2 de
Diciembre – Primer sábado
Noche
de dolor, noche de tristeza y de tinieblas. Vino el demonio a
desempeñar su papel infernal. La lucha más violenta duró nada menos
que una hora. Se me apareció en forma de una horrenda serpiente;
tenía el grosor de una persona cualquiera, cubierta de escamas,
larga y fea. Se enrollaba de tal forma que parecía un montón de
ellas y no una sola. Llegué a asustarme. Con sus palabras feas y
gestos malos, pisoteaba las
cabezas
de las personas con las que él dice que yo peco. Parecía aplastar
todo.
—
Estás condenada al infierno. Di que quieres el placer, di que
quieres pecar. O desistes de tu ofrecimiento como víctima o te
aplasto ese cuerpo y te trago como si fuese un león.
Y
hacía intentos para tragarme. En los momentos más angustiosos fue
que recurrí al Cielo; atormentada con el susto de pecar, llamé a
Jesús desesperadamente.
Lo que
pasó, sólo en confesión lo diré.
¡Cómo
cuida y ampara Jesús a quien no quiere ofenderlo!
Quedé
liberada, a pesar de que las amenazas del combate duraran toda la
noche. No sé si fue Jesús que lo mandó a retirarse o si fue él que
así lo quiso. Yo oía la afirmación que era yo la que no quería por
estar cansada ya.
A
pesar de estar iluminada la noche, yo estaba en la mayor obscuridad
y en una tristeza de muerte. Una u otra palabra para desahogarme con
mi Jesús y con la Madrecita querida; poco podía decirles, la
vergüenza no me dejaba.
¿Dios
mío, cómo puedo yo amarte y consolarte de esta forma? ¡Oh Madrecita,
el primer sábado, qué comunión la mía! Tuve la idea de pedirle a
Jesús que no me hablara.
Qué
horror, qué timidez tengo yo a los éxtasis. Tuve miedo de disgustar
a mi Jesús con estos pensamientos.
Llegó
la hora de comulgar. Momentos después comenzó Él a hablarme con su
acostumbrada dulzura y amor:
— Hija
mía, paloma querida, blanco lirio, azucena cándida y pura, ven aquí
y escúchame. El Esposo que ama y es fiel desahoga sus dolores y
penas con su esposa. Mira, ¡Yo estoy tan lastimado, mi divino
Corazón está tan herido! Los pecadores no cesan con sus crímenes,
cada vez me ofenden más con sus deshonestidades e impurezas. El
gozo, la carne, la maldita carne.
¡Y
también soy tan ofendido por los sacerdotes! Y hay tantos que no me
ofenden en la impureza, pero me ofenden en otros aspectos; hacen
tantos estragos, ¡escandalizan tanto!
¡Ten
coraje! Desagráviame con las luchas del demonio. Dame, dame esta
reparación.
Ten
coraje, anímate, dame todo, sufre todo. Tu pureza no se mancha, su
aureola y candidez encantan a la Majestad divina, alegran al Cielo.
Coraje, amada mía, no temas la guerra desarmada contra ti, no temas
porque estoy contigo. No temas porque es seguro el triunfo de mi
divina causa.
Dile a
tu Padrecito que le doy la afirmación de mi divino amor. Los hombres
lo retiraron de ti, pero yo no lo retiré; cada vez os uno más dentro
de mi divino Corazón. Él fue y será siempre tu verdadero director.
Mis [momentos] breves son siempre así; todo en este mundo es breve
en comparación con la eternidad. La afirmación de mis divinas
palabras para que él sepa que está en la verdad, que mis promesas
han de cumplirse. Que lo creé para las almas, para darse enteramente
a ellas.
Dale a
tu médico nuevos agradecimientos. Dile que me alegro al ver su
firmeza en mi divina causa. Así son los amigos del Señor, combaten
sin temor. Dile que él en unión conmigo, estamos haciendo milagros
en ti, conservándote la vida aquí en la tierra.
Dile a
tu querido P. Humberto que lo traje aquí para defender mi divina
causa; no fue él el que vino.
¡Coraje, y toda la firmeza!
Y mi
querido P. Alberto que esté constante a tu lado hasta que cese la
persecusión y los malos juicios.
El
dolor es hijo del amor. Es con dolor y amor que das la vida a mis
hijos. Sólo este dolor y este amor podían ser dados a una víctima a
la que le fue concedido desempeñar en la tierra la más alta y
sublime misión.
Los
amigos de mi divina causa ostentan en sus manos el estandarte del
triunfo y del reinado divino.
Coraje, hija mía, es Jesús el que te lo pide: ¡coraje, coraje!
Te
asemejo a mí. Yo también fui perseguido. En todos los tiempos mi
Iglesia y todo aquello que es mío fueron perseguidos también. ¿Cómo
no ha de ser perseguida ahora mi causa más rica, la misión más
dificilísima?
¡Coraje, coraje, amada, amada! ¡Es la rabia de Satanás!
Al
mismo tiempo vino a mi lado derecho la Madrecita tomándome en sus
brazos. Me pidió coraje en nombre de su divino Hijo.
— Anímate, hija mía, anímate, te pido en nombre de mi amor y del
tuyo por mi Jesús. Acepta, sufre todo, consuela su divino Corazón
herido con los pecados del mundo.
Mira,
hijita, vengo a confirmar las palabras de mi divino Hijo.
Eres
reina de los pecadores, eres reina del mundo. Acepta mi santísimo
Manto, es tuyo, toma mi lugar. Envuélvete en él, pon a tu alrededor
a los que te son queridos y que más de cerca comparten tu dolor. Los
que lo comparten y cuidan de la causa de mi Jesús son queridos por
tu corazón, por el mío y el de mi bendito Hijo. Aquellos que más
asociamos a tu sufrimiento son aquellos a quienes más de cerca
queremos purificar. Coloca después, a tu alrededor a todos los
pecadores. Puedes cubrir con mi Manto en el mundo entero, alcanza
para todos.
Acepta
mi corona, eres coronada por mí: eres reina.
¡Dios
mío, qué vergüenza la mía!
¡Cómo
me sentía de pequeña y mezquina al pie de la Madrecita! ¡Qué
vergüenza al sentirla colocar sobre mis hombros su santísimo Manto y
sobre mi cabeza una corona de reina que quitó de su santísima
cabeza para colocarla en la mía!
¡Madrecita, Madrecita, qué vergüenza tengo de ti y de Jesús! Yo no
soy digna de tal. ¡Oh, qué miseria la mía!
—
Coraje, hijita, no te avergüences.
Estás
purificada por el sufrimiento y por la Sangre de tu Jesús, que
purificó todo; tienes la blancura del armiño.
El
brillo de tu pureza y de tus virtudes iluminan al mundo, tu perfume
lo irradia.
Llénate, recibe amor, es mío, es de Jesús.
El
amor, cariño y caricias que recibes de Nosotros atraen las almas a
ti.
Da
todo en nuestro nombre a los que te son queridos.
Llénate para salvar al mundo entero. Llénate, es tuyo, te pertenece,
sálvalo.
La
Madrecita y Jesús me inundaron de amor y después de sus tiernas
caricias se retiraron.
Quedé
con más vida y más alegre.
A
medida que el tiempo va pasando, la alegría huye, la vida va
fallando. Aún así, grito y gritaré siempre:
— Amo
a Jesús y a la Madrecita; quiero lo que Ellos quieran!
(Tradución:
Alejandro Carbajal) |