Alexandrina de Balasar

SÍTIO OFICIAL - OFFICIAL SITE - SITE OFFICIEL - SITE UFFICIALE - OFFIZIELLER SITE

ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 32 —

SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944

 

26 de Octubre

Durante la noche tuve un violento combate con el demonio. ¡Dios mío, tantas cosas feas, tantos gestos y amenazas e invitaciones al mal! No sé lo que ponía en mi alma, no sé de las mañas de que se servía, lo que me parecía era que mi alma tenía deseos de pecar y que mis labios pronunciaban: quiero pecar, cambio el Cielo, cambio a Jesús por los placeres, por los gozos del mundo. Estas eran mañas del demonio; Jesús bien sabía que yo no quería pecar. Madrecita, guárdame, ayúdame, ofréceme a Jesús como víctima. Dile que no renuncio a los sufrimientos, que renuncio al pecado. ¡Pecar, no; amaros, sí! ¡Amaros a Vosotros, amar a Jesús! El maldito en medio de horribles cosas, me invitaba a que lo besase. Entonces redoblé mis fuerzas y le mandaba besitos a mi Madrecita y le decía:

— Dáselos a Jesús y llévalos por mí a los sagrarios.

Trataba de entrar lo más intímamente posible en mí y desde allí besar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, rico tesoro que poseo. El demonio se retiró mostrándose contento por haberme llevado al punto que deseaba y me afirmaba que había pecado gravemente. A pesar de mis esfuerzos para no ofender a mi Jesús, quedé triste y dudosa. Unida a los sagrarios, pero avergonzada delante de Jesús, quería creer en las palabras de quien me dirige, que no pecaba, pero me costaba aceptarlo. Eran las cuatro de la mañana y yo, desfallecida, me preparaba para la visita de Jesús. Él no esperó a que lo recibiese, vino antes a consolarme: Me llamó:

― Hija mía, ven a mis brazos. Deja tu cruz, descansa en mí, toma descanso.

Sentí que Jesús se desprendió de la cruz, lo veía separado de mí: era grande. Y yo entonces me sentía en los brazos de Jesús, estrechada en su divino Corazón. Al escuchar que me decía:

― Sacia tu hambre, sacia tu sed, recibe mi Sangre que es tu vida, tu alimento. Estoy en ti como Rey en el palacio de tu corazón. Vengo a ti como el esposo fiel, lleno de amor. Vengo a ti como el Padre, lleno de dulzura, de ternura y compasión.

Llegó a mis labios su sangre divina, me dio de beber por algún tiempo. Después sentí en mi corazón el pecho abierto, dentro de mí caía una lluvia de sangre. Jesús me decía:

― Recibe la sangre de mis venas.

Ten valor, llénate de mí para que lleves tu cruz. ¡Si supieras el bien que haces a las almas al estar aquí, morirías de pasmo! Confía en las palabras de quien te dirige. No me ofendes, confía; no me ofendes, no puedo consentir que me ofendas.

Después de decir esto, me estrechó de nuevo fuerte y dulcemente. De nuevo quedó en la cruz, clavado de pies y manos, y la cabeza bien penetrada de espinas, inclinada, bien firme sobre la cruz. Poco después comulgué y sentí nuevos alivios. Psé el día abrazada a la cruz. ¡Ay, cuántos tristes recuerdos! ¡Cuántas amarguras y torturas de mi alma! ¡Cuántas ansias de amar a mi Jesús! ¡Cuántos pensamientos! ¡Y yo sólo quería que me enseñase a amarlo!

La lluvia de sangre venida de lo alto continúa cayendo sobre el cementerio, pero ya no encuentra cenizas que lavar: todo desapareció. ¡Benditas sean sus invenciones para salvar las almas!
 

28 de Octubre


Hoy fue un día lleno de espinas, sólo espinas penetraron en mi cuerpo, de arriba a abajo; ni un pedacito me fue ahorrado. ¡Tantas contrariedades! ¡Tantos sufrimientos! Jesús mío, por Vuestro amor. ¡Todo lo que es por Vuestro amor no cuesta!

Miraba al Santísimo Corazón de Jesús, lo miraba crucificado en la cruz y murmuraba al mism tiempo que sonreía a los sufrimientos: bendita sea la cruz de cada día, bendito el dolor de cada momento.

Pasaban las horas y con ellas iban pasando los dolores y angustias de mi alma. De vez en cuando era herida por nuevos golpes. De lejos el demonio me amenazaba y me atormentaba mi imaginación. Quería confiar en Jesús y no podía, quería confiar en las palabaras de quien me dirige y no me era posible, quería confiar en mí misma, en los sentimientos de mi alma, pero era peor.

— ¡Mi Dios, mi Dios, si en medio de esto yo os amase! Quedaba por algún tiempo con los ojos puestos en el Sagrado Corazón de Jesús. ¡Qué sed de amarlo!

Era ya noche. Me herían agudas espadas. Pracitqué actos de humildad, no porque entendiera que eran necesasrios, pero sí para dar buen ejemplo de enseñar a alguien a ser humilde para consolar a Jesús y amarlo cada vez más. Durante la noche con el corazón sangrando de dolor veía correr de un lado a otro muchos hilitos de sangre. Sobre ellos se posaban bando de palomitas bebiendo la sangre y contentas batían sus alas. Continuaba la amrgura de mi alma. El demonio con su feas palabras y acciones intentaba llevarme al desánimo, a la desesperación. Hacía actos de fe a ver si tenía confianza para resistir mejor. ¡ Oh amargura, triste amargura!
 

30 de Octubre – Día de Cristo Rey


Después de una mañana de preparación para la comunión, me esforcé por consolar a Jesús. Le pedí a mi Madrecita que le hiciese la oferta de mis oraciones y de todas las cosas para su mayor gloria, para que triunfase y reinase en el mundo entero en todos los corazones.

Me di a Jesús por María. Vino Jesús a mi corazón. Regresé a los mismos hilitos de sangre: tantos, tantos bandos de palomitas alegres, satisfechas, bebiendo, levantándose de aquí y apoyándose de allá. La sangre corría y yo sin saber de donde. Terminó la visión y sin saber lo que significaba, pero no me preocupaba. La agonía de mi alma no me dejaba pensar en nada de eso.

En medio de los míos,fingía que estaba muy stisfecha por ver a todos en paz y alegría. Fui visitada por mucha gente. Preguntas exquisitas, cosas desgradables: me hacían sufrir mucho.

Jesús, Madrecita, todo por Vuestro amor; dame valor para sonreír a todo sin dar a conocer mi dolor. Me sentía tan nada, una nada que nunca existió. Me sentía muerta y muerta toda la humanidad, pero era una muerte que nunca tuvo vida. ¡Dios mío, que va a ser de mí, que doloroso tormento! En medio de esta mortandad aparecían ansias casi insoportables de amar a Jesús, amarlo sin sentir, amarlo sin conocer el amor. Llegó la noche. Me atormentaban terribles amenazas del demonio, me llenaban de miedo y pavor. Mi Jesús, quiero sólo lo que Vos quieras, estoy lista para todo, no me dejes ofenderte.

El demonio es mentiroso, pero esta vez no mintió. Ayer, con feas palabras me mandaba a prepararme para pasar la noche y nada faltó. No lo sé bien, pero eran tal vez de las 10 pra las 11 horas que vino con toda su furia y maldad infernal. ¡Dios mío, no puedo pensar, ay qué horror! Luché y luché por mucho tiempo. El gran tormento de mi alma era que me parecía que él conseguía que yo dijese: No quiero a Jesús, no quiero a María, no quiero el Cielo, los odio, les vuelvo la espalda, quiero el placer, quiero gozar. Y no lo juro, pero me parece que no decía nada de esto. Sólo de lejos en lejos, yo podía llamar por Jesús o por mi Madrecita y ofrecerme como víctima y esclava. En algunos momentos me parecía pecar sin remedio, apreté como pude en mi mano el crucifijo y la Madrecita (su medalla) y les decía: Amar, sí, pecar, no. Fue tanta la aflicción de mi corazón que pensé que moría por espacio de mucho tiempo. Venía a mí el pensamiento de la realización de las promesas y de Jesús y me animaba. Quiero el Cielo, pero quiero una muerte de amor, no quiero morir en las manos de Satanás. Me veía sobre un horroroso abismo; por entre las tinieblas sobresalían unos ganchos doblados muy pulidos. Asustada porque me parecía caer en él sin remedio, quedé desfallecida. El corazón estaba dando fuertes latidos y, afligido, hacía mucho ruido; me parecía que la muerte estaba en aquel momento. Sólo con mi mente decía: Mi Jesús, si yo al menos no pecase, no me importaba todo este sufrimiento. Quedé en esta postración y triste agonía. ¡El pecado, el pecado, qué preocupación la mía!  Pasaron unos momentos: nueva visión de sangre y bando de palomitas. Pero esta vez me habló Jesús:

― No pecas, no pecas, hija mía. Mi amor, confía, ten valor. Exijo de ti esta reparación. ¿Viste aquel abismo? Con este sufrimiento evitas que caigan muchas almas. Los ganchos que allí están son las prisiones en que quedan presas para siempre. Esta sangre es sangre de tu dolor, de tu martirio. Las palomitas que beben son las almas que por ti se salvan; se lavan y purifican. Alégrate, querida, alégrate, amada, eres mía, sólo mía. No pecas, me amas, reparas, desagravias a mi divino Corazón. Te amo, te amo, mi locura.

La noche ya iba adelantada, unos pequeños intervalos de sueño, quería estar muy unidita a Jesús, me esforzaba para eso, pero podía muy mal. Como una linterna que ardía quedaba su divino Corazón, quedaba mi Madrecita (su cuadro) y Jesús pequeñito en sus brazos, le pedía amor, gracia, pureza, les pedía todo. Llegó la hora de comulgar: quedé unida a Jesús. Poco después me pasó por el pensamiento el gran combate de la noche y quedé desfallecida. Indiferente a todo y desprendida de todo, me sentía en lo alto de aquella vida que ya me perteneció en cuanto el dolor luchaba y se arrastraba en el lodo asqueroso y en la lama.

De vez en cuando el Divino Espíritu Santo batía sus alas en mi corazón e infundía su piquito como para alimentarme y darme valor. Lo siento en mí como en forma de paloma.

Ya es de noche. ¿Qué me espera en ella? Jesús lo sabe.

 

Para qualquer sugestão ou pedido de informações, pressione aqui :