SENTIMIENTOS DEL
ALMA 1944
20
de Octubre
Dios
mío, me faltan mis fuerzas, mi cuerpo es ceniza, el dolor muere
también. Todo pasa, viene la eternidad y yo estoy con las manos
vacías.
Quiero
llorar: Jesús, siento que es necesario bañar al mundo de lágrimas y
de sangre. Quiero llorar mis culpas, quiero llorar las del mundo
entero. Quiero sufrir, deseo sufrir y sufro y siento que el dolor no
es mío, siento que no soy yo la que sufre.
¡Oh
miseria, oh miseria! ¡Qué ruinas en mi polvo, en mis cenizas! Trato
con Jesús fríamente, trato con Él tan de lejos. Dios mío, qué
horror, qué distancia me separa de Vos. Me parece que no hay nada en
el mundo que pueda conducirme hasta Vuestro amor e unirme para
siempre a Vuestro divino Corazón.

Señor,
yo no soy yo, no puedo estar aquí, esta vida no es mía: Jesús, ten
compasión, no os retiréis de mí, no vuelvas tus espaldas a la más
miserable de Vuestras hijas. Jesús, soy miseria, pero es con esta
miseria que yo quiero amaros y así quiero ser Vuestra, enteramente
Vuestra.
¡Jesús,
deja a esta pobre hijita desprender sus vuelos, déjame volar hasta
Vos. El Cielo, Jesús, me criaste para él!
Mira
mis luchas con Satanás. Esta noche, mi Dios, mi Dios, el maldito
intentó llevarme a desesperarme de mi salvación. Me decía que ya no
me salvaba.
— Dios
ya gravó su sentencia de condenación para ti. Tú quieres gozar y
puedes gozar todos los placeres porque ya no tienes salvación.
Daba
carcajadas, me llamaba por los nombres más feos y me decía:
— Quieres salvar a otras almas y no salvas la tuya. Estás condenada,
estás condenada.
Carcajadas, más carcajadas y gestos maliciosos.
Soy
Vuestra víctima, Jesús, quiero sufrir todo y no pecar. Quiero
amaros, quiero alabaros. Jesús, soy víctima, soy víctima de las
almas. Os doy mi sangre, os doy todo, todo.
El
demonio estaba furioso, se tiraba hacia mí con furia de león. Como
estaba preso con cadenas de fierro y no conseguía llegar hasta mí,
aullaba de desesperación y se mordía el mismo y me decía:
— El
infierno está cerrado, pero tu cuerpo es el que lo paga. Mira que
noche de crímenes. Sufres por los otros y no sufres por ti. Renuncia
a todos los sufrimientos, renuncia a todas los ofrecimientos que
hiciste a Dios, dile que no quieres nada, porque al final estás
condenada. Cerraste el infierno para los otros y lo abriste para ti.
¡Qué eternidad desgraciada de espera! Cree en lo que te digo.
Antes
el infierno, mi Jesús, clamo al Cielo en mi tremendo combate. ¡Antes
el infierno que pecar! Antes una eternidad desgraciada que
disgustaros en la más mínima cosita.¡Os amo, os amo, mi Jesús, en
las luchas, en los combates, en el calvario y en la cruz!
Se
serenó la tempestad y me adormecí. Poco después me preparé para
comulgar, triste, trisste y como un mendigo tiritaba de frío. Tenía
miedo de recibir a Jesús, no era digna de recibirlo, de poseerlo.
Él
vino, olvidando mi miseria, me uní a Él, aumentaron mis ansias de
amarlo. Quiero corazones,quiero lenguas para amarlo y alabarlo por
mí. Jesús, Madrecita, Cielo, denme amor para que yo ame con ese
amor.
24
de Octubre
Morí,
morí para el mundo, morí para todo. Dió un último suspiro aquel
pequeñito soplo de vida que ya hace mucho agonizó, desapareciendo
toda la fuerza que lo arrastraba por el inmenso cementerio. Hasta
los propios bichos desaparecieron, aquellos que venían sobre mis
cenizas y sobre otras que no eran mías, pero que estaban a mi
cuidado.
Hace
días que empezó a caer una lluvia de sangre, venida de lo alto.
Llovió sangre y aún continúa lloviendo. al principio bañó las
cenizas, después las lavó de tal forma que desparecieron, ya no
existe nada. La sangre continúa viniendo de lo alto, cae sobre lo
que está limpio, ya no tiene nada más que lavar.
¡Dios
mío, cómo puedo hablar de una cosa que no existe! Yo soy nada y voy
a hablar del dolor, del dolor que no es mío, del dolor que no me
pertenece.
Mi
Jesús, siento al dolor y no soy yo la que sufre, le faltó la vida al
dolor que era mío. Vengo ahora a sufrir a rastras, me recuerda a la
cobra que le falta el veneno. Veo este dolor envuelto en la lama y
en el lodo, golpeando de un lado a otro. Esa vida que iba a vivir en
lo alto, dejó para no regresar más. Vive en la cima, muy encima,
mirando el dolor acá abajo y lo mira con compasión. Esta vida que ve
en lo alto es una vida semejante a aquella vida de que hablé en el
día de la Asunción de la Madrecita, de este mismo año. No sé
explicar mejor mis sentimientos.
Jesús,
Vos sabéis y comprendéis todo, yo no sé que vida es esta. Atiéndeme,
ayúdame en mis combates, en mis luchas con Satanás. continúa
seduciéndome al mal. Quiere instruirme con sus lecciones vergonzosas
y maliciosas. Mira que todo sufro por Vuestro amor y por las almas.
Ve que no quiero pecar, no quiero herir Vuestro divino Corazón.
Herirlo, sí, pero herirlo con saetas de amor, no con el pecado, no
quiero heriros, no quiero disgustaros.
Por
Vuestra bondad y amor, el demonio no ha venido tan frecuentemente.
¡Pero, ay, mi Jesús, la maña que tiene él! Cuando viene, viene más
furioso y desatado. Y hace sufrir tanto a mi pobre alma cuando me
dice:
— ¿Ves
cómo es que tu quieres pecar y pecas cuantas veces quieres? Ahora
que sientes tu cuerpo desfallecido, te entregas menos veces a los
placeres. ¿Ves como eres tú y no soy yo?
Y me
insulta entonces con los nombres más feos y malos. Me amenaza con
que voy a tener una noche de crímenes y después tarda en venir,
dejando en mi alma deseos de pecar. Después, cuando viene, me lanza
en el rostro esos sentimientos de mi alma para así afirmarme en que
soy yo la que quiero, que soy yo la que peco.
— Mi
Jesús, bien sabéis que no quiero. Sólo ves como quedo asustada
cuando lo oigo a lo lejos con sus amenazas. Quedo siempre aterrada
al ver que llega la hora del martirio. Bañada en sudor y lágrimas,
recurro a Vos en los momentos más graves.
Jesús,
ayúdame. Madrecita, muestra que eres mi Madre, entrégame a Jesus
como víctima, quiero desagraviarlo, quiero reparar, pero no quiero
pecar. Me entregué a Él como esclava, quiero servirlo, quiero amarlo
y darle almas. ¡Pecar, nunca, Jesús, Madrecita! ¡Soy víctima, soy
víctima!
En el
último ataque, de las once y media de la noche de esta misma noche,
bañada en sudor, lloré sentidas lágrimas. El corazón no podía
resistir más. Muchas veces repetí:
¡Sagrado Corazón de Jesús, tengo confianza en Vos! Os juro que no
quiero pecar. Ayúdame, Madrecita, ayúdame desde el Cielo.
El
malvado se ponía de lado, danzaba, aplaudía. Me decía que mis
escritos estaban en su mano, que iba a ser una verguenza en todo
Portrugal.
— No
llegarán más a manos del Padre Humberto ni del Padre Pinho. — y les
llamaba con nombres feos. Pronunciaba también el nombre del médico y
me decía cosas feas de él.
Desesperado, gritaba a lo lejos:
— ¡No
los puedo ver, les tengo rabia, los odio!
Terminada la lucha, quedé tristísima, sólo con el recelo de haber
pecado.
Jesús,
quiero confiar en Vos y en la palabra de quien me dirige. Pobre de
mí, si aquí confío y me enojo, desfallezco y quedo con dudas.
¡Ven,
Madrecita, ven en mi auxilio! ¡Ayúdame, ayúdame, Jesús!
Quedé
en paz, muy unida a los sagrarios, contenta por estar tranquila,
decía:
Jesús,
quiero velar, quiero amar por los que están dormidos. Quiero sufrir,
quiero reparar por los que están pecando.
Así
pasaban las horas y yo entraba en mí para hablar con los Personajes
divinos de mi alma. Siento por tantas veces su realeza divina dentro
de mí. Me gusta tanto vivir en la soledad y en el silelncio con esos
Personajes. Siento que el divino Espíritu Santo en su trono, en el
trono de mi corazón, en medio del Padre y del Hijo, pero arriba de
ellos, bate sus alas blancas como para despertarme y decirme que
están allí.
Irrádiame con su amor, dame las efusiones de su fuego divino,
llévame esas santas inspiraciones, muéveme a practicar obras buenas,
obras de caridad y que hago tantas veces con tanto sacrificio. Para
cuantas cosas siento su acción divina. Cuando estoy en éxtasis con
Jesús y Él me manda escribir todo, no le digo nada pero quedo triste
por recordar que no soy capaz. Y Él, que todo conoce, me dice:
— Hazlo, qué el divino Espíritu Santo está contigo, tienes toda su
luz divina.
¡Y es
verdad! Voy a escribir y me acuerdo de todo, comprendo todo sin
dificultad. Siento una luz que ilumina todos los caminos (Cómo el
Espíritu Santo veo cosas en las almas) Oh divino Espíritu Santo. Con
su luz veo tantas cosas en las almas, tantas veces por más que lo
quieran decir y no tienen valor.
Dame
al Espìritu Santo, el conocimiento de todo. Y cuántas veces tengo
presentimientos reales, como cuando van a venir personas junto a mí,
o acontecimientos, etc.... El divino Espíritu Santo es fuego que me
ilumina y eleva muchas veces a las alturaas: me pierdo en Él, me
irradio en Él.
¡Oh,
qué diera que todas las almas conocieran y sintieran en ellos la
presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!
Jesús,
mío, tengo tantas ansias de amarte. Desfallezco con tanta nostalgia
del Cielo. ¡Qué tristeza vivir aquí! ¡Ten piedad de mí! Me siento
tan herida, y por personas que desconocen que me hieren! Se parece
mi corazón al Vuestro. Por Vuestro amor quiero perdonar a todos, por
Vuestro amor y por las almas acepto estas espinas que tan
profundamente hieren mi cabeza a tantas horas del día.
¡Si el
mundo comprendiese el dolor! Si el mundo comprendiese una ofensa
hecha a Vos, no pecaba, sólo os amaba. Jesús, dame amor sin fin,
dame amor para todos. Dame fuerza y valor para obedecer escribiendo
todo como me mandan. ¡Qué repugnancia, mi Jesús, en todo lo que
escribo! Si no fuese por la obediencia, no escribía nada a pesar de
la grande necesidad que siento de hacerlo. Amo la obediencia, cueste
lo que cueste, quiero ser fiel, quiero obedecer en todo.
Muy
agradecida, mi Jesús, por el alivio que me diste trayendo junto a mi
a quien tan bien comprende mi alma. Con los ojos puestos en Vos,
aunque siempre en la cruz, puedo respirar más a fondo. ¡Cruz, amor
de mi Jesús, te quiero, te quiero, muero por ti!
25
de Octubre
Día a
día, momento a momento, mi vida se vuelve más penosa y triste. Por
un lado, la orden de obediencia me obliga a vivir escondida y no
recibir personas, para así, poco a poco, quedar olvidada. ¡Dios mío,
si yo pudiese querer, es lo que querría, pero que engaño! Llegan
visitas de un lado y de otro. Despierto ahora la curiosidad de los
médicos. ¡qué tormento para mí! ¡Almas, almas, cuánto es necesario
sufrir para salvaros! ¡Jesús, Jesús, cuánto cuesta la conquista de
Vuestro amor!
Esta
mañana, cuando me preparaba para la visita de mi Amado, me sentía
triste y amargada.
¡Dios
mío, recibiros así, tan llena de miseria! ¡Ten compasión de mí,
Jesús! Madrecita, purifica mi corazón, mi cuerpo y mi alma,
prepárame para la visita de Jesús.
Él
vino, hizo serenar todo, lo sentía en mi alma, se suavizó mi dolor
uniéndome toda a Él. Unos momentos después, me dieron la noticia de
que mis escritos que juzgaba perdidos y que el demonio aifrmaba
tenerlos, habían aparecido. Sentí mucha alegría, ya tenía a Jesús en
mi corazón, así que aproveché la ocasión de agradecerle así de
cerca. Poco después empezaron las visitas. De Jesús recibí fuerzas
para tan grandes sacrificios.
Eran
dos horas media de la tarde y entraron en mi cuarto cinco hombres.
Tuve el presentimiento de que alguno de ellos era médico. Comenzaron
a interrogarme, no sé porqué, mis ojos se fijaron en uno, supe
después que ese era el médico. Como tenía el presentimiento de que
estaba hablando con un médico, respondía a todo y me hacía explicar
bien sobre mi dolencia. No me faltó serenidad. Jesús, sólo Vos
sabéis cuanto me cuesta todo esto. ¿Dios mío, cuándo acabará? ¡Ciertamente,
sólo con mi muerte! Respondía con firmeza, pues la verdad sólo tiene
un camino. Llegó la ocasión en que me hablaron sobre la alimentación.
¡Duro golpe! ¡Quién me diera que ninguno supiese!
— ¿Entonces
no come nada?
Yo no
sabía si estaba hablando con personas religiosas. Pero sin respeto
humano, respondí:
— Comulgo
todos los días.
Un
silencio profundo por unos momentos cayó sobre todos, ni un gesto,
ni una sonrisa: Poco después se retiraron muy delicada y
respetuosamente. Jesús, Madrecita, divino Espíritu Santo, dale
Vuestra santa luz a estas almas, haz que sean sólo Vuestras y sigan
Vuestros caminos. Que mis humillaciones y sacrificios sirvan para la
salvación de todos. ¡Jesús, quiero vivir para amaros y para la
salvación de las almas! |