Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 33 —

SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944

 

31 de Octubre de 1944

Todo desconocía, nada comprendía. La mayor parte de este día la pasé sin sentir ni vida ni muerte, ni tiempo ni eternidad. Me parecía no existir, por lo que nada me esperaba. No dejaba de vivir mi vida íntima con Dios, entrar muchas veces en mí para adorar a las Personas divinas que viven en mi corazón y en mi alma.

Pero sin sentir nada, sin nada pertenecerme, vivía así como por un hábito.

Se aproximaba la noche, nacieron en mí unos deseos de misionar, quería correr todo el mundo a la conquista de las almas. Como estas ansias no cambian en mí, dije para Jesús y para la Madrecita:

Si me dieran toda la gracia y el amor, yo querría ir de rodillas a tocar a la puerta de los corazones de la humanidad: aquellos que estuvieran en gracia, les daba sólo amor, y a los que estuvieran en pecado, les daba todo, gracia y amor. Quería llenarlos a más no poder, dejárlos transbordar. Quería ver salir de todos ellos las llamas de una hoguera para que todos formaran una sola llama, un solo amor. Quería encerrarlos, Jesús, con una llave sólo Vuestra para que ninguno de ellos pudiese abrir, para así nunca dejen de amar y nunca pierdan la gracia. Oh Jesús, Oh, Madrecita, quiero amaros, quiero que todos os amen. Quiero la gracia y la pureza de mi cuerpo y de mi alma y quiero que todos vuestros hijos la posean. Soy vuestra víctima.

Ya era de noche y vino el demonio con toda su furia, vino en forma de cocodrilo, me asustó mucho, quedó cerquita de mí, pero no me tocó. Con sus artes mañosas me parecía que hacía en mí todo cuanto quería. Me decía:

— Vengo para satisfacer todos tus deseos y no porque yo quisiera venir. Tengo enojo de ti. Y se mostraba muy enojado.

— Tú pecas gravemente y puedes pecar a voluntad porque Dios ya no te quiere, ni yo te quiero, no me sirves: yo quiero para mí personas pura y honestas.

Me parecía que yo misma daba sonrisas de contento y que repetía una y muchas veces: Cambio todo por un gozo, por un placer. Quiero pecar, quiero pecar, con esta y con aquella persona y las nombraba.

Dios mío, creo firmemente que me parecía decir todo esto, pero no lo dije. Las palabras y ejemplos eran horrorosos. Desconozco muchas cosas, otras nunca las dije ni las pensé. ¡Qué lucha tan tremenda! Más de una vez me pareció morir. Hice mis ofertas a Jesús pero con tanto desfallecimiento que me parecía que nada valían.

Jesús mío, querer es poder. Bien sabéis que sólo quiero amaros y nada, nada de ofenderos. Quedé triste y tímida. ¡Qué vida la mía, Dios mío! Sea todo por Vuestro amor. El malvado ser retiró desesperado.

1 de Noviembre – Día de Todos los Santos

De mañanita al prepararme a recibir a mi Jesús les encargué ( a todos los Santos) amar por mí a Jesús, a la Madrecita y a toda la Santísima Trinidad. Dudosa de haber ofendido a mi Jesús le pedí perdón de todos mis pecados y le pedí a Sâozinha que pidiese también perdón por mí. Quería hacer una comunión muy santa y fervorosa.

Vino Jesús, avivó en mí los deseos de más y más amor. Avergonzadísima de mi miseria, no podía quitar mis ojos en Jesús ni sabía conversar con Él. ¡Dios mío, Dios mío, que verguenza! Quería esconderme debajo de todas las montañas. Así lo hice: corrí hacia ellas y todas cayeron sobre mí. Entonces pude decir: Mi Jesús, mi amor no tiene otro fin sino amaros, quiero amaros, quiero amaros, pero no con el fin de parecer bien ni el de agradar a las criaturas. Clamé siempre el amor de Jesús debajo del peso abrumador de tan tremendas montañas. Quería vivir la vida del Cielo, recordar lo que ví allá en la cima en tan grande día, quería festejarlos y con ellos alabar al Señor, pero no podía, sólo exclamaba: Quiero amaros, Jesús.

Mi grito no se hacía oír, no hacía eco allá afuera, se perdía, se diluía debajo de las rocas.

¡Qué hacer, Dios mío! Aceptar con alegría todo lo que viene de Vuestras benditas manos. Soy Vuestra y todo es para Vos.

De vez en cuando se mezclaban por entre esos deseos de amor amenazas del demonio.

Llegó la noche, vino entonces todo furioso. Usó de todas las mañas: nombres, feos nombres y arregló hacer sentir en mi alma los deseos de pecar. Eran cosas de él porque yo no quiero pecar, antes millones de infiernos qué la más leve falta. ¡Me parecía sonreír de contento a lo que me decía, pero no, Jesús mío, no! El caso era sólo para lágrimas, muchas lágrimas.

Se prolongó la lucha, ya no podía más. Clamaba al Cielo siempre que podía. Quería tener siempre en mis labios el nombre de Jesús y de mi Madrecita y la oferta de víctima pero no tenía fuerzas para hacerlo continuamente. Estaba furioso, se abrió en mi frente un hediondo abismo. Al mismo tiempo oí la voz de Jesús, pero con tanta dulzura que hizo desaparecer el cansancio de mi cuerpo y todo lo que era dolor de mi alma.

— ¿Ves hija mía, viste el abismo? Si no fuese por tu reparación, habrían caído en él muchas almas. ¡Valor con sacrificio es lo que te pido! ¡Apartate para el infierno, maldito, deja descansar a mi virgen inocente, a mi víctima amada! No pecas, mi querida, no pecas, mi paloma bella. Descansa, inclínate hacia mí.

Me tomó Jesús en sus Santísimos brazos, unió mi rostro al de Él, me cubrió de caricias, quedé tranquila y sin sentir ningún cansancio. El maldito se fue desesperado. ¡Lo que sería de mí si Jesús no hubiese venido en mi auxilio!...

2 de Noviembre

Luché, luché siempre, clamé, grité al Cielo. ¡Qué triste día! Encima de la más alta montaña gritaba por auxilio con todo el dolor de mi alma. Me parecía que debajo, toda la humanidad me miraba, me miraba sin compasión. No hubo quien se compadeciese de mi dolor. Clamé por Jesús y por mi Madrecita, al menos del Cielo ve veía confortada. Me parecía que mi alma se cortaba en pedacitos. El dolor la destruía así como destruía todo el ser que no me pertenecía. ¡Dios mío, no puedo vivir aquí. Jesús, Madrecita, revivan en mí las ansias de amaros, clamo por Vosotros: no os veo, no os oigo,me parece que no existís. Yo no conozco el amor. ¿Mi Dios, como puedo amar sin conocer el amor, y amar aquello que no existe? Jesús, Madrecita, creo que existís, confío, confío. Que este sufrimiento sirva para reparar por aquellos que pecan en Vuestra divina presencia y con tanta malicia como si Vosotros no viviéses ni existiéses.

Ya era de noche, de un momento a otro, sin pensar en eso, me sentí en el Huerto, postrada por tierra en agonía. Sentí entonces unas nostalgias tan grandes de mi crucifixión que mal pude resistir. ¡Nostalgias, tristes nostalgias! Temía aproximarse al día viernes por causa del éxtasis. Pero, ¡qué amor a mi crucifixión! Temo a los coloquios con Jesús, tral vez por lo mucho que me han hecho sufrir los hombres, no Jesús; pero siento unas nostalgias de morir de todo lo que Él me hace pasar de Su santa Pasión. Aquello que era de horror cuando la tenía, es ahora de tristezas por no tenerla. El demonio me amenazó mucho, pero esta vez no vino con sus ataques violentos. ¡Bendito sera el Señor!

4 de Noviembre – Primer sábado

Pasé horas de tremenda lucha con el demonio durante la noche. Me dijo todo lo que hay de peor, me afirmó que no era amada por Jesús y por María. Que yo pecaba como quería y cuando quería, que era yo la que quería pecar y no él el que me hacía pecar. Quedé muy triste, casi como si no aceptara las palabras de Jesús.

¿Dios mío, si es así, cómo me puedes hablar y decirme cosas tan lindas?

Nuevo esfuerzo de mi parte: confío, confío, mi Jesús, ciegamente y tan sin límites. Muy tímida, empecé temprano la preparación para mi comunión, llegó Jesús, lo recibí. No se apresuró a hablarme. Pasaron algunos momentos, después me secreteó:

— Hija mía, flor mimosa de tiernos pétalos, puros y perfumandos, cantero de mi jardín, donde están enraizadas las flores más aromáticas, de las más heroicas virtudes. Son rosas mías, son flores divinas. Ven , mi ángel, ven a descansar en tu Jesús, en tu querida Madrecita. Confía, tú no me ofendes, confía: tu lucha es del demonio, no eres tú quien la quieres, soy Yo que exijo de ti tal reparación, sólo de una virgen casta y puedo puedo exigir.

Oía a mi lado derecho una voz muy tierna, muy dulce que decía:

— Dame, Hijo mío, a tuya y mía hija, para que descanse en mis brazos.

— Acepta, Madre mía, a mi hija y tu hija, acaríciala, llénala de tu amor.

Jesús me colocó en los brazos de mi Madrecita, que me abrazó, me acarició tan dulcemente. Mi rostro unido al de Ella, cubierto de ternura y de caricias... puedo decirlo: nunca me sentía así, gocé ya del Cielo, me parecía estar envuelta en una nube.

Madrecita, Madrecita, ¡qué felicidad la mía! Lo qué será gozar de Vosotros enternamente en el Cielo!?

— ¡Hija mía, amada de mi Jesús, confía, confía! Está pronto, muy pronto tu Cielo, tu gozo eterno. Confirmo, hija mía, las palabras de tu y mi Jesús. Tú no lo ofendes. Me compadezco de ti al verte en tan tremenda lucha por saber cuanto amas la pureza, es por eso que te amo y te ama Jesús. Necesita de tu reparación. Si supieras como es ofendido en la virtud de la santa pureza.

Me acarició de nuevo y Ella misma me entregó a Jesús.

— Acepta, Hijo mío a tu hija. Dale ahora tu amor, acaríciala Tú.

Jesús me abrazó en su amor y me acarició también.

— Hija mía, ten valor, llénate de Mí para tu lucha. ¡Tengo mi divino Corazón ta herido! No puedo más con esos crímenes de la impureza. Mira fulanos y fulanos.Me nombró, jóvenes y viejos, mujeres y hombres, entre ellos algunos sacerdotes.

— Cuando vengan junto a ti, diles que estoy herido, triste, muy triste. Llámados, atraélos hacia mí.

Hija mía, dile a tu Padrecito, al encarcelado cautivo por mi amor y amor de las almas, son espinas causadas por ellos, dile que por ti le doy todo mi amor, gracias y riquezas, que todo es de él. Dile que soy el mismo Dios, no falto a mis divinas promesa que él va a ser liberado, liberado de todo, puesto en libertad.

Dile a tu médico que continúe cuidando de ti, de ti y de mi divina causa. Dale mis agradecimientos, dile que la victoria es de él y de todos los que trabajan con él. Para todos mi amor, mi paz y mis agradecimientos. Dile que como prueba de su trabajo incansable le prometo mi amor y la salvación de todos los que son de el. Mayor premio aún: le prometo a la hora de la muerte el arrepentimiento de sus faltas: quedará puro, no irá a sufrir al Purgatorio, pasará a gozar del Cielo. Extenderás esta promesa a más. [personas, entiéndase].

Me acarició de nuevo mi Madrecita con Jesús. Ella me llamó:

— Estrella luminosa y cintilante, con tu brillo das luz al mundo y guías a las almas para Mí y para Jesús. En mi nombre da mi amor a aquellos a quienes tanto amas porque también Yo los amo con Jesús

¡Madrecita, Madrecita! ¡Jesús, mi amor, muy agradecida! Ni con una eternidad de rodillas os agradecía tantos beneficios.

Me costó tanto desprenderme de Jesús y de mi Madrecita. Me parecía que no había nada que cortase las cadenas de amor con que ellos me prendían. Vivo para el dolor, casi después para la inmolación, para el sacrificio. Soy víctima, soy de Jesús, soy de las almas. Muero por no amar, muero, después de esto, por no sufrir. ¡Cruz, cruz, bendita cruz!

 

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