COLOQUIOS
DE LA BEATA ALEJANDRINA
II
8 de Octubre de 1954 – Viernes
Habla a las
almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario
La voluntad de Dios
y el sacrificio.
Quiero hacer en
todo la voluntad de Dios, manifestada por quien tiene el derecho de mandarme,
pero me cuesta tanto, tanto... es un sacrificio inaudito. Las fuerzas no me lo
permiten. Mi alma siente necesidad de abrirse, pero mi pobre naturaleza,
aterrorizada intenta sublevarse y no obedecer.
Jesús, todo lo hago
por tu amor. Todo el sacrificio es poco y las almas valen mucho más que todo
cuanto sufro y pueda sufrir.
¡El amor de Jesús,
el amor de Jesús, las almas, las almas! ¡Qué locura, qué locura!
No soy capaz de
mostrar mi dolor. Digo mucho y no digo nada. Mi dolor, el dolor que no es mío,
el dolor que pasa por mí. Si yo miro para atrás, todos los caminos están
copados. Nada llega al Cielo. Parece hasta que no tengo la visión ni el
sentimiento de que vivo.
Nació el dolor y la
maldad, el dolor no sé para quien fue, la maldad se quedó en mí. Pasé el
domingo, día 3, el décimo-sexto aniversario de mi crucifixión. Todo lo volví a
vivir, todo lo recordé, todo sentí, pero de tal forma, derramando muchas
lágrimas.
Con los ojos
puestos en la tierra, esta sería para mí uno de los días más tristes de mi vida.
Pero puestos en el Cielo, todas las lágrimas las envié al sagrario, como actos
de amor, y toda la visión de tan doloroso martirio, todas las espinas que
nacieron se las ofrecí al Cielo.
Las almas, las
almas, Oh Jesús, son tuyas. Por tu amor no te quiero negar nada para que las
almas se salven.
Mi inutilidad, como
siempre, habituada a robarme todo, procedió de la misma manera. Después de tanta
angustia y de tan larga visión del sufrimiento, quedé empobrecida, sin nada, a
vivir la misma eternidad, eternidad sin Dios, eternidad que no camina, pero es
la eternidad que me lleva a cansarme de los trabajos de excavación que me dan
sudores del cuerpo y del alma.
En medio de altos
castillos y negras murallas, entre grandes tentaciones contra la fe, con la
pérdida de Jesús y de la Madrecita, sintiendo como si no existieran, no existe
nada sobre la tierra, veo mi tumba y el prado verde y florido que la rodea.
Cuando más digo,
más necesidad tengo de decirlo, pero el libro de mi corazón se cierra para ser
solamente leído a la luz de la eternidad.
¡Qué ignorancia,
Dios mío, qué ignorancia la mía! No dejo de sentir la necesidad infinita de que
hubiera alguien que me consuele. No dejo de sentir el dolor infinito con la
visión de los crímenes de la humanidad. A pesar de todo, la quiero, la quiero
con todo mi corazón.
Tuve ayer un
cariñito de Jesús, lo acepté como venido del Cielo, una carta de mi Padrecito
espiritual. Él comprende muy bien el estado de mi alma y a todo me da respuestas
reconfortantes y llenas de sabiduría. Fue un consuelo para mi alma atribulada de
tanto sufrir. Fue un consuelo para mi huerto y para mi calvario.
Sin vivir para él,
sin esperar nada de él, caminé con más fortaleza. En medio de mi viaje, más
adelante caí en el desfallecimiento. Quería, yo intentaba agarrarme del Cielo,
pero no había nada de lo que pudiera asegurarme. Repetí mi "creo" con mucho
esfuerzo. Decía a Jesús mi "creo", "espero" y "confío", pero parecía una
constante mentira. Mi alma desfallecía. La sangre había chupado todo y sus
fibras servían de prisión para muchas cosas, para todos los que de allí se
prendían. Sin querer y sin confiar, o mejor, sin sentir esos buenos sentimientos
vino Jesús y me llamó:
— Hija mía, ven,
ven esposa mía, repite tu "creo", espera y confía. Jesús está contigo, está
Dios, está el Señor, está Jesús con su esposa amada. Tu "creo" sin sentimiento
es para los que en realidad no creen. Tu muerte es para dar vida, tus tinieblas
son para dar luz con la cual muchas almas resucitan a la gracia.
Hija mía, hija mía,
el mundo, el mundo, los pecadores, los pecadores no se convierten, no me
escucha, no me atienden.
En este momento mis
oídos oyeron una tremenda trompeta aterradora, la tierra estaba con convulsiones
entre las tinieblas más espantosas.
— Oh Jesús, Oh
Jesús, ¿qué es esto, mi Amor?
— Es la trompeta de
la voz de Dios, son las convulsiones de su justicia, son las tinieblas del
pecado.
Habla a las almas,
hija mía, habla a las almas.
Madre mía, mi
querida Madre, ven, ven, no te demores, ven a hablar con nuestra hijita.
Veo a la Madrecita,
vestía de azul y blanco, traía en sus manos el rosario con una gran cruz dorada
al final. Se sentó, me colocó en su regazo, enredó en mis manos el rosario y
colocó la cruz sobre mi corazón. Jesús había desaparecido. Ella lo llamó con
dulzura:
— Hijo mío, hijo
mío, ven, ven aquí junto a nosotras.
Jesús vino y se
sentó al lado de la Madrecita y esta continuó:
— Hija mía, ven
conmigo, vamos a salvar al mundo, vamos a convertir a los pecadores. Sobre tu
corazón coloco esta cruz, para hacerte sentir que es la cruz de la salvación.
Dolor y cruz, abraza, abrázala.
En tus manos coloco
el rosario, habla de él, habla de él. Si supieras cuanto nos consuela.
Habla a las almas,
háblales de la Eucaristía, háblales del rosario. Que ellas se alimenten de la
carne, del Cuerpo de Cristo y del alimento de la oración, de mi rosario
cotidiano.
— Habla, Hijo mío,
habla.
— Madre mía, Madre
mía, el mundo no me atiende, no se convierte.
Fue tal el dolor
con que Jesús dijo esas palabras que las lágrimas salieron de sus divinos ojos,
en los ojos de la Madrecita y en los míos. Yo limpié las lágrimas de Jesús y de
la Madrecita y la Madrecita limpió las mías.
— Intentemos, Hijo
mío, intentemos con la Eucaristía, con el rosario y con la inmolación de nuestra
víctima.
Desapareció la
Madrecita. Quedó Jesús y unió su corazón al mío e hizo pasar la gota de su
Sangre.
— Recibe, hija mía,
tu vida, recibe lentamente la gota de mi Sangre divina.
Valor, toda tu vida
ya está escrita en el Cielo. Valor, un poco más de tu misión, en la corta vida
que te queda. Vida que jamás quedará marcada otra igual en la historia de la
Iglesia. Quédate en tu cruz.
Insiste, hija mía,
en la oración y en la penitencia, en una vida pura para Mí.
Acude a las almas,
para que ellas al menos no caigan en las penas eternas.
Se fue Jesús y me
dejó en la mayor angustia y en la tristeza mortal, a repetirle mi "creo", a
hacerle todos mis pedidos y rogarle por el mundo.
24 de Diciembre de 1954 – Viernes
Tú eres la
portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos
les piden para que se salven
¡Luto con mis
tinieblas, con la noche tenebrosa, luto, luto!
Toda mi vida es
luchar, ay de mí si el Cielo no me asiste.
Mi vida es una vida
de incertidumbres, sin fe, sin confianza y sin amor.
No puedo ver la luz
del día, tengo que estar en la oscuridad. Mi cuerpo se asemeja a mi alma, no
tiene vida, no tiene luz.
¡Qué soplo soy yo!
Un soplo venenoso y matador. Tengo en el alma las garras chupadoras de mi
sangre. Para mayor tormento, una serpiente grande se enrolla en un pequeñito
trono y entonces, afirmada en la extremidad de su cola, se estira con la lengua
y la boca abierta, se estira de un lado para el otro, intenta devorar las garras
puestas en las fibras de mi alma. Ellas, aterrorizadas, más se agarran y más
tormento me causan. Seas bendito por todo, Señor.
No puedo hablar,
tengo que sufrir todo en silencio. No tengo huerto ni calvario. Paseo en el
segundo piso superior a la tierra, que me lleva a las nubes negras, donde quedo
sumergida.
Repetí muchas veces
mi "creo" y decía: Oh Jesús, en la incertidumbre de que existas, quiero amarte,
nunca dejar de amarte.
En la certeza de ir
para el infierno a condenarme eternamente, no quiero dejar de sufrir y amarte en
la tierra, para suplir aquello que en el infierno no pueda hacer, ni sufrir, ni
amar. Yo creo, Jesús, ayúdame, Madrecita. Váleme, mi Amor.
Vino Jesús a mi
encuentro. Batió palmas alegremente, como para despertarme:
— Hija mía, valor.
Alerta. Tú no perdiste a tu Jesús, no perdiste a tu
Madrecita. Por el contrario, más y más nos poseíste. Tú
no dejas de amarnos. Tu vida es de amor, de consolación, de alegría y reparación
para nuestros divinos Corazones. Tu vida es vida de la mayor reparación para la
Majestad Divina. Sufre ese indecible martirio. Las almas, los pecadores de quien
tú eres la reina así lo exigen. El mundo criminal, sumergido en sus vicios te
pertenece, es tuyo: sálvalo.
La fecha, el
aniversario qué conmemoras mañana, marca tu vida. No nos perdiste. Ese día de
tanto dolor para ti, fue el de mayor consuelo para nosotros.
Yo vendré de prisa,
de prisa a buscarte para el Paraíso, pero antes vendrá un éxtasis donde has de
cantar los últimos cánticos en la tierra. Dile a tus superiores que estoy a la
espera, a la espera de ese día.
Era el Corazón
Divino de Jesús, mientras Él me hablaba, estaba a mi lado el Corazón Inmaculado
de María, que me cubría de caricias. De los dos tiernísimos Corazones, coronados
de espinas, salían rayos luminosos que iban al encuentro de otros rayos, con
chispas que parecían nubes que chocan. Por en medio salía el rosario y parecía
pasar por el centro de los Corazones.
Mi corazón
compartió todo esto.
Madrecita. ¿qué
quiere decir el rosario entre vuestros Corazones?
La Madrecita me
habló, besándome y cogiendo mi mano:
— Habla del
rosario, hija mía. Jesús te lo pide y yo también. Te pedimos el rosario, te
pedimos la Eucaristía, amores de nuestros Corazones.
La Eucaristía y el
rosario, tus sufrimientos con los de las otras víctimas, son los medios
indicados por nosotros para la salvación de la humanidad perdida.
Tú eres la
portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos
piden para salvarse.
El Sagrario, el
rosario, el dolor sin igual de la gran víctima de este calvario, vida nueva,
vida pura, vida santa.
¡Valor, valor, gran
heroína! Pronto te conduzco al Paraíso. En el lugar de las espinas que tenemos
en nuestros Corazones, coloca tu dolor, tu sangre, las flores de tus virtudes,
tu martirio.
— Oh Madrecita,
pasa para mi corazón todas esas espinas, para que yo sufra todo y coloca todo lo
que me acabas de decir.
¿Estás triste,
Jesús, estás triste, Madrecita, porque yo no tengo fe, porque yo nos os amo,
porque me impaciento por tan pequeñas cosas?
Me dice Jesús,
mientras la Madrecita me abrazaba, después de haberme dado todas las espinas:
— Hija mía, mi
esposa querida, ¿Quién como Yo conoce tu debilidad? Confía... el Cielo te
asiste. No vacilarás hasta el punto de ofenderme.
Me quedé sin mis
dos amores, los perdí al mismo tiempo.
Creo, Dios mío,
creo, Dios mío. Espero en ti.
De repente vino
Jesús.
— Valor, hija mía,
tu "creo" de tanto dolor alegra al Cielo. Recibe la gota de mi divina Sangre.
Vive la vida que le doy a tu alma y a tu cuerpo. Vives de Mí.
¡Valor, valor!
Jesús se fue pero
quedé más confortada. Le hice mis pedidos. Le pedí poder encubrir mis gemidos
durante la cena, para la tranquilidad de los míos. Así sucedió. Quedé confortada
por algunas horas.
¡Oh, qué bueno es
Jesús!
7 de Mayo de 1949 – primer sábado
Yo sólo basto
para llenarte y satisfacerte en tus ansias
Es de tal forma el
hambre que siento de pureza y de amor, que me obliga a repetir muchas veces: no
me dejes morir con esta hambre que me consume, Jesús mío.
Así hambrienta fue
que esta mañana me preparé para recibirlo. Y luego que mi Jesús bajó a mi
corazón, me pareció que Él me lo robó y en lugar del corazón me dejó un vacío
tan grande que no lo podía soportar, nada había que me llenase. Quedé anhelante.
Entonces es que me moría de hambre. El tiempo fue pasando sin que yo poseyera
aquello que tanto ansiaba. Oí su voz, la voz de mi Deseado, que me decía:
— Hija mía, eres
toda mía, es mío tu corazón, lo fundí en Mí, los dos son uno solo.
Sólo Yo basto para
llenarte y satisfacer tus ansias. El vacío que Yo hice en ti es para llenarte de
mis riquezas, darte la pureza, la dulzura, el amor que tanto ansías.
Me consoló tanto
verte buscarme en esas ansias dolorosas. Te lleno, porque todo esto es la fuerza
de tu dolor, todo esto quiero que le des a las almas, estoy loco por ellas.
Soy mal
correspondido. Sufro al verlas seguir el camino de la perdición. Sufro al ver mi
divina Sangre pisoteada, desperdiciada. Sufro al ver caer sobre la tierra
culpable la justicia de mi Padre Eterno.
No puedo ver más
tantos crímenes contra Mí. Qué locura mi amor: amo y no soy amado.
El Corazón divino
de mi Jesús era una llama de fuego. Oí sus suspiros y veía por su sagrada Faz
rodar copiosas lágrimas.
— Oh Jesús mío, Oh
mi amor, no llores, seca tus lágrimas y no ceses de amarnos. Tienes mi cuerpo
para que sea tu víctima. Es poco, es nada. Vuelve meritorios todos mis
sufrimientos en vuestra santa Pasión para poder reparar tantos crímenes.
Las lágrimas
cesaron y el fuego de amor de Jesús continuó.
— Eres mi encanto,
la loquita de Jesús y la loquita de las almas. Me obligas a perdonar y a olvidar
por más tiempo tantas iniquidades.
Hija mía, dile a
tu Padrecito que le tengo reservado el Cielo, junto al trono divino, entre los
santos, lugar de honor y de gloria. Haré que él suba en la tierra a la honra de
los altares. Es el premio de su confianza, de su perseverancia y fidelidad a mi
gracia y todo su sufrimiento que pasó en silencio.
Él consoló mucho mi
Corazón divino. Dale mi amor en abundancia, para que se lo dé a las almas y para
que desempeñe la misión que le escogí.
Dile a tu médico
que estoy con él, y siempre le asisto en sus aflicciones y cuidados. Siempre
acudo con mi bendita Madre a todos los que me invocan y confían en nosotros,
mucho más vamos en socorro de aquella que cuida mi divina causa y ampara a mi
esposa y víctima más amada.
Qué nada tema, Yo
no lo dejo vivir sin espinas y lo estrujo de esta forma para unirlo más a Mí y
cuidar a sus seres queridos. Cómo es grande para todos mi amor, Yo recompenso a
quien bien me sirve.
— Ven, mi bendita
Madre, ven junto a nuestra hijita.
Vino la Madrecita
de los Dolores, con un manto rojo bordado en oro, con setas en su Corazón,
triste, muy triste, me tomó en su regazo, me estrechó junto a Ella, me acarició
y me dice:
— Hija mía, te
quiero en mis brazos como en el Calvario tuve a mi Jesús. A Él lo tuve muerto
por la humanidad, a ti te tengo para consolarte, para que puedas seguir siendo
la gran víctima de la misma humanidad.
No niegues tu dolor
a Jesús. Son tantos y tan graves los crímenes. El mundo está en inminente
peligro. El corazón de tu y mi Jesús ya no puede sufrir más, junto con mi
corazón. Sufre por las almas, no consientas que la Sangre de Jesús se pierda.
En ese momento, la
querida Madrecita rompe en lágrimas. No quise seguir descansando en sus brazos,
me lancé a su cuello y le dije:
— No, no,
Madrecita, no quiero que llores. No tengo con que enjugar tus lágrimas, ten a
vuestro Jesús. Lancé mis manos a la túnica de Jesús y con eso las enjugué.
Sólo Jesús, querida
Madrecita, sólo Él puede suavizar tu llanto, no llores más. Lo amo a Él con tu
amor. Te amo a Ti con el amor de Él. Nada os niego, yo quiero ser siempre
víctima por vuestros dolores.
La madrecita con
aire más sonriente, me cubrió de besos y caricias. Jesús continuó hablándome:
— Hija mía, en ese
mes consagrado a mi querida Madre, te pido que le pidas a las almas amantes de
nuestros Corazones que redoblen su amor y en su honor hagan cuanto puedan para
que sea suavizado su dolor. Ella sufre al verme sufrir. Sufre con nosotros, haz
que muchas almas te imiten. Pide a nuestros Corazones cuanto quieras, nada te
será negado.
— Oh Jesús, toma en
cuenta mis intenciones, acuérdate de quien me acuerdo en estos momentos.
— Tranquila, nada
hay que temer, confía en Mí. Ve en paz a tu cruz, vive en ella como en el Tabor.
Lleva a todos los que amas, te protege y ampara toda la ternura, todo el amor de
Jesús y de María.
— Gracias, Jesús,
gracias, Madrecita.
5 de Marzo de 1949 – primer sábado
Tú eres madre,
no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la
humanidad
Al final del día de
ayer y durante la noche, era tal el desfallecimiento y el dolor que sentía en el
corazón que hacia llorar mi alma incesantemente. Todo mi ser estaba traspasado
de espinas, saetas y espadas. Sonreía y lloraba al mismo tiempo, sonreía para
esconder mi dolor.
Fue así, fue en
este estado que Jesús bajo a mi corazón esta mañana. Mi corazón estaba ansioso,
sediento de recibirlo. Jesús entró y pronto se transformó, lo iluminó, hizo
desaparecer el dolor y lo colocó en el mar inmenso de su divino amor, mi corazón
nadaba lleno de suavidad y dulzura.
— Hija mía, el
padre ama con dulzura a sus hijos, el esposo tierno y fiel no cesa, emplea todos
los medios para suavizar el dolor de los que le pertenecen, de los que ama.
Yo soy ese Padre y
ese Esposo, vengo a suavizar tu dolor, a darte mi paz y mi consuelo y deleitarme
en este jardín hermoso, en este paraíso encantado que es tu corazón.
La madre que da a
luz es siempre sometida a grandes dolores. Tú eres madre, no de algunos hijos,
sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad, no de unas
vidas, sino de millones y millones de vidas. Es la razón de tanto dolor, de
tanto doloroso martirio.
Dame dolor, dame
dolor, hija mía, dame tu cruz. Dile a tu Padrecito que Jesús está en él y
siempre habita dentro de él. Dile que, donde quiere que esté, donde quiera que
camine, lo sigue mi bendita Madre, cubriéndole con su manto. Y sobre su cabeza,
en forma de paloma, reposa el Espíritu Santo, para irradiar e iluminarlo con su
luz, para que, sin peligro de equivocarse encamine las almas hasta Mí y
desempeñe la ardua misión que le escogí.
Quien siempre me
amó con amor puro y desinteresado no puede dejar de amarme. Quien siempre y
encima de todo procuró hacer mi divina voluntad, no puede jamás dejar de
cumplir. Dale todo mi amor.
Dile a tu médico
que sobre su hogar, hogar tan querido y bendecido por Mí, cada noche y cada día
cae una lluvia de bendiciones y gracias celestes.
Dile que después de
mantenerse firme por mucho tiempo, pero como si estuviese ajeno a mi divina
causa, le diga a quien debe decirle, que ya es tiempo de que se cumpla mi divina
voluntad, haciendo aquello que le falta hacer a los hombres para honor y gloria
mía y triunfo de la grande causa. Mi causa, mi causa, tan querida causa.
Dale el amor de
Jesús y de María en la mayor abundancia.
Ven, mi Madre
bendita, ven a darle consuelo y a hablarle a vuestra hijita.
Vino la Madrecita,
me dejó en sus santísimos brazos, me besó, me acarició y me dice:
— Atiende bien,
hija mía, a lo que te va a decir Jesús, es un pedido suyo y mío.
Jesús agregó:
— Hija mía, dile a
mi querido Cardenal, a mi tan amado Manuel Cerejeira que, con discreción, le
diga a los portugueses que hagan oración, mucha oración, mucha penitencia y gran
reparación.
La justicia divina
amenaza caer con todo su rigor en toda la humanidad, pero más en Portugal, por
los muchos beneficios que ha recibido del Cielo.
Dile que le pida, a
quiénes pueden poner término, a tanta deshonestidad, a tanta lujuria, que se
haga justicia, que estos males dejan grandes prisioneros, para que, en vez de la
justicia divina, caiga sobre Portugal una lluvia de paz, la lluvia del amor de
Dios.
Díselo sin recelo,
es el Cardenal de la dulzura, es el Cardenal de la gracia, es el Cardenal de la
verdad, es el Cardenal escogido por Mí, que te va a escuchar, será mucho, será
todo.
Continuó la
Madrecita:
— Obedecer, hijita,
obedece prontamente. Diles que es Jesús y María que hablan por tus labios, diles
que es Jesús y María quienes les mandan toda la ternura, todo el amor de sus
divinos Corazones.
Diles que todo este
pedido es una oferta que queremos presentar al Padre Eterno, para aplacar su
justicia.
Es la reparación
que exigen estos Corazones amantes, tan heridos, tan ofendidos, tan tristes por
la pérdida de sus hijos.
Ve, hija mía, ve,
esposa querida de Jesús, danos tu sufrimiento, danos tu cruz.
Lleva nuestro amor,
nuestra protección y cariño para todos los que te rodean, aman y amparan. Lleva
nuestro consuelo, danos siempre para sonreír a tu sufrimiento.
Valor, valor, Jesús
y María están contigo.
— Gracias, mi Jesús
y gracias, querida Madrecita. Consuélame, dame tu gracia y tu fuerza, con ella
todo puedo sufrir por tu amor.
|