Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 41 —

2 de Diciembre – Primer sábado

Noche de dolor, noche de tristeza y de tinieblas. Vino el demonio a desempeñar su papel infernal. La lucha más violenta duró nada menos que una hora. Se me apareció en forma de una horrenda serpiente; tenía el grosor de una persona cualquiera, cubierta de escamas, larga y fea. Se enrollaba de tal forma que parecía un montón de ellas y no una sola. Llegué a asustarme. Con sus palabras feas y gestos malos, pisoteaba las cabezas de las personas con las que él dice que yo peco. Parecía aplastar todo.

—  Estás condenada al infierno. Di que quieres el placer, di que quieres pecar. O desistes de tu ofrecimiento como víctima o te aplasto ese cuerpo y te trago como si fuese un león.

Y hacía intentos para tragarme. En los momentos más angustiosos fue que recurrí al Cielo; atormentada con el susto de pecar, llamé a Jesús desesperadamente.

Lo que pasó, sólo en confesión lo diré.

¡Cómo cuida y ampara Jesús a quien no quiere ofenderlo!

Quedé liberada, a pesar de que las amenazas del combate duraran toda la noche. No sé si fue Jesús que lo mandó a retirarse o si fue él que así lo quiso. Yo oía la afirmación que era yo la que no quería por estar cansada ya.

A pesar de estar iluminada la noche, yo estaba en la mayor obscuridad y en una tristeza de muerte. Una u otra palabra para desahogarme con mi Jesús y con la Madrecita querida;  poco podía decirles, la vergüenza no me dejaba.

¿Dios mío, cómo puedo yo amarte y consolarte de esta forma? ¡Oh Madrecita, el primer sábado, qué comunión la mía! Tuve la idea de pedirle a Jesús que no me hablara.

Qué horror, qué timidez tengo yo a los éxtasis. Tuve miedo de disgustar a mi Jesús con estos pensamientos.

Llegó la hora de comulgar. Momentos después comenzó Él a hablarme con su acostumbrada dulzura y amor:

— Hija mía, paloma querida, blanco lirio, azucena cándida y pura, ven aquí y escúchame. El Esposo que ama y es fiel desahoga sus dolores y penas con  su esposa. Mira, ¡Yo estoy tan lastimado, mi divino Corazón está tan herido! Los pecadores no cesan con sus crímenes, cada vez me ofenden más con sus deshonestidades e impurezas. El gozo, la carne, la maldita carne.

¡Y también soy tan ofendido por los sacerdotes! Y hay tantos que no me ofenden en la impureza, pero me ofenden en otros aspectos; hacen tantos estragos, ¡escandalizan tanto!

¡Ten coraje! Desagráviame con las luchas del demonio. Dame, dame esta reparación.

Ten coraje, anímate, dame todo, sufre todo. Tu pureza no se mancha, su aureola y candidez encantan a la Majestad divina, alegran al Cielo.

Coraje, amada mía, no temas la guerra desarmada contra ti, no temas porque estoy contigo. No temas porque es seguro el triunfo de mi divina causa.

Dile a tu Padrecito que le doy la afirmación de mi divino amor. Los hombres lo retiraron de ti, pero yo no lo retiré; cada vez os uno más dentro de mi divino Corazón. Él fue y será siempre tu verdadero director. Mis [momentos] breves son siempre así; todo en este mundo es breve en comparación con la eternidad. La afirmación de mis divinas palabras para que él sepa que está en la verdad, que mis promesas han de cumplirse. Que lo creé para las almas, para darse enteramente a ellas.

Dale a tu médico nuevos agradecimientos. Dile que me alegro al ver su firmeza en mi divina causa. Así son los amigos del Señor, combaten sin temor. Dile que él en unión  conmigo, estamos haciendo milagros en ti, conservándote la vida aquí en la tierra.

Dile a tu querido P. Humberto que lo traje aquí para defender  mi divina causa; no fue él el que vino.

¡Coraje, y toda la firmeza!

Y mi querido P. Alberto que esté constante a tu lado hasta que cese la persecusión y los malos juicios.

El dolor es hijo del amor. Es con dolor y amor que das la vida a mis hijos. Sólo este dolor y este amor podían ser dados a una víctima a la que le fue concedido desempeñar en la tierra la más alta y sublime misión.

Los amigos de mi divina causa ostentan en sus manos el estandarte del triunfo y del reinado divino.

Coraje, hija mía, es Jesús el que te lo pide: ¡coraje, coraje!

Te asemejo a mí. Yo también fui perseguido. En todos los tiempos mi Iglesia y todo aquello que es mío fueron perseguidos también. ¿Cómo no ha de ser perseguida ahora  mi causa más rica, la misión más dificilísima?

¡Coraje, coraje, amada, amada! ¡Es la rabia de Satanás!

Al mismo tiempo vino a mi lado derecho la Madrecita tomándome en sus brazos. Me pidió coraje en nombre de su divino Hijo.

— Anímate, hija mía, anímate, te pido en nombre de mi amor y del tuyo por mi Jesús. Acepta, sufre todo, consuela su divino Corazón herido con los pecados del mundo.

Mira, hijita, vengo a confirmar las palabras de mi divino Hijo.

Eres reina de los pecadores, eres reina del mundo. Acepta mi santísimo Manto, es tuyo, toma mi lugar. Envuélvete en él, pon a tu alrededor a los que te son queridos y que más de cerca comparten tu dolor. Los que lo comparten y cuidan de la causa de mi Jesús son queridos por tu corazón, por el mío y el de mi bendito Hijo. Aquellos que más asociamos a tu sufrimiento son aquellos a quienes más de cerca queremos purificar. Coloca después, a tu alrededor a todos los pecadores. Puedes cubrir con mi Manto en el mundo entero, alcanza para todos.

Acepta mi corona, eres coronada por mí: eres reina.

¡Dios mío, qué vergüenza la mía!

¡Cómo me sentía de pequeña y mezquina al pie de la Madrecita! ¡Qué vergüenza al sentirla colocar sobre mis hombros su santísimo Manto y sobre  mi cabeza una corona de reina que quitó de su santísima cabeza para colocarla en la mía!

¡Madrecita, Madrecita, qué vergüenza tengo de ti y de Jesús! Yo no soy digna de tal. ¡Oh, qué miseria la mía!

— Coraje, hijita, no te avergüences.

Estás purificada por el sufrimiento y por la Sangre de tu Jesús, que purificó todo; tienes la blancura del armiño.

El brillo de tu pureza y de tus virtudes iluminan al mundo, tu perfume lo irradia.

Llénate, recibe amor, es mío, es de Jesús.

El amor, cariño y caricias que recibes de Nosotros atraen las almas a ti.

Da todo en nuestro nombre a los que te son queridos.

Llénate para salvar al mundo entero. Llénate, es tuyo, te pertenece, sálvalo.

La Madrecita y Jesús me inundaron de amor y después de sus tiernas caricias se retiraron.

Quedé con más vida y más alegre.

A medida que el tiempo va pasando, la alegría huye, la vida va fallando. Aún así, grito y gritaré siempre:

— Amo a Jesús y a la Madrecita; quiero lo que Ellos quieran!

(Tradución: Alejandro Carbajal)

 

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