ESCRITOS DE LA BEATA
ALEJANDRINA
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Más
tarde o más temprano, pero va a ser necesario adoptar un criterio
menos aleatorio para escoger información de los textos de
Alejandrina para la Página Mensual. Por ahora vamos a seguir así.
De
una forma especial dedico el texto de este mes a una asociación
católica brasileña, a la Comunidad “Servir”. Esta comunidad está
haciendo un gran esfuerzo en la divulgación de la Beata Alejandrina,
valorizando la Reparación y la Eucaristía. Ahora nosotros vamos a
valorar la Reparación.
Además, durante el mes de febrero esta Asociación se va a reunir en
un gran encuentro, por lo que les deseamos el mayor éxito.
18-5-1945, viernes
Bendeciré al Señor.
En
este mes de la querida Madrecita, recibí de Jesús un obsequio que
vino a abrir mi sepultura y recibí más espinas que vinieron a
clavarse en la llaga de mi corazón siempre sangrante, lo que no lo
deja cicatrizar. De vez en cuando se aviva fuertemente.
Bendeciré siempre a Jesús y a la Madrecita, pero confieso: si no
fuesen estas gracias del Cielo, habría caído en la desesperación y
habría muerto.
¡Qué
grande amor el de Jesús! ¡Cuánto te debo, amor mío! ¡Contigo vencí y
venceré siempre! No pude tener una palabra de queja, aún cuando más
merezco por mi miseria. Estoy como la palomita de pico abierto,
batiendo las alas lista para perderse, sin tener donde reposar.
Tengo
sed de luz, tengo sed de consuelo.
Ya en
la tierra se me cierran todos los caminos. Déjame, Jesús, déjame,
Madrecita, déjenme entrar en Vuestros Corazones amantísimos, aunque
nada sienta, déjenme al menos con la certeza de que vivo en ellos.
Dentro
de ellos me siento libre de odios y persecuciones, allí estoy cierta
de que los amo y no los ofendo. Si mi cuerpo pudiese cubrirse de las
tinieblas para así no ser visto nunca más ni recordado. Así como en
las tinieblas fue cubierta mi alma, así moriría, no sería recordada,
como son los deseos de mi Prelado. Es con todo el amor que acepto y
obedezco sus órdenes. No nació dentro de mí ni la más pequeñita
sombra de odio contra él y contra sus compañeros. Por el contrario,
decía:
Jesús
mío, compadécete de ellos, no comprenden, no conocen los
sufrimientos de un alma.
¡Jesús
mío, si pudiese postrarme delante de Vos y con las manos levantadas
supiese agradecerte los mimiños que me das!
Con el
corazón sangrando de dolor, no pude rezar con mis labios el
“Magnificat”, pero lo recé con mi pensamiento.
Dame
fuerzas, Jesús, para sufrir y no me condenes, porque la sentencia de
los hombres nada valen, a no ser para mi mayor martirio.
Fueron
los hombres los que me prepararon el sufrimiento de hoy, para que
más me parezca a Jesús y así acompañarlo en el camino del Calvario.
Y así
es como voy, apresada con cuerdas, pero con amor abrazada a la cruz.
Soy víctima de las opiniones de los hombres, soy víctima de las
lágrimas de los míos. ¡Si pudiese sufrir sola!
Bendeciré al Señor, no quiero perder ni un momento.
Mis
miradas siguen sin ser mías. Fijan la vista llenos de ternura en uno
y otro corazón cuanto más se dejan compenetrar de estas miradas tan
llenas de dulzura y de amor. Las miradas no van para todos por
igual; los corazones con su correspondencia, es como se hacen
merecedores de todo cuanto esas miradas encierran.
¡Tendría tanto que decir sobre esto! ¡Son a tantos a los que
quisiera atraer y abrazar!
¿Pero,
qué es esto, mi Jesús? Es siempre mi cruz. En este conjunto de
sufrimientos, mi calvario junto con el de Jesús, mi corazón oprimido
con el peso abrumador del dolor se desahogaba, no resistía.
¿Podré
vencer, Jesús? ¿Resistiré tanto? Sólo con Vos. Váleme. Tengo miedo.
¡Siento
tanto mi abandono y el de Jesús! Mi cuerpo sangraba, daba las
últimas gotas de sangre.
Él
vino:
- ¡Te
amo tanto, hija mía! Te pareces a Mí y tu calvario es el mío. Ten
valor. Las espinas que te hieren son las mías. Las varas que te
azotan fueron las mías y tu cruz fue también la mía.
Fue el
amor la causa de las espinas, de los azotes, de la cruz, del
Calvario, de la muerte. Te ató a Mí tu amor a la cruz, te ató a Mí
aún en los sacrificios hasta el fin de los siglos. Y tú, mi paloma
bella, fuiste presa también a mi imagen, te ató el amor a mi Divino
Corazón, te ató el amor a las almas. Amada mía, déjate herir, cada
espina que te hiere sale de mi sagrada cabeza y de mi Divino
Corazón. ¡Tengo tantas espinas!
Jesús
me presentó su sagrada cabeza y su Divino Corazón. ¡Qué grande seto,
qué agudísimas espinas lo herían! Me enternecí tanto por Jesús que
le dije:
Acepto
todo lo que sea dolor, pues quiero quitar de Vos todas esas espinas
y no dejar señal alguna de las heridas.
Empecé
a quitarle espinas a Jesús, todas las que tenía a mi disposición. En
`pocos instantes desaparecieron todas y ni la sagrada cabeza ni el
Divino Corazón quedaron llagados, no quedó ninguna señal de sangre.
Todo desapareció.
-Mira,
mi esposa querida, como tu nuevo sufrimiento cicatrizó todas las
heridas que tenía. ¡Valor, anímate! Yo no te falto. Dudar de Mí es
ofenderme.
Incluso
si te dijese que lo que te prometí ya llegaba, no te engañaba aun
cuando tardara años, pues los años, en comparación con la eternidad,
representan un suspiro. Pero no demoro, confía.
Hija
mía, voy a dejarte un poco más liberada del demonio; para que puedas
resistir, es preciso operar milagros. Si supieses que con los
combates con el demonio, arrancaste muchas almas de los abismos y
las condujiste hacia Mí. Están firmes, no vuelven a ofenderme
gravemente, se salvan.
Para
que resistas en tu penoso calvario, voy a venir a ti más veces, pero
en forma silenciosa. Son éxtasis de amor, de ellos recibirás siempre
toda la abundancia de mis gracias, de mi ternura y de mi amor.
Eres
rica de Mí, eres rica en virtudes. Es por eso que tus miradas
atraen, tienen ternura, tienen dulzura, aprisionan, tienen amor.
Es por
eso que tu sonrisa tiene dulzura, tiene todo lo que es del Cielo. No
vives, vivo Yo. Son medios de salvación y llamadas para las almas.
¿No es
por acaso verdad, hija mía, que Yo en mi Calvario poseía dos vidas,
la humana y la divina? Hasta en eso te pareces a Mí. En tu calvario
tienes también la vida divina, es Cristo quien está en ti. Nada
temas.
Viene
el Jardinero divino a su jardín a ver las maravillas que operó en él
y el fruto de tanto cansancio. Viene el Rey al palacio de su esposa,
el Redentor divino a su redentora, a la nueva salvadora de la
humanidad.
Mis
maravillas no quedan ocultas en ti, no consiento que queden
escondidas. ¡Han de brillar! Son mi gloria, son salvación de las
almas. Todo será conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo
será conocido en el libro de tu vida.
Eres la
heroína del amor, la heroína del dolor, la heroína de la reparación,
la heroína de los combates, la reina de los heroísmos.
Recibe
consuelo, hijita, recibe Mi amor divino. Cuanto viene a ti en Mis
coloquios, me une a ti con este amor. Vengo a dar vida y consuelo a
tu corazón, a ayudarte en tus tinieblas.
¡Eres
mía siempre y Yo habito siempre en ti!
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