8 de
Diciembre – Viernes
Lejos
de clarear el día –día que para mí no clareó- empecé a hacer mis
oraciones y a prepararme para la visita de mi Jesús. No podía rezar,
llena de pavor, sobrecargada de vergüenza, dolor y humillaciones.
Era
llevada
de casa en casa, de calle en calle; sufría en lo más íntimo de mi
alma. Lloraba por dentro, y para dentro suspiraba. Mis labios no
podían tener una palabra de queja. Me aplastaba el peso de las
humillaciones.
Dios
mío, ¡Qué dolor tan profundo! Era un dolor sin fin. No era capaz de
ver hasta donde iría a parar.
Jesús,
¿Cómo podré soportar tan grande martirio? Si me faltas, no resisto,
muero, muero de prisa.
Con
este dolor no pude tener un momento de alegría, ni podía recordar
que era el día de mi Madrecita, día tan predilecto para mí, día de
la Inmaculada Concepción. Al menos podía respirar.
¡Jesús,
pobre de mí, no puedo estar aquí!
Vino
Jesús, me envolvió con el calor de su Amor divino, me acarició y me
dice:
— Tu
dolor, hija mía, es dolor de salvación. Ese
mar inmenso de sangre que
continuamente derramas de tu corazón es donde son sumergidos los
pecadores. En esa sangre de tu dolor es donde son purificados, es
sangre de la nueva redención. Tú eres la segunda arca de Noé. En ti
guardo a los pecadores, en ti, como en esa arca, guardo todo para la
vida de un mundo nuevo. Tu dolor, tu inmolación da más vida a las
almas que para los cuerpos. ¡Valor, hijita, nada temas!
La
lluvia que cae en el arca no es de condenación, es de salvación. Es
lluvia de humillaciones, desprecios y sacrificios. El arca no tiene
peligro, navega en las alturas. Una vez que bajen las aguas de la
persecución, verá el mundo la riqueza que continúa, que es riqueza
de salvación.
Hijita,
amada querida, Yo no estoy solo, está conmigo mi bendita Madre.
Escucha lo que ella te dice.
Jesús a
la izquierda, la Madrecita a la derecha, me tomó en su regazo, me
apretó fuertemente contra su santísimo Corazón, me cubrió de
caricias y me dice:
— Hija
mía, vengo con mi divino Hijo a hacerte entrega de la humanidad,
enciérrala en tu corazón, quedan las llaves con tu Jesús y tu
querida Madrecita. Ten mi santísimo manto y mi corona de Reina,
fuiste escogida por Mí. Eres reina de los pecadores, eres reina del
mundo, fuiste escogida por nosotros.
Hoy,
día de mi Inmaculada Concepción, te hacemos entrega de tu reinado,
empieza desde hoy, es tuyo: gobiérnalo, guárdalo. Guárdalo en la
tierra, así como lo guardarás y gobernarás después en el Cielo.
Escogí
este día, en que soy alabada y es guardado para que en unión conmigo
sea festejado el día que te fue entregado el reinado de la
humanidad.
Cuando
el mundo tenga conocimiento de esto, conmigo serás alabada.
Sentí
como si me abriesen el pecho y dentro el corazón fue abierto por
Jesús y por mi Madrecita, después de depositar algo, cerraron
nuevamente. Cerró con llave la Madrecita y después Jesús. Con un
soplo, lo calentaron dulcemente.
Después
quedé entre Jesús y mi Madrecita, como en medio de una prensa. De
tanto que me estrechaban entre sus corazones divinos. Una vez la
Madrecita, otra vez, Jesús, unían los labios a los míos, soplaban y
me daban su vida divina. Y la Madrecita continuó:
— Hijita, amada, querida por mi Jesús, recibe la vida que vives,
recibe la vida del Cielo, recíbela y da a las almas.
Y
continuó Jesús:
— Mi
palomita bella, blanco lirio, azucena pura, estrella brillante que
brillarás noche y día para luz y guía de los pecadores, para luz y
guía de cuantos quisieran seguirte y amar con el amor más puro y más
fuerte.
Valor,
hijita, valor, amada, no temas la guerra del mundo. Te espero en el
Cielo para abrazarte, te espero en el Cielo para en el guardar el
mayor tesoro que tengo en la tierra. Eres de Jesús, eres de la
Madrecita. Te espera toda la corte celeste.
¡Oh
Concepción pura, Oh Madre de Jesús,
Guarda
mi cuerpo clavado en la Cruz,
Clavado
en la Cruz, a la Cruz abrazado
Guárdalo, Madrecita, Oh Concepción pura,
Madre
de mi Esposo amado!
Recibí
nuevas caricias de Jesús y de la Madrecita. Les hice llegar la
entrega de mi misma y de todos los que me son queridos y por fin del
mundo entero, incluyendo también a los que me hace sufrir.
— Madrecita, os hago entrega de la humanidad, guárdenla, que es
Vuestra, sálvala, sólo Vosotros podéis. Me avergüenzo por haber
recibido de Vos la entrega del mundo. ¿Qué puede esta miseria sin
Vuestra protección?
Jesús,
Madrecita, me entrego como el soldado que quiere combatir y defender
Vuestro reinado. Quiero luchar, quiero obedecer: mandad. Yo, con
vuestra gracia todo cumpliré, seré fuerte. Con la gracia y fuerza de
lo Alto será salvado el mundo.
Me
costó desprenderme de Jesús y de la Madrecita. Unida a Ellos, vencía
el mundo, nada temía. Ahora, todo temo, nada puedo.
Ay, qué
nostalgia tengo del Cielo. ¿Cuándo iré para allá?
9 de Diciembre
En la
mañanita de hoy, no podía hacer mis oraciones ni prepararme como
debía para recibir a mi Jesús. Es indecible mi dolor. Mis lágrimas
varias veces intentaron deslizarse en mi cara. Paraba de orar y
decía:
— ¡Dios
mío, Dios mío! Mi alma se rasga como un trapo viejo, hilo a hilo, se
desgarraba, se derretía. ¿Jesús, cómo he de vivir así?
Vino la
hora de comulgar. Ni la visita de Jesús me dio alivio ni alegría,
quedé con el mismo estado de mi alma. Di gracias lo mejor que me fue
posible.
Me puse
después a leer la correspondencia que me entregaron. La segunda
carta hizo brillar unos rayitos de luz en mi alma. Se levantó de mí
el peso que despedazaba todo mi ser. Sin faltar a la santa
obediencia, ya el Padre Humberto podía escribirme para así aliviar
un poco mi dolor y darme luz entre tantas tinieblas.
Sin
saber cómo, en un impulso de amor, pude arrodillarme en mi cama,
levantar las manos y rezar el Magnificat, cosa que acostumbro rezar
siempre que recibo mimitos de Jesús, o cuando vienen a herirme, para
suavizar mi sufrimiento.
Entonces entoné alabanzar a Jesús Sacramentado y a su santísimo
Corazón testimoniándole mi confianza en Él así como en la Madrecita,
a Quien, con mi hermana y primas entonamos un cántico de amor.
Después
de agradecer al Cielo, caí sobre mi cama, quedando en mi tan amada
cruz. Mi alegría después murió.
No
acostumbro entregarme, acepto todo como Jesús quiere, pero si me
entregaba a la alegría, bien poco tiempo me alegraba. De prisa nace,
de prisa muere. Hasta los éxtasis con mi Jesús mueren, como si por
mí no pasaran.
Pasé el
resto del día sumergida en el sufrimiento, al sentir en mi alma la
grande humillación que los Padres Salesianos pasaron por mi causa.
Pobrecillos, sufren por hacerle el bien y aliviar a una pobre alma.
¡Oh,
cómo es dulce el sufrimiento llevado por Jesús y por las almas! Le
ofrecí a Jesús y a mi Madrecita el consuelo que pudiera sentir con
esta buena nueva. Les dije que era para sus santísimos Corazones el
consuelo que yo debía sentir, así como la alegría.
Jesús,
saca de todo esto provecho para las almas. Son ellas y Vuestro amor
el único fin de mi vida. |