Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 11 —

6 de Marzo de 1942

Jesús, se prolonga mi agonía, no tiene fin mi calvario. Las negras tinieblas de la noche no terminan. No veo el camino, no puedo seguir sin voltear hacia atrás, no tengo guía, no tengo vida. Siento mi corazón y mi alma despedazarse en pedacitos. ¿Por amor a quién acepto todo esto? Por Ti, mi Jesús, sólo por Ti y por las almas.

Sírvete de mi tristeza y agonía, sírvete del sacrificio que me lleva al extremo para darle la paz al mundo. Jesús mío, para que tu divino Corazón pueda recibir de mí toda la alegría, consuelo y amor posible, para que sean realizados todos tus deseos, para que las almas se salven.

Si no vivo para salvarlas, si mis sufrimientos no bastan para evitarles el infierno, deprisa, llévame entonces hasta Ti; no se puede vivir así, que al menos lo que me queda de esperanza en mi agonía consuele tu divino Corazón.

Apresúrate, Jesús, a socorrerme, hazme firme en mis propósitos. Dame en mis labios una sonrisa engañadora en la que pueda esconder todo el martirio de mi alma, para que solamente Tú tengas conocimiento de todo mi padecer.

Recorre todo mi cuerpo, mi corazón y mi alma, busca y ve si encuentras algo que te sirva, quiero darte todo, todo. Apartaron de mí a mi Padrecito espiritual y todos los sacrificios que después de eso siguieron, me llevaron a sufrir al máximo. Y ahora, mi Jesús, el saberlo cerca de mí y sin embargo, estoy como avecita triste en días de invierno, muriendo de hambre, sin poder hablarle, sin poder recibir de él alimento y vida para mi alma, es para morir de dolor.

Reine e impere vuestro amor, sólo él puede vencer.

Mi Jesús, te prometí sufrir en silencio, no tener ningún desahogo mientras pudiese caber en mi pecho el dolor de mi triste padecer. Ahora no puedo más, Jesús, estoy abrumada. Me aplastan las humillaciones, los desprecios, los abandonos. Perdí mi vida en la tierra, perdí la vida del Cielo, soy una inútil para Ti.

¡Pobre del alma que sólo siente miedo y pavor! Triste corazón que está ansioso por poseer la sangre del mundo entero para enladrillar con letras de sangre el camino del calvario: amor, amor, el amor de Jesús!

Y nada tiene y de nada sirve para consolar y para amar.

Mi Jesús, escuché el grito de mi alma, yo sólo quiero amarte y nunca pecar. Soy miseria, soy nada, me siento avergonzada, estoy desfallecida. Pero mi voluntad quiere seguir todos los caminos trazados por Ti.

Mi cuerpo está en la cruz. Siento mi cabeza cercada de espinas, sin poder voltear de un lado a otro, todas me hieren agudamente. Dentro de mi pecho está grabado el calvario, es dolorosísimo todo el sufrimiento que se desprende de él. Pero mis labios sólo quieren balbucear: más, más, mi Jesús, más.

Mi voluntad va como loca a aproximarse a la crucifixión, el cuerpo, la pobre y horripilante naturaleza quiere retirarse, no tiene valor para tanto. La hora se aproxima. Sé, mi Jesús, toda la fuerza que necesita tu hijita, que aparentemente se siente abandonada de todo y de todos.

(Después de la crucifixión)

Jesús, llegó la hora, y también llegó al extremo mi aflicción. Sentía que no podía más. Este aniquilamiento me abre el pecho, y Tú, como siempre, vienes en mi auxilio, me infundes tu fuerza divina.

— Amada mía, mi querida hija, este es el camino, sígueme, es la vía dolorosa, es el camino del calvario. Yo fui quien te escogió, es la salvación de las almas, es mi gloria. Valor, mi amada. ¡Tengo más consuelo y alegría en tu crucifixión que en todos los sufrimientos y amor de las almas del mundo entero! ¡Alégrate, confía! En breve, muy en breve, vas a recibir el premio por todos tus sufrimientos, ¡Ten valor! Tu Padrecito está aquí para auxiliarte, junto con tu Jesús y tu Madrecita querida.

Caminé contigo, mi Jesús, llegué al Huerto, pero estaba tan sola. Recordaba tus divinas palabras, sólo ellas eran mi fuerza. Estando allá nunca te encontré ni te oí hablar. Triste noche y triste abandono. Ondas de crímenes caían sobre mí. Por todo el Huerto estaban marcados los caminos de las almas. Cada camino estaba sellado por vuestra Sangre divina. Sentía tristeza al ver tantas almas que se retiraban de junto a Él y hasta lo despreciaban. Por todos los caminos surgían esas almas con distintos sufrimientos que ofrecían para Ti.

Dulce Jesús, que inmenso dolor para tu divino Corazón al ser maltratado por las almas para quienes tuviste tanto amor. ¡Qué confusión! ¡Qué miedo tan pavoroso que transformaba vuestro Corazón y vuestro Cuerpo en sangre! ¡Pobre de mí! Mi Jesús, ¿Y qué era yo en medio de ese Huerto? Una pequeña bola, un instrumento inútil manejado por Ti.

 

Se siguieron los pasos de la Pasión. De aquí en adelante quedé desfallecida. Durante la flagelación, te confieso mi Jesús, que nunca sentí tanto abandono del Cielo y de la tierra. Todo era sólo rabia desenfrenada en mi pobre cuerpo, estaba yo en el auge de mi aflicción, o era aliviada o moría.

Sentí entonces que me llegaba una ayuda de la tierra y vuestra gracia divina descendió sobre mí, descansé en Vos por algún tiempo hasta recibir la vida que necesitaba. Mi alma se transformó, pasó del dolor y la agonía más extremosa hasta la suavidad y la paz.

Fui hacia la coronación de espinas. Me sentí obligada a descansar en la Madrecita, sentí en ese momento y por algunas veces que mi Padrecito espiritual, -aquel que retiraron de junto a mí-, quería darme alivio. La Madrecita me tomó en sus brazos, me cubrió con su manto, me besaba, y también Tú me besabas.

Escuché que le decías:

— Madre mía, es mi hija y es tu hija, es hija de nuestros amores.

Seguí para el calvario, cada paso que daba era un momento menos de vida, la perdía rápidamente. Me faltaba el auxilio del Cielo, no tenía luz que me mostrara el camino. Fue casi agonizante cuando fui clavada en la cruz. Los insultos del calvario sofocaban los gemidos: apenas se oía caer la sangre en el piso. Los gemidos y las lágrimas de la Madrecita los sentía en mi corazón. Caí entonces en extrema agonía y gritaba al Cielo preguntando la causa de tamaño abandono.

Mis gritos no fueron oídos, me parecía que no era escuchada, tenía que morir sola.

Y ahora, mi Jesús, que ya han pasado algunas horas de la noche y no termina mi dolor, no pasa mi agonía, siento que se prolonga mi abandono. Jesús mío, perdóname, siento que no creo en ti. Las palabras que me dijiste no podían ser dirigidas a mí, soy una criatura vil, no puedo consentir que poses tu mirada en mí.

¡Oh Jesús mío, lo que yo soy, lo que yo soy!

Perdóname, bendíceme, Jesús mío, a pesar de todo, deseo amarte.

 

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