
ESCRITOS DE LA
BEATA ALEJANDRINA
― 8 ―
Una carta a
Jesús
Con esta carta del 19 de febrero de 1942
comienzan los Sentimientos del Alma. Es un documento vibrante,
literariamente excelente, escrito en la secuencia de la reciente despedida del
Padre Pinho y sin duda, recogido por el Padre Humberto en 1944. Es un grito que
se levanta en medio de la tempestad. Pero la nobleza, el toque de excelencia de
los sentimientos allí expresados, explica la confianza ilímitada en Jesús, y
también explica la determinación de Alejandrina, que sigue siendo la misma de
siempre.
A partir de este mes, vamos a aprovechar
la generosidad de los colaboradores del Sitio Oficial, Afonso Rocha, Yolanda
Astrid, Leo Madigan y Hugo Rafaél, para traducir una o dos páginas de los
Sentimientos del Alma. Traducirlos íntegramente es tarea fuera del alcance
de este proyecto. Pero sería muy encomioso que alguna institución lo hiciera.
Que este sea un buen comienzo.
Balasar, 19 de febrero de 1942.
Mi buen Jesús
Siento a mi corazón recortado en pedazos
por el dolor. ¿Tienes todavía más golpes para herirme? Hágase tu Voluntad.
Clavada en la cruz junto contigo, escurriendo sangre y
en
la mayor agonía, me veo y me siento abandonada por todos. No puedo vivir en el
mundo, tengo miedo.
Jesús, ven de prisa, ven, llévame para
el Cielo. Los hombres intentan desviar de mí, arrancarme para siempre aquello
que me sirve de alivio, que me puede dar consuelo. Me quitan a mi padre
espiritual, prohiben que nos escribamos. Mi Amado, al menos permite que me
desahogue contigo. Estoy sola en medio de la tempestad y no me sereno.
Te abro mi pobre corazón, sólo Tú sabes
leer lo que está escrito con dolor y sangre, sólo Tú comprendes y evalúas mi
sufrimiento. El mundo lo desconoce, los hombre nada comprenden. Déjame decirte
lo mismo que le dijiste al Padre Eterno:
“¡Perdónales, Jesús mío, porque no saben
lo que hacen!”. Estan ciegos, les falta Tu luz divina: Ilumínalos a todos y
dales a todos Tu amor.
Oh Jesús, todos mis presentimientos se
han cumplido. ¿Podrán ellos prohibir que te reciba sacramentalmente? Ay de mí,
ese sería un golpe que me quitaría la vida, si Tú, con tu divino poder no me lo
conservas.
Digan lo que digan, hagan lo que hagan,
lo que nunca conseguirán es quitarme esa unión íntima contigo.
Si me roban a Jesús Sacramentado y no
dudo que lo hagan, quitan de mi corazón el tesoro riquísimo que yo adoro, que yo
amo por encima de todas las cosas, me quitan al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. Nunca, nunca podrán los hombres conseguirlo: tendría para eso hacerme
vivir sin corazón y sin alma.
¡Imposible! Venga la fuerza del mundo
entero contra mí: nunca podrán separarme de esta grandeza infinita, de este amor
infinito, ¡Nunca! Sólo el pecado,
sólo eso me puede separar.
Pero yo confío plenamente en Ti, y de
Ti, mi Jesús, es que todo espero, aunque el sentir de mi alma me lleve casi a
persuadirme de que me engaño a mi misma: siento que no os amo, siento que nada
puedo esperar de Ti, por ser tan grande mi miseria.
¡Qué confusión la mía! ¡Qué grande es mi
desfallecimiento!
Levántame, mi Jesús, ayúdame, así
clavada en la cruz, ayúdame a subir todo el camino doloroso del calvario. En
cada escalón que paso quiero dejar escrito con la sangre que corre de mis
heridas:
¡Es por Jesús por quien sufro, es para
darle almas que yo camino!
Jesús, Jesús, no veo el Cielo, se retiró
de mí todo aquel azul del firmamento, lo perdí, me robaron todo lo que era vida.
Sólo siento dolor, sólo siento y veo a la muerte. No tengo a quien recurrir:
sólo puedo llamarte a Ti y a la Madrecita.
¡Pobre de mí! ¡Cuantas veces con mi
dolor no me atrevo a mirarte!
¡Óyeme siempre, aunque no te llame, dile
a la Madrecita que me ampare, dame toda la fuerza del Cielo!
Todos los ruidos que oigo me recuerdan a
mi Padrecito espiritual. ¿Será que él me ve? ¡Que vida de ilusión!
Cada pensamiento que me viene con la
idea de este tan duro penar, son saetas que se clavan en mi corazón, son azotes
que me despedazan el cuerpo y el alma. ¿Qué mal hice? ¿Qué crimen cometí?
Oh mi Jesús, si no fuese por tu amor, si
no fuese por el deseo ardiente de darte almas, me rehusaba a todo. Quiero amarte
mucho, nunca ofenderte para ganarme el Cielo, pero no quería la crucifixión, no
quería oír en la tierra tu dulce voz, no quería ver tu Divina Imagen, ni
dolorosa ni gloriosa: tendría una eternidad para contemplarte y para oírte
hablar.
Perdona mis desahogos, Jesús, bien sabes
que sólo contigo puedo desahogarme.
Ya que me escogiste para el dolor, ya
que me destinaste para tan grandes martirios, soy tu víctima, soy tu esclava,
Jesús, haz de mí lo que quieras.
Dame tu bendición, Amado mío. Dile a la
Madrecita que me bendiga y me proteja.
Soy tu más indigna hijita, pobre
Alejandrina



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