Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

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Los sentimientos del alma son diferentes a las cartas, lo mismo las que dirigía al Padre Pinho. Pero dentro de los Sentimientos del alma, tenemos los que dictó antes de 1942 hasta la llegada del Padre Humberto. y sobre todo a partir de que llegó este querido salesiano es que adquieren la forma definitiva, ya conocida en la Página Mensual.

Por eso, el texto de hoy es parecido al del mes anterior, y es casi una carta a Jesús. Pues aquí tenemos sobre todo la pasión y la postración que la aniquila, la partida del Padre Pinho es evocada al final.
 

20 de Febrero de 1942

 

Jesús, vengo a tu encuentro. ¿Dónde estás? ¿Qué no podré encontrarte? Escucha al menos mis penas. Si tu me faltas, a nadie tengo. Me viste en la mañana de hoy, clavada en la cruz contigo y en tan grande agonía, con los ojos levantados hacia el cielo, que sentía y veía desaparecer la más pequeña esperanza de volver a verlo y poder entrar en él. ¡Qué grande tristeza la mía, al ver todo perdido sin remedio! Una vez que descendí de la cruz, empecé a subir el calvario. ¡Iba tan débil, tan desfallecida! Caminaba con el rostro casi en tierra, caía y me hería dolorosamente: quedaba llena de sangre. ¡Qué miedo, que pavor el recordar que en poco tiempo iba a ser crucificada, sin ningún auxilio en la tierra! Me valió tu divino amor: Vienes a mi encuentro.

 

— “Hija mía, te faltan las fuerzas humanas, ten valor, nunca te faltarán las fuerzas divinas.

El calvario es el camino de mis elegidos, el calvario es el camino de mis esposas, el calvario es el camino de mis crucificadas. Es por el calvario por el que doy perdón a los pecadores, es por el calvario que doy amor a los corazones.

¡Ánimo, ánimo, mi loquita! ¡Tu Jesús, tu Madrecita, y tu Padrecito te acompañan, te auxilian con una unión íntima!”

— Gracias, mi Jesús.

Animada con tus dulces palabras es que fui hacia el Huerto. Nunca te encontré, pero tu fuerza divina venció en mí. Sentí en el principio el descaro con que los soldados se presentarían en el Huerto para aprisionarme. Sentí que al frente iba Judas con todo el veneno en sus labios. Sentí en mi cuerpo los puntapiés que un poco más tarde me iban a dar, cuando me arrastrasen con las cuerdas.  Retuve en mi corazón vuestros sentimientos, cuando tenías en vuestra frente todos los pecados y los crímenes del mundo.

¡Oh, si con todos estos sufrimientos se salvasen todas las almas! Pero, ¡cuántos se pierden, no aprovechan mis sufrimientos! Oh Jesús, sentí mi cuerpo bañado en sangre, quedando mis vestidos pegados a mi cuerpo y a la tierra. Pero más, mucho más sufrió vuestro cuerpo delicado y divino. En la flagelación y en la coronación de espinas, velaste siempre por mí. Al abrigo y al amparo de un amor santo y puro, sentí llenarse mi alma de una suavidad y de una paz en la que descansé por algún tiempo.

Después veo a la Madrecita tomarme en su regazo y apretándome entre sus brazos, me acarició. A pesar de esto, tuve que llamar muchas veces, a Vos y a Ella. Asustada con tristeza por el abandono, desfallecida a más no poder, no tenía fuerzas para caminar. En vano invocaba al Cielo. El abandono era total, tenía que ser sola como yo agonizara en la cruz. En esa dolorosa agonía, una lanza se clavó en mi corazón, tenía que sentir todo aquel dolor antes de expirar. ¡Oh Jesús, pobre de mí, pobre de la Humanidad, que no reconoce cuanto sufriste!

Terminada la crucifixión, continué viviendo aparentemente sola. Recordaba como me retiraron a mi Padrecito Espiritual.

Pero he aquí una prueba de vuestro infinito amor. Hiciste que el Señor Doctor no sólo cuidase de suavizar los dolores de mi cuerpo, sino también que suavizase el dolor acucioso y profundo de mi alma. Tú que todo lo conoces, te serviste de esto para preparar mi corazón para recibir el último golpe.

Gracias Jesús mío, no te puedo decir nada más. Déjame repetir contigo: mi alma está triste hasta la muerte. Perdí la luz, perdí todo.

Amor mío, me acojo a tu bendición y a tu perdón.

 

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