Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

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15 de Agosto

Después de media hora de descanso que me fue concedido el día 12, regresé a mi estado de amargura. Llegó el día de la Madrecita, al recordar el día que era... y la alegría que había en el Cielo, me parecía que no resistía los dolores de esta tierra. Vino el momento de la Comunión. Pocos minutos después de haber recibido a Jesús, sentí como si algo me asaltara dentro de mí. Me parece que fue Jesús, como si fuese un ladrón, al entrar y salir llevándose consigo ese poco de vida que le da vida a mi dolor. Me sentí muerta pero continué sufriendo más para sentirme sin ese poco de vida que era la vida de mi dolor. Sentí que me faltaba todo y, como si estuviera separada, cortada por el medio, quedando aquí mi cadaver y, allá en lo alto, en el Cielo, aquel robo era parte de mí misma. Esta parte estaba sumergida en un gozo completo, menos de la vista de Dios, sin dar, sin embargo, alivio alguno a la parte que quedó en la tierra, por el contrario, estaba hundida en un abismo de dolor sin fin.

Pasé el día en un ansia dolorosa de poseer otra vez aquella parte de mí que me pertenecía y sin la cual yo era cadaver. Fue un día que me pareció no tener fin: lo pasé en un grito contínuo a Jesús y a la Madrecita y preguntándome: ¿Dios mío, sin vida, cómo puedo vivir?

En la tarde de ese día, oí nuevamente las armonías del día a12 y fue como si fuera un calmante a mi sufrimiento, sin la cual me parece que no habría resistido muchas horas. En la noche, no recuerdo la hora, me fue restituido lo robado, me di cuenta de ello porque me sentí revivir.

8 de Septiembre

Continúe sufriendo dolorosa y amargamente, mal lo sé explicar.

No caben en mí las ansias que tengo de que mi Padre espiritual venga a tomar de nuevo la dirección espiritual de mi alma. No sé porque tengo juntamente un susto, un miedo de él.

¡Oh mi Dios, que tormento tan doloroso! Va desapareciendo la vida de mi dolor sin que él me sea dado. Lo mismo se da con el médico, a quien tanto debo: ansiosa de verlo siempre junto a mí, pero siempre asustada tanto de él como de las personas que tanto amo. Me siento sola, completamente sola, para mí no hay amigos en la tierra.

La tempestad continúa, son estos los sentimientos de mi alma. Y yo, sola, Dios mío, sólo Vos me podéis valer. Pero, pobre de mí, parece que me hayas abandonado. Mi grito de socorro no llega hasta los oídos de persona alguna. ¿Qué más vendrá, Dios mío?

Miro hacia la ventana de mi cuarto. Estaba llena de nubes. Quedé en ella mi mirada. Admiraba la grandeza del Creador. Se rasgaron esas nubes y entre ellas el azul del Cielo. No pude resistir tanto sentimiento. Quería volar para allá, pero ¡qué distancia entre el firmamento y yo! Lloré, lloré muchas lágrimas. Entonces recordaba: si no fuese por Vos, Jesús, y por las almas, no me sujetarían los juicios de los hombres. Antes prefería gozar el mundo. Estos pensamientos infundían en mí más deseos de amar a Jesús, de poseerlo y de darme toda a Él y a las almas.

Se aproximaban los días en que quedaría sin recibir a Jesús. ¿Dios mío, cómo voy a pasarla sin Vos? ¡Jesús, Madrecita, valedme, valedme! No puedo vivir sin Jesús. Jesús veló, la Madrecita se compadeció de mi dolor.

— Sin dejarme ni un día sin recibirlo, envió junto a mí a un Reverendo Padre Salesiano (Humberto Pasquale) que por unos días se esforzó por iluminar y sosegar a mi alma. Era comprendida por él, eso a pesar de mi gran sufrimiento me daba valor y consuelo. Después de oírme en confesión, sentí una alegría y suavidad en mi alma y, esforzada no sé por qué, canté cánticos a Jesús y a la Madrecita, regresando después a mis ansias, a los mismos dolores, al mismo martirio. Además de esto, tuve en estos días, otros dos breves alivios traídos en tiempos diferentes a mi alma por toques y armonías del Cielo. De ayer a hoy, me costó inmenso esa noche. Nunca pasaba, nunca llegaba el día. Estaba aterradísima, asustadísima con todo y con todos. Sentí en ciertos momentos que el mar caía sobre mí quedando abrigada entre él y la tierra. Al recibir a mi Jesús, quedé en la sequedad, en las mismas tinieblas, apenas una más unión de las almas. Pero, en tanto desfallecimiento, sin valor para levantar los ojos hacia la Madrecita para decirle a Jesús que lo amo. Los parabienes que mandé a la Madrecita parecían no ser míos, así como no parecen míos mis sufrimientos.

Septiembre (sin fecha)

Como Jesús lo había prometido, sin marcar hora ni día, me hallé en la noche del día... delante de una multitud enorme de gente, hombres y mujeres de edades diferentes. Sentía, no sé como, que en la multitud había sacerdotes. En un cierto momento se abrió el espacio de la multitud quedando visible un sacerdote que conocí, porque ya había estado en mi casa. Su presencia me asustó mucho y exclamé: "Te conozco". Y después desapareció.

Pasaron unos días y no alcanzaba el significado de esta visión, cuando se apareció Jesús. Fue de noche. Nunca más olvidaré al forma bajo la cual me visitó. Venía como un mendigo. Mi alma lo sentía tiritar de frío, todo mojado, desarrapado venía a pedirme que lo dejara esconderse en mi corazón para desahogarse conmigo.

— Hija mía, aquel número de almas que te mostré, entre las que estaba un sacerdote, son las que están con más riesgo de perderse. ¡Qué horror, hija, que crímenes cometen!

Haciéndome sentir la malicia en que pecaban, sobre todo en la impureza... Y me decía que ellos practicaban el crimen de matar a los hijos inocentes. Y continuaba:

— ¡Matan la vida de las almas!

Me ofrecí a Nuestro Señor por todos hasta que conseguí que me prometiese el Cielo para aquellos que yo había conocido y para aquellos que más de una vez, ya fueron amenazados por Dios con el infierno.

Esa tarde, Jesús me prometió sus alivios. Me levanté de mi cruz, por las cinco horas, habiaendo desaparecido todos los dolores. Me vestí sola y fui a dar un paseo hasta la sala y, de la ventana querida, hice una visita a mi Jesús en el sagrario. Después de una hora fui acometida por los dolores de costumbre y regresé a la cama. En la noche me fue concedido otra plazo en que estuve sentada en el borde de la cama. Lo aproveché para cantar alabanzas a mi Jesús y a la Madrecita, hasta que arrebatada, abrazada a Ella, me sentí otra vez presa de mi cruz.

 

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