Alexandrina de Balasar

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ESCRITOS DE LA BEATA ALEJANDRINA

— 12 —

 

7 de Marzo 1942

 

Mi buen Jesús:

Pasé la noche haciéndote compañía, no perdí mi unión contigo. Lloré, porque no podía esconder más mi dolor, fueron para Ti mis lágrimas. Las tinieblas alcanzaban toda la altura, desde la tierra hasta el Cielo, escondieron el azul del firmamento. Y yo, ¡tan abandonada! Perdida en tanta oscuridad, mi dolor era mortal. Aún sin alborear el día entraste en mi cuarto, bajaste a mi corazón. Pasé unos momentos con el mismo dolor: después resplandeció en mi alma vuestro Sol divino, gocé de vuestra dulce paz y oí vuestra voz divina.

—  Amada mía, mi amada, mi amor te consume. En ti sólo hay oro finísimo, mi fuego divino te purifica. ¡Qué riqueza hay en tu corazón! Tengo en él todo el consuelo y todas las delicias. Te diste toda a Mí, todo recibí y guardé.

Vengo al jardín de mi esposa, en él cogí muchas flores, guardé todo su perfume. Es para distribuirlo a las almas: ese perfume es el que las atrae hasta Mí.

Mi querida loquita, dile a tu Padrecito, que lo es y lo será para siempre, no consentí ni consentiré que te lo quiten, que le mando todo mi amor y el de mi Madre bendita.

Basta, basta ya la experiencia de los hombres. El golpe que te fue dado habría sido fatal si Yo no velase por ti, si no te amparase y cubriese con toda la protección divina. Yo lo quiero junto a tu alma con todo su cuidado.

Dile al señor doctor que todo cuanto hace por ti lo hace por Mí y ya que lo hizo lo recibo en ti. La recompensa es eterna, le doy todo mi amor, todo lo recibirá de ti. Todos sus hijitos quedan bajo tu protección, ninguno de ellos se perderá, todos tendrán un lugar de predilección en el Cielo. Lo quiero siempre vigilante junto de la planta que le confié, no podría vivir sin todo su cuidado. El fin se aproxima rápido, toda la gloria y el triunfo son de Jesús.

Dejé de oírte, mi Amor e inmediatamente empezó a sangrar de dolor mi corazón. Mientras, tu fuerza divina me fortaleció, sufro, pero con más vida. No quiero dudar de tus palabras, espero una resolución firme, espero la transformación completa de los corazones humanos. Sólo el poder de un Dios puede renovar tantos obstáculos.

Espero en Vos, mi Jesús: no me dejes morir de hambre, no dejes que caiga en el desaliento. Déjame todo el amor, toda la confianza, todo el deseo de sufrir por Ti. La bendición, mi Jesús, para la pobre Alejandrina.

               

13 de Marzo 1942

 

Jesús, he de vengarme, y vengarme con toda mi fuerza de aquellos que tanto me han hecho sufrir. Mi amor, ¿sabes cómo? Con oraciones más fervorosas, con todos mis sacrificios, para que ellos te conozcan y te amen. Si te amasen como Tú quieres, no procederían así. Perdónales, buen Jesús.

Todo lo que dicen de mí, sin Vos, sin vuestra gracia, creo que sería capaz de muchas cosas más. Si me dejases sola un momento, sería el tiempo suficiente para practicar los mayores crímenes. Yo solo tengo que agradecerles a aquellos que me humillan y me hieren. Me abren un nuevo camino para que te siga más de cerca, con más perfección y amor.

 

A todo quiero sonreír y sea siempre lo primero esa sonrisa que es para Ti. Mi pobre corazón está despedazado, no cesan de pisarlo y en la misma llaga continuamente lo hieren. No importa, sólo importa tu amor, eso me basta, quiero poseerlo, aunque para lograrlo sea aplastada por todo y tratada como esclava.

A Vos, mi Jesús, ya me di como esclava y continuamente me sigo dando. Inclino la cabeza para recibir el corte de cuchillo de todo el dolor y el sacrificio.. En lo más íntimo de mi corazón voy diciendo siempre: Hágase, Jesús, hágase como quieras.

Jesús, mueren mis labios de sed y de hambre, muere de sed mi alma. La sed de mi cuerpo eres Tú, que permites que no la pueda saciar; te ofrezco mi sacrificio, acepto todo por amor, para que Tú puedas saciar la sed de todos los corazones. La sed y el hambre de mi alma es causada por los hombres, son ellos los que me dejan morir, no permiten que mi alma se alimente y se sacie en aquella fuente que Tú escogiste.

Oh Jesús, Oh Jesús, compadécete de mí. Mira mi alma, como avecita perdida está por perder la vida debido al desamparo.

¡Ay de mí sin Vos! ¡Qué dolor, qué dolor mi Jesús! ¡Cuantas tinieblas! ¡Qué oscuridad tan espantosa! ¡Qué caminos tan cubiertos de espinas! Caigo a ciegas sobre las espinas y con ellas lacero mi cuerpo, pierdo mi sangre. Es por las almas.

Pones enfrente, delante de mis ojos, a mi enorme cruz. La veo claramente, en ella soy clavada continuamente. Y ahora, Jesús, de momento a momento, va siendo mi agonía más dolorosa. De cuando en cuando suelto un gemido, ya casi sin vida, mis ojos pierden su luz; muero abandonada, llena de miedo. Se aproxima la crucifixión, ampárame, vela por mí, mi Jesús.

 

Después de la crucifixión

 

Jesús mío, se aproximan los momentos de mayor angustia. Mi Jesús, ¿escuchaste mi voz, amortecida, decirte que me llevaras contigo, que ya no podía más? Perdóname, mi buen Jesús, perdóname, mi Amor. Es verdad que mi desfallecimiento era tan grande, que mi cuerpo ya no tenía fuerzas, no era capaz de moverme. Mi voluntad quería seguirte, estaba firme y Tú veniste a ampararla, me diste vida, me fortaleciste con tu dulce voz:

— Hija mía, amada mía, dale a Jesús la limosna que pocas veces te será pedida [1].

Sin ella mueren de hambre los pecadores y millares caerían en el infierno. Sin ella, Portugal no tendría paz y todo el universo no recibiría la paz tan deseada, sin ella no estaría mi divino Amor en muchos corazones, en muchas almas.

¡Valor, tu Padrecito te ampara, te auxilia junto con Jesús y con la Madrecita.

Caminé para el Huerto, cada vez con más tristeza, tinieblas y dolor. Mi Jesús, te sentía como revestido de mí al llamar a las almas. Les dabas la agonía de tu divino Corazón, les mostrabas como estaba herido y herido sólo por amor. ¡Qué ingratitud! Yo sentía como ellas te volvían la espalda, te despreciaban. Pobres almas, no te quieren escuchar, huyen de Ti, van locas hacia la perdición.

Se retiraban las almas para un lado y el Padre Eterno para otro lado, airado contra Ti, dejado en el mayor abandono. Yo casi no podía resistirlo al sentir tu dolor, tu amargura, que hacía estallar las piedras. No podía verte huir hacia la soledad, meterte bajo la tierra aplastado por un universo de pecados. No sé explicar tu dolor, mi Jesús, no tengo palabras que expliquen lo infinito de tu amor.

Me levanté del Huerto para continuar siendo el instrumento en vuestras divinas manos en todos los pasos de la Pasión. Aumenta el abandono de la crucifixión hacia la crucifixión, el desfallecimiento es más, mil veces más. Del Cielo no puedo esperar auxilio, de la tierra todo me quieren quitar. Jesús, Jesús, ¿hacia donde he de voltear? Sólo con la obediencia, tan mal comprendida, resisto un mar de dolores.

En la flagelación me incliné hacia Vos, fue vuestro divino Corazón mi abrigo, en él recibí la vida que estaba casi perdida. Resguardada por Vos, miraba todos mis sufrimientos, pero en cuanto descansaba, no los temía. Vuestro divino abrigo me daba fuerza, suavizaba mi dolor. Cuando, sin compasión ni piedad golpeaban mi cabeza y le enterraban agudísimas espinas, fui a descansar en la querida Madrecita. Entonces, como la criaturita que corre al regazo de su madre, iba hasta Ella, me lanzaba a su cuello, la abrazaba y era acariciada por Ella.

Miraba para un lado y para otro, de todos lados surgían sufrimientos; sabía que eran para mí; mi corazón sonreía a todo y decía: todo lo recibo por amor.

Jesús mío, estos son alivios pero no son consuelos, bien lo sabes. Tenga vuestro divino Corazón el consuelo que yo pudiera tener. Brillen en las almas, mientras yo sufro en las tinieblas.

Fui para el Calvario, fui para la cruz; el desfallecimiento era de muerte, los insultos caían sobre mí. El cuerpo y el alma estaban llenos de miedo y de pavor. Gritar al Cielo era lo mismo que gritar a la nada. Morir sola, morir en el dolor, entre lágrimas y suspiros, morir para dar vida, morir para que las tinieblas se transformen en luz, esas eran todas mis ansias.

Terminó este martirio, mi Jesús, mi pobre corazón no tuvo momentos de alivio, continuó sangrando, no podía esperar horizontes alegres. Todo cava apresuradamente mi sepultura. Miro para atrás, miro para el frente, no veo a nadie junto a mí, todo es sublevación, todo es desprecio.

Continúa mi vida de ilusiones. ¿Me darán a mi Padrecito espiritual? ¿Vendrá hoy, vendrá mañana? Mi Jesús, yo no cometí ningún crimen, sufro siendo inocente, sufro por vuestro amor, sufro para darte almas. Antes sufrir una vida entera inocente que sufrir un solo momento siendo culpable.

Mi Jesús, me fueron regresadas las cartas de mi Padrecito. ¿Para qué? El sacrificio ya estaba realizado. Fue lo mismo que colocarlas sobre un cadáver que nada siente. Manda la obediencia y yo acepto.

Vuestra bendición y vuestro perdón.


[1] Deolinda explica al Padre Humberto: “N.S. da a entender a Alejandrina que está por terminar la crucifixión física”.

 

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