
ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA
― 9 ―
Los sentimientos
del alma son diferentes a las cartas, lo mismo las que dirigía al Padre Pinho.
Pero dentro de los Sentimientos del alma, tenemos los que dictó antes de 1942
hasta la llegada del Padre Humberto. y sobre todo a partir de que llegó este
querido salesiano es que adquieren la forma definitiva, ya conocida en la Página
Mensual.
Por eso, el
texto de hoy es parecido al del mes anterior, y es casi una carta a Jesús. Pues
aquí tenemos sobre todo la pasión y la postración que la aniquila, la partida
del Padre Pinho es evocada al final.
20 de Febrero de 1942
Jesús,
vengo a tu encuentro. ¿Dónde estás? ¿Qué no podré encontrarte? Escucha al menos
mis penas. Si tu me faltas, a nadie tengo. Me viste en la mañana de hoy, clavada
en la cruz contigo y en tan grande agonía, con los ojos levantados hacia el
cielo, que sentía y veía desaparecer la más pequeña esperanza de volver a verlo
y poder entrar en él. ¡Qué grande tristeza la mía, al ver todo perdido sin
remedio! Una vez que descendí de la cruz, empecé a subir el calvario. ¡Iba tan
débil, tan desfallecida! Caminaba con el rostro casi en tierra, caía y me hería
dolorosamente: quedaba llena de sangre. ¡Qué miedo, que pavor el recordar que en
poco tiempo iba a ser crucificada, sin ningún auxilio en la tierra! Me valió tu
divino amor: Vienes a mi encuentro.
— “Hija mía, te
faltan las fuerzas humanas, ten valor, nunca te faltarán las fuerzas divinas.
El calvario es el
camino de mis elegidos, el calvario es el camino de mis esposas, el calvario es
el camino de mis crucificadas. Es por el calvario por el que doy perdón a los
pecadores, es por el calvario que doy amor a los corazones.
¡Ánimo, ánimo, mi
loquita! ¡Tu Jesús, tu Madrecita, y tu Padrecito te acompañan, te auxilian con
una unión íntima!”
— Gracias, mi
Jesús.
Animada con tus
dulces palabras es que fui hacia el Huerto. Nunca te encontré, pero tu fuerza
divina venció en mí. Sentí en el principio el descaro con que los soldados se
presentarían en el Huerto para aprisionarme. Sentí que al frente iba Judas con
todo el veneno en sus labios. Sentí en mi cuerpo los puntapiés que un poco más
tarde me iban a dar, cuando me arrastrasen con las cuerdas. Retuve en mi
corazón vuestros sentimientos, cuando tenías en vuestra frente todos los pecados
y los crímenes del mundo.
¡Oh, si con todos
estos sufrimientos se salvasen todas las almas! Pero, ¡cuántos se pierden, no
aprovechan mis sufrimientos! Oh Jesús, sentí mi cuerpo bañado en sangre,
quedando mis vestidos pegados a mi cuerpo y a la tierra. Pero más, mucho más
sufrió vuestro cuerpo delicado y divino. En la flagelación y en la coronación de
espinas, velaste siempre por mí. Al abrigo y al amparo de un amor santo y puro,
sentí llenarse mi alma de una suavidad y de una paz en la que descansé por algún
tiempo.
Después veo a la
Madrecita tomarme en su regazo y apretándome entre sus brazos, me acarició. A
pesar de esto, tuve que llamar muchas veces, a Vos y a Ella. Asustada con
tristeza por el abandono, desfallecida a más no poder, no tenía fuerzas para
caminar. En vano invocaba al Cielo. El abandono era total, tenía que ser sola
como yo agonizara en la cruz. En esa dolorosa agonía, una lanza se clavó en mi
corazón, tenía que sentir todo aquel dolor antes de expirar. ¡Oh Jesús, pobre de
mí, pobre de la Humanidad, que no reconoce cuanto sufriste!
Terminada la
crucifixión, continué viviendo aparentemente sola. Recordaba como me retiraron a
mi Padrecito Espiritual.
Pero he aquí una
prueba de vuestro infinito amor. Hiciste que el Señor Doctor no sólo cuidase de
suavizar los dolores de mi cuerpo, sino también que suavizase el dolor acucioso
y profundo de mi alma. Tú que todo lo conoces, te serviste de esto para preparar
mi corazón para recibir el último golpe.
Gracias Jesús mío,
no te puedo decir nada más. Déjame repetir contigo: mi alma está triste hasta la
muerte. Perdí la luz, perdí todo.
Amor mío, me acojo
a tu bendición y a tu perdón.



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