama. En la noche me fue concedido otra plazo en que
estuve sentada en el borde de la cama. Lo aproveché para cantar
alabanzas a mi Jesús y a la Madrecita, hasta que arrebatada,
abrazada a Ella, me sentí otra vez presa de mi cruz. |