SENTIMIENTOS DEL ALMA 1944
31 de
Octubre de 1944
Todo
desconocía, nada comprendía. La mayor parte de este día la pasé sin
sentir ni vida ni muerte, ni tiempo
ni
eternidad. Me parecía no existir, por lo que nada me esperaba. No
dejaba de vivir mi vida íntima con Dios, entrar muchas veces en mí
para adorar a las Personas divinas que viven en mi corazón y en mi
alma.
Pero
sin sentir nada, sin nada pertenecerme, vivía así como por un
hábito.
Se
aproximaba la noche, nacieron en mí unos deseos de misionar, quería
correr todo el mundo a la conquista de las almas. Como estas ansias
no cambian en mí, dije para Jesús y para la Madrecita:
Si me
dieran toda la gracia y el amor, yo querría ir de rodillas a tocar a
la puerta de los corazones de la humanidad: aquellos que estuvieran
en gracia, les daba sólo amor, y a los que estuvieran en pecado, les
daba todo, gracia y amor. Quería llenarlos a más no poder, dejárlos
transbordar. Quería ver salir de todos ellos las llamas de una
hoguera para que todos formaran una sola llama, un solo amor. Quería
encerrarlos, Jesús, con una llave sólo Vuestra para que ninguno de
ellos pudiese abrir, para así nunca dejen de amar y nunca pierdan la
gracia. Oh Jesús, Oh, Madrecita, quiero amaros, quiero que todos os
amen. Quiero la gracia y la pureza de mi cuerpo y de mi alma y
quiero que todos vuestros hijos la posean. Soy vuestra víctima.
Ya era
de noche y vino el demonio con toda su furia, vino en forma de
cocodrilo, me asustó mucho, quedó cerquita de mí, pero no me tocó.
Con sus artes mañosas me parecía que hacía en mí todo cuanto quería.
Me decía:
— Vengo
para satisfacer todos tus deseos y no porque yo quisiera venir.
Tengo enojo de ti. Y se mostraba muy enojado.
— Tú
pecas gravemente y puedes pecar a voluntad porque Dios ya no te
quiere, ni yo te quiero, no me sirves: yo quiero para mí personas
pura y honestas.
Me
parecía que yo misma daba sonrisas de contento y que repetía una y
muchas veces: Cambio todo por un gozo, por un placer. Quiero pecar,
quiero pecar, con esta y con aquella persona y las nombraba.
Dios
mío, creo firmemente que me parecía decir todo esto, pero no lo dije.
Las palabras y ejemplos eran horrorosos. Desconozco muchas cosas,
otras nunca las dije ni las pensé. ¡Qué lucha tan tremenda! Más de
una vez me pareció morir. Hice mis ofertas a Jesús pero con tanto
desfallecimiento que me parecía que nada valían.
Jesús
mío, querer es poder. Bien sabéis que sólo quiero amaros y nada,
nada de ofenderos. Quedé triste y tímida. ¡Qué vida la mía, Dios mío!
Sea todo por Vuestro amor. El malvado ser retiró desesperado.
1 de Noviembre – Día de Todos los Santos
De mañanita al prepararme a recibir a mi Jesús les encargué ( a
todos los Santos) amar por mí a Jesús, a la Madrecita y a toda la
Santísima Trinidad. Dudosa de haber ofendido a mi Jesús le pedí
perdón de todos mis pecados y le pedí a Sâozinha que pidiese también
perdón por mí. Quería hacer una comunión muy santa y fervorosa.
Vino
Jesús, avivó en mí los deseos de más y más amor. Avergonzadísima de
mi miseria, no podía quitar mis ojos en Jesús ni sabía conversar con
Él. ¡Dios mío, Dios mío, que verguenza! Quería esconderme debajo de
todas las montañas. Así lo hice: corrí hacia ellas y todas cayeron
sobre mí. Entonces pude decir: Mi Jesús, mi amor no tiene otro fin
sino amaros, quiero amaros, quiero amaros, pero no con el fin de
parecer bien ni el de agradar a las criaturas. Clamé siempre el amor
de Jesús debajo del peso abrumador de tan tremendas montañas. Quería
vivir la vida del Cielo, recordar lo que ví allá en la cima en tan
grande día, quería festejarlos y con ellos alabar al Señor, pero no
podía, sólo exclamaba: Quiero amaros, Jesús.
Mi
grito no se hacía oír, no hacía eco allá afuera, se perdía, se
diluía debajo de las rocas.
¡Qué
hacer, Dios mío! Aceptar con alegría todo lo que viene de Vuestras
benditas manos. Soy Vuestra y todo es para Vos.
De vez
en cuando se mezclaban por entre esos deseos de amor amenazas del
demonio.
Llegó
la noche, vino entonces todo furioso. Usó de todas las mañas:
nombres, feos nombres y arregló hacer sentir en mi alma los deseos
de pecar. Eran cosas de él porque yo no quiero pecar, antes millones
de infiernos qué la más leve falta. ¡Me parecía sonreír de contento
a lo que me decía, pero no, Jesús mío, no! El caso era sólo para
lágrimas, muchas lágrimas.
Se
prolongó la lucha, ya no podía más. Clamaba al Cielo siempre que
podía. Quería tener siempre en mis labios el nombre de Jesús y de mi
Madrecita y la oferta de víctima pero no tenía fuerzas para hacerlo
continuamente. Estaba furioso, se abrió en mi frente un hediondo
abismo. Al mismo tiempo oí la voz de Jesús, pero con tanta dulzura
que hizo desaparecer el cansancio de mi cuerpo y todo lo que era
dolor de mi alma.
— ¿Ves
hija mía, viste el abismo? Si no fuese por tu reparación, habrían
caído en él muchas almas. ¡Valor con sacrificio es lo que te pido! ¡Apartate
para el infierno, maldito, deja descansar a mi virgen inocente, a mi
víctima amada! No pecas, mi querida, no pecas, mi paloma bella.
Descansa, inclínate hacia mí.
Me
tomó Jesús en sus Santísimos brazos, unió mi rostro al de Él, me
cubrió de caricias, quedé tranquila y sin sentir ningún cansancio.
El maldito se fue desesperado. ¡Lo que sería de mí si Jesús no
hubiese venido en mi auxilio!...
2 de Noviembre
Luché, luché siempre, clamé, grité al Cielo. ¡Qué triste día!
Encima de la más alta montaña gritaba por auxilio con todo el dolor
de mi alma. Me parecía que debajo, toda la humanidad me miraba, me
miraba sin compasión. No hubo quien se compadeciese de mi dolor.
Clamé por Jesús y por mi Madrecita, al menos del Cielo ve veía
confortada. Me parecía que mi alma se cortaba en pedacitos. El dolor
la destruía así como destruía todo el ser que no me pertenecía. ¡Dios
mío, no puedo vivir aquí. Jesús, Madrecita, revivan en mí las ansias
de amaros, clamo por Vosotros: no os veo, no os oigo,me parece que
no existís. Yo no conozco el amor. ¿Mi Dios, como puedo amar sin
conocer el amor, y amar aquello que no existe? Jesús, Madrecita,
creo que existís, confío, confío. Que este sufrimiento sirva para
reparar por aquellos que pecan en Vuestra divina presencia y con
tanta malicia como si Vosotros no viviéses ni existiéses.
Ya era
de noche, de un momento a otro, sin pensar en eso, me sentí en el
Huerto, postrada por tierra en agonía. Sentí entonces unas
nostalgias tan grandes de mi crucifixión que mal pude resistir. ¡Nostalgias,
tristes nostalgias! Temía aproximarse al día viernes por causa del
éxtasis. Pero, ¡qué amor a mi crucifixión! Temo a los coloquios con
Jesús, tral vez por lo mucho que me han hecho sufrir los hombres, no
Jesús; pero siento unas nostalgias de morir de todo lo que Él me
hace pasar de Su santa Pasión. Aquello que era de horror cuando la
tenía, es ahora de tristezas por no tenerla. El demonio me amenazó
mucho, pero esta vez no vino con sus ataques violentos. ¡Bendito
sera el Señor!
4 de Noviembre – Primer sábado
Pasé horas de tremenda lucha con el demonio durante la noche. Me
dijo todo lo que hay de peor, me afirmó que no era amada por Jesús y
por María. Que yo pecaba como quería y cuando quería, que era yo la
que quería pecar y no él el que me hacía pecar. Quedé muy triste,
casi como si no aceptara las palabras de Jesús.
¿Dios
mío, si es así, cómo me puedes hablar y decirme cosas tan lindas?
Nuevo
esfuerzo de mi parte: confío, confío, mi Jesús, ciegamente y tan sin
límites. Muy tímida, empecé temprano la preparación para mi comunión,
llegó Jesús, lo recibí. No se apresuró a hablarme. Pasaron algunos
momentos, después me secreteó:
— Hija
mía, flor mimosa de tiernos pétalos, puros y perfumandos, cantero de
mi jardín, donde están enraizadas las flores más aromáticas, de las
más heroicas virtudes. Son rosas mías, son flores divinas. Ven , mi
ángel, ven a descansar en tu Jesús, en tu querida Madrecita. Confía,
tú no me ofendes, confía: tu lucha es del demonio, no eres tú quien
la quieres, soy Yo que exijo de ti tal reparación, sólo de una
virgen casta y puedo puedo exigir.
Oía a
mi lado derecho una voz muy tierna, muy dulce que decía:
— Dame,
Hijo mío, a tuya y mía hija, para que descanse en mis brazos.
— Acepta,
Madre mía, a mi hija y tu hija, acaríciala, llénala de tu amor.
Jesús
me colocó en los brazos de mi Madrecita, que me abrazó, me acarició
tan dulcemente. Mi rostro unido al de Ella, cubierto de ternura y de
caricias... puedo decirlo: nunca me sentía así, gocé ya del Cielo,
me parecía estar envuelta en una nube.
Madrecita, Madrecita, ¡qué felicidad la mía! Lo qué será gozar de
Vosotros enternamente en el Cielo!?
— ¡Hija
mía, amada de mi Jesús, confía, confía! Está pronto, muy pronto tu
Cielo, tu gozo eterno. Confirmo, hija mía, las palabras de tu y mi
Jesús. Tú no lo ofendes. Me compadezco de ti al verte en tan
tremenda lucha por saber cuanto amas la pureza, es por eso que te
amo y te ama Jesús. Necesita de tu reparación. Si supieras como es
ofendido en la virtud de la santa pureza.
Me
acarició de nuevo y Ella misma me entregó a Jesús.
— Acepta,
Hijo mío a tu hija. Dale ahora tu amor, acaríciala Tú.
Jesús
me abrazó en su amor y me acarició también.
— Hija
mía, ten valor, llénate de Mí para tu lucha. ¡Tengo mi divino
Corazón ta herido! No puedo más con esos crímenes de la impureza.
Mira fulanos y fulanos.Me nombró, jóvenes y viejos, mujeres y
hombres, entre ellos algunos sacerdotes.
— Cuando
vengan junto a ti, diles que estoy herido, triste, muy triste.
Llámados, atraélos hacia mí.
Hija
mía, dile a tu Padrecito, al encarcelado cautivo por mi amor y amor
de las almas, son espinas causadas por ellos, dile que por ti le doy
todo mi amor, gracias y riquezas, que todo es de él. Dile que soy el
mismo Dios, no falto a mis divinas promesa que él va a ser liberado,
liberado de todo, puesto en libertad.
Dile a
tu médico que continúe cuidando de ti, de ti y de mi divina causa.
Dale mis agradecimientos, dile que la victoria es de él y de todos
los que trabajan con él. Para todos mi amor, mi paz y mis
agradecimientos. Dile que como prueba de su trabajo incansable le
prometo mi amor y la salvación de todos los que son de el. Mayor
premio aún: le prometo a la hora de la muerte el arrepentimiento de
sus faltas: quedará puro, no irá a sufrir al Purgatorio, pasará a
gozar del Cielo. Extenderás esta promesa a más. [personas,
entiéndase].
Me
acarició de nuevo mi Madrecita con Jesús. Ella me llamó:
— Estrella
luminosa y cintilante, con tu brillo das luz al mundo y guías a las
almas para Mí y para Jesús. En mi nombre da mi amor a aquellos a
quienes tanto amas porque también Yo los amo con Jesús
¡Madrecita,
Madrecita! ¡Jesús, mi amor, muy agradecida! Ni con una eternidad de
rodillas os agradecía tantos beneficios.
Me
costó tanto desprenderme de Jesús y de mi Madrecita. Me parecía que
no había nada que cortase las cadenas de amor con que ellos me
prendían. Vivo para el dolor, casi después para la inmolación, para
el sacrificio. Soy víctima, soy de Jesús, soy de las almas. Muero
por no amar, muero, después de esto, por no sufrir. ¡Cruz, cruz,
bendita cruz! |